Hay quienes ponen letras en el papel porque llorar no pueden, porque lo han olvidado por deseo propio o porque alguien los obligó a hacerlo. Cada letra es una lágrima que nadie reconoce.
Hay quienes ponen sus dedos en el teclado con compulsión, con el apasionamiento que quisieran poner en aquella persona hoy lejana. Cada tecla es una caricia que al nacer ya muere.
Hay quienes ponen palabras en papel porque solo así exorcizan a los demonios que llevan dentro, esos que se lo devoran a uno por dentro. Cada palabra es un demonio, y cada demonio vuelve, y cada volver es una nueva herida, y cada herida es una cicatriz para la que no hubo caricia ni consuelo alguno.
Hay quienes escriben.