Ese hombre es habitado por cientos. Algunos de esos cientos son ángeles y otros demonios, algunos explotan su perversión y otros la esconden. Algunos sufren, algunos lloran, algunos aman, algunos olvidan, algunos recuerdan, algunos odian, algunos ríen, algunos callan. Quiero pensar que eso le pasa a todos, pero solo puedo asegurar que me ocurre a mi. Dicen que “no se puede hablar de yo si no se habla de otros”, y tiene especial validez en los tiempos que vivimos, sometidos a una “puesta en escena cotidiana”, a un actuar según el lugar y el momento, a un no ser yo, a un ser otro yo.
Hoy hablo sobre mí con otra voz, en otro lugar. Hablo sobre quien soy y quien no soy, sobre quien no era, sobre quien no seré. Hace unos días, un amigo me recordaba el valor del silencio, del propio y del ajeno, de poder callar las voces que lo habitan a uno (algunas propias y otras ajenas) y escuchar, cuando más, solo una voz.
Agradezco, como no, a Felipe por darme voz, he invito a los lectores de estas soledades a que lean “Cosas de pajaritas”.