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Recién la semana pasada logré terminar un koala que al menos luce reconocible, y respeta un punto que para mí es fundamental: Esencia por encima de realismo.
Usamos nuestros sentidos permanentemente, pues también a ellos debemos nuestra percepción del mundo. Y, pese a que los usemos todos, resulta común que prioricemos unos sobre otros. Incluso, sin saberlo, volvemos esa priorización de un sentido una parte fundamental de nuestro lenguaje. Hay quienes preguntan si “se ve claro el asunto”, o quienes dicen que “no lo sienten claro”, o “que no les huele bien el asunto…” Hay quienes, para ver, tocan. Hay quienes todo tienen que probarlo para poder entenderlo. La modernidad prioriza ojos y oídos, ver y escuchar. El amor prioriza quizás el sentir. Y la música prioriza el oído. Priorizamos una y otra vez, aunque no queramos hacerlo.Pero priorizar a veces implica ignorar. Damos valor a unos y descartamos otros… ¿por qué lo hacemos? ¿A qué se debe la priorización o negación de un sentido en particular? En parte es un asunto cultural, pero también es un asunto netamente propio. Conozco muchos que rehúsan el tacto aunque no logren entender por qué lo hagan. Y con frecuencia he descubierto que aquellos que más lo niegan suelen ser quienes más lo necesitan, porque el tacto es uno de los primeros sentidos (sino el primero) que nos permite tener una experiencia del mundo. No en vano el órgano más grande del cuerpo es la piel. El abrazo es quizás uno de los reflejos de animalidad que aún conservamos: nos abrazamos aún sin saber porqué nos abrazamos, tocamos con una necesidad imperiosa por ser tocados, por tener contacto, por sentir.
Priorizo sin querer la escucha y el tacto, la piel y el oído. Me pregunto por el abrazo, por qué dice y cómo lo dice. Me enamoro de aquellos que cuando abren los brazos para abrazar lo que en realidad abren es el alma. De esos que están llenos de puertas que abren para dar abrazos. Me pregunto por qué tantos animales abrazan y si sus abrazos tendrán los mismos significados que los nuestros. Me pregunto también por qué hay quienes sólo pueden abrazarse a sí mismos.