Hubo un tiempo en el que los pájaros estaban hechos de ceniza. Blanco, negro, gris. No existían más colores. Tampoco cantos, pues no había palabras que merecieran ser cantadas. Los cielos se teñían de silencios, y los silencios de olvidos y recuerdos; bien sabido es que nunca han sido posibles los unos sin los otros.
Quiso un día la fortuna que desde la lejana bóveda celeste un arco iris a la tierra descendiera. Y quiso también que un pájaro, negro como pocos, se encontrará justo donde aquel arco cayera.
Aquel golpe por poco estuvo de acertar su cuello, pero fortuna quiso que en cambio marcara su pico duro como piedra. Y tan fuerte fue el impacto que se hinchó del ave aquella parte, inflamada de dolores y ahora teñida del color del sol. Durante 19 noches entre vida y muerte pasó aquel alado. Todas ellas soñó con palabras nuevas que podían ser cantadas si acaso buena voz hubiera tenido. El bosque que cuidarla quiso siempre dijo que su fortuna fue que sólo el pico se hubiera golpeado y que, aunque deforme, ahora podía contar.
Refugiado en el oscuro bosque, donde pocos vean su desfigurado aspecto cuenta aquel pájaro desde entonces historias que las demás aves escuchan. Al roce de su pico se tiñen sus plumas de colores. Se llenaron poco a poco de cantos cielos y silencios, que las demás aves ponen música a sus palabras, y piensan todos que nadie ha de ser más feliz que aquel tucán.
Quiso un día la fortuna que desde la lejana bóveda celeste un arco iris a la tierra descendiera. Y quiso también que un pájaro, negro como pocos, se encontrará justo donde aquel arco cayera.
Aquel golpe por poco estuvo de acertar su cuello, pero fortuna quiso que en cambio marcara su pico duro como piedra. Y tan fuerte fue el impacto que se hinchó del ave aquella parte, inflamada de dolores y ahora teñida del color del sol. Durante 19 noches entre vida y muerte pasó aquel alado. Todas ellas soñó con palabras nuevas que podían ser cantadas si acaso buena voz hubiera tenido. El bosque que cuidarla quiso siempre dijo que su fortuna fue que sólo el pico se hubiera golpeado y que, aunque deforme, ahora podía contar.
Refugiado en el oscuro bosque, donde pocos vean su desfigurado aspecto cuenta aquel pájaro desde entonces historias que las demás aves escuchan. Al roce de su pico se tiñen sus plumas de colores. Se llenaron poco a poco de cantos cielos y silencios, que las demás aves ponen música a sus palabras, y piensan todos que nadie ha de ser más feliz que aquel tucán.
Tan sólo el cisne que de canciones sabe, con su plumaje blanco como el alma reconoce en las palabras del ave que su único lamento es que aquel arco en su caída no hubiese sido más certero.
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