lunes, diciembre 12, 2016

Pintar sin distinguir colores.



Mi relación con la pintura siempre ha sido tormentosa. Es culpa del color que en mis ojos genera una infinita complejidad. Quienes visitan Las Soledades de Babel desde sus orígenes, o quienes me conocen en lo personal saben que soy incapaz de distinguir colores. Es algo con lo que aprendí a vivir, de la misma forma que hay quienes aprenden a vivir con calvicie o quienes viven con ojos azules. A veces incomoda, por ejemplo con la ropa que nunca sé cómo combinar, o con los arcoiris que todos distinguen. A veces, duele.

Me pasa cuando trato de pintar, sea cual sea la técnica. Azul y morado son iguales a mis ojos. El verde a veces es gris, otras es café. El naranja es amarillo. El gris con frecuencia se vuelve rosa. O el rosa gris. Y así, puedo seguir color tras color explicando esta discromatopsia que algunos llaman daltonismo.

Por eso, en parte, pinto usando plastilina. Con sus nombres suelo poder saber que color es cada uno. Las mezclas, normalmente, son respetuosas de la teoría del color y entonces aunque a veces no logre ver los colores como los demás, sé que estoy usando aquello que mi cabeza quiere. El azul será azul, el rosado rosado y el gris será gris al final de esta historia.

Pero, lo confieso. En días como hoy, si pudiera, quisiera ver con los ojos de otro.

¿Veremos acaso, vos y yo, el mismo cuadro?