miércoles, noviembre 25, 2015

La Celestina


Desde que comencé a escribir, mis historias han estado siempre llenas de escenas de amor. No importa si se trata de cuentos, de poemas o de penas, el amor ha estado siempre presente recorriendo los diversos espacios de la casa y de la vida. Tengo decenas de historias que ocurren en la cama o en la alcoba, escenas en la cocina en frente del fogón, escenas en la mesa o por lo menos en torno a ella. Incluso creo recordar algún doloroso amor ocurrido en el baño, puerta de por medio, mientras que otro glorioso como el que más pasaba dentro de la ducha.

Tengo, en resumen, palabras y sudores regados por toda la casa, excepción notoria del patio de ropas. Nunca he sabido el motivo de aquella ausencia. A pesar de mis intentos permanece virginal aquel lugar.

La culpa, sospecho, la tiene la lavadora. No se si lo mismo ocurra en cada casa, pero en esta sé de cierto que tengo por encargada mecánica del lavado de la ropa a una completa celestina. Lo notan pronto las prendas que allí se meten, que giro a giro se van abrazando con locura. Nunca falta una manga de camisa enredada en torno a un pantalón, un suéter que se envuelve a alguna falda, un par de medias amarradas salvajemente a cualquier otra prenda de ropa interior.Aquellos abrazos bien sé que no pueden ser accidentales. Mis intentos de separar las prendas dan prueba fiel de aquello. Mientras más tratan mis brazos de soltar aquellos nudos, más se aprietan fibra a fibra.

O tal vez, más que celestina, actúa aquella lavadora como trotaconventos de amores imposibles. Lo saben mis medias que con frecuencia entran como pareja para salir, luego, sólo una. Imagino aquella lavadora diciéndole a la esperanzada pareja que sólo una de las dos podrá escapar después de aquello. Y las medias, discutiendo cuál de las dos debe salvarse, cual terminará como trapo viejo o tal vez títere infantil. Tristes y medias ahora, terminarán su vida solas pensando quizás la una en la otra.

O quizás su historia sea la de alguna de aquellas meretrices de los bajos mundos. Organizadora de húmedos encuentros, de amarres entre dos y tres a un mismo tiempo, entre cinco o seis a cual más deseoso de contacto. Eso podría explicar porque se resisten manchas de sudor en el cuello y en los puños de las camisas, que a fin de cuentas no ha de ser sudor mío sino de las propias prendas que no tienen ni en su lavado un minuto de descanso.

Meretriz, trotaconventos o celestina, dejo confesar admiro profundamente la permanente lucha de aquella lavadora por la igualdad de género. A fin de cuentas parece que ella lo único que le importa es que dichas prendas se amen.

Dije, palabras atrás, que la ausencia de historias en el patio me resultaba un misterio. Que tonto he sido al pensar aquello. Ahora tengo claro que no puedo más que darle gracias a aquella lavadora que de amores ha llenado también aquel vacío espacio de la casa.