miércoles, enero 10, 2018

Cotidianidades (IX)

Llueve.

Las calles se llenan de carros que escapan en medio de la lluvia tratando de llegar a casa. Las avenidas, que uno creería vacías de peatones, inclementes mojan a quienes no encontraron un techo seguro, a quienes no encontraron refugio y quieren llegar a casa.
En los buses los vidrios se empañan. Somos decenas los que en medio de la lluvia también viajamos. Vuelvo a mi pueblo, a una hora de la ciudad.  Hago el dibujo de un rostro con mi dedo que quita el vapor de la ventana. Detrás de los ojos que dibujo pongo los míos que miran a la calle. Personas, carros, charcos y lluvia. Motociclistas envueltos en una suerte de bolsa plástica que suelen llamar impermeable. Más lluvia. 

En mitad del camino el bus hace una parada. Quito mis ojos de aquellos otros y veo a una mujer que cruza la puerta. Gracias, dice, muchas gracias señor. El bus arranca de nuevo. La lluvia recorre su cuerpo entero de igual forma que recorre su voz. Todo su cuerpo está empapado. También su voz, insisto.  Camina por el pasillo, en medio de pasos inciertos por el movimiento del vehículo. Busca una silla dónde sentarse. Un charco queda debajo de donde antes estuvo puesto su pie. 

Se sienta a mi lado, y me pide perdón por estar mojada. También me ha pasado, le digo.

El bus se detiene de nuevo. Otra persona entra, de pies a cabeza mojada. Gracias, dice, y el conductor sonríe y sigue su marcha.

Es un héroe anónimo, pienso yo, con la certeza de que el gracias que dicen quienes suben en medio de la lluvia traduce exactamente mi sensación de heroísmo. 

La mujer a mi lado mira y se sonríe. Dice que si con la cabeza. Sospecho sabe lo que yo pensaba, o tal vez hablaba en voz alta sin darme cuenta.

Con mi dedo, escribo héroe en la ventana, 

Tal vez, al llegar a su destino, aquel hombre vea allí un homenaje merecido.