lunes, diciembre 10, 2012

domingo, noviembre 18, 2012

Oso polar

Click en la foto para
descargar los diagramas.
El mundo de las visitas en soledades no deja nunca de ser  curioso. Sin duda, no es la misma soledad la que escribo que la que los lectores leen. En realidad la palabra leer está sin duda mal empleada. La empleo pues siempre ha sido mi deseo el que estas palabras sean leidas y comentadas, pero pocas veces lo he conseguido. Es la vida, creo yo, y las consecuencias de hacer un blog para mí más que para cualquiera.

En realidad, todo en nuestra existencia debe ser así. Siempre dos caras:  la propia y la del otro, la que creemos ser y la que los demás adivinan en nosotros.

Y bien, dicho esto toca hoy una entrada que no es para mí. La mayoría de visitantes buscan sobre todo diagramas, así que hoy pongo a disposición de todos los diagramas del oso polar. La misma información que puse en el caballito: una licencia copyleft bastante simple y poca intención comercial, Las donaciones vía paypal se siguen recibiendo. Después de la experiencia previa,  ya no espero que estas lleguen al millón de dólares.

Que lo disfruten.

jueves, noviembre 08, 2012

Ipú


Con el perdón de ustedes voy a hacer una confesión:

Mi esposa, toda su vida, ha odiado los perros. Odio es quizás una palabra demasiado fuerte, es cierto, pero por lo menos es claro que nunca le han gustado. No me malentiendan, que no es de aquellas personas que envenena perros, ni de aquellas que le lanzan piedras cuando con el dolor del hambre rompen las bolsas de la basura en el jardín, ni de aquellas otras que los amarra en bolsas y luego los lanza a ríos o los deja en media carretera. En resumen no es una mala mujer, pero de allí a sentir por ellos algún aprecio hay una distancia considerable.

Yo la quiero así, y ello lo sabe, pues a fin de cuentas cada cuál tiene el derecho de tener sus aversiones. Si, esa es la palabra que buscaba, aversiones. Siente una profunda aversión por aquel olor de perro que poco a poco lo va llenando todo, por esa nube de pelos que empieza a simular una bola de estambre recorriendo desiertos en las películas del oeste, por aquellos ojos que miran pidiendo comida con tal profundidad que logran a veces derretir las piedras, por aquella blanca saliva que día a día ensucia la ropa cuando se acercan a saludar. Tengo también un hijo, Emilio, de apenas 21 meses. Quienes lo conocen dan fe de que su lenguaje es sorprendente considerando aquella edad. El tampoco gusta de los perros. Secretamente conservo la esperanza de que algún día aprenda a amarlos. No es su culpa, que mi pequeño no ha tenido nunca un contacto lo suficientemente estrecho con un perro como para aprender de aquellos. Y no es su culpa, además, sino de la madre que tampoco gusta de ellos, aunque eso tampoco debe ser culpa de ella sino más bien de su padre, lo que sin duda haría sentir orgulloso al mismo Freud.

Hace unas semanas, 4 para ser exacto, escuché hablar a mi esposa con la vecina. Le contaba que Emilio y ella habían compartido una tajada de pan con un perro que llevaba perdido en el vecindario desde hacía 8 días. Yo no lo creí, y no culpo a nadie si no lo cree. Pero al día siguiente aquel canino cruzó frente a la puerta y se detuvo. Sus ojos no derriten piedras. Rojos e irritados más bien parecía que se consumían a si mismos, pero su mirada, ojos de por medio, resultaba triste. No era un perro feo, es cierto, pero la vida de calle tampoco le había convenido. Su pelaje sucio, sus patas anudadas de tantos cadillos y sus orejas gachas no le daban mucho porte. Se notaba, eso sí, que en su cuerpo algo de raza había. Yo no sé de perros, pero si sé de aquellos ojos que miraban pidiendo algo.

A mi el alma de los perros me sorprende. Aquella perrita (que resultó perra en vez de perro), por cosas que desconozco, decidió acercarse a nosotros. Yo no sé por qué, pero decidió que debía proteger a Emilio. Sentada en la puerta del jardín, esperaba a que saliéramos. Y si por algún motivo debíamos caminar dejando a Emilio atrás ella se cruzaba en su camino, evitando que saliera hacia la calle. A la casa jamás entró, bastó con que se le dijera una vez que se quedara afuera para que ella simplemente esperara tras la puerta. Es un perro de la calle, o eso dicen, y con frecuencia salía corriendo sin tener muy claro su destino.  Así que decidimos buscarle hogar. Primero, como no, buscamos su hogar original. Preguntamos en las veterinarias, en las casas cercanas, en las lejanas incluso, pero aquella pobre parecía que casa no tenía.

Así que, mientras esto, compramos una casa para perros y la pusimos en el jardín. Secretamente deseaba que mi hogar fuera el suyo, pero mi esposa, ya lo dije,  tiene cierta aversión hacia los perros. Así que fue su tarea decidir si se quedaba con nosotros. Y decidió dejarla en casa. O tal vez no. O tal vez si. O tal vez no. Emilio, más sabio que nosotros decidió ponerle nombre: la llamó “ipú”, o tal vez “Hipú”, que de ortografía perruna poco sé. Decía mi esposa que así es como Emilio decía Winny Po, pero lo único cierto es que ipú se convirtió en su nombre.

El problema es que somos una familia moderna.


Vivimos a una hora de la ciudad, y todos los días aquel infierno de cemento nos llama. A veces incluso nos absorbe tanto que debemos quedarnos a dormir en él, así que Ipú (o tal vez hipú) se quedaría sola.  Así que al fin decidimos buscarle un hogar. Bañada y arreglada, con pañoleta nueva, se merecía el hogar que una Springel Spaniel de menos de un año y con dientes perfectos puede conseguir. Nunca pensamos en un asilo de animales, que en su mayoría más que asilos parecen prisiones todas ellas con aquella famosa milla verde que han de caminar si no consiguen un hogar. Así que hicimos lo que todos hacen. Publicamos en Facebook su foto, y un aviso de que buscaba hogar. Y la fortuna, dulce fortuna, al fin sonrió.

Alguien se interesaba en ella. Semanas atrás había vivido un duelo de aquellos que suelen ser eternos por  otro canino que lo había abandonado en un viaje rumbo al cielo de los perros, porque creo que los perros han de tener su propio cielo. Seguramente, pensaba aquel nuevo dueño, Ipú sería un buen remplazo. Salió de mi casa un domingo en la noche. A ese carro no se quería montar, así que debimos montarnos con ella para que se fuera tranquila. Llevaba su pañoleta roja, y el lazo con el que durante cuatro días la sacamos a pasear. Por dentro llevaba las vacunas. Por fuera unos ojos que habían dejado de ser rojos, aunque seguían siendo tristes, y la promesa de que había encontrado un hogar definitivo.

Yo ese domingo lloré. Un poco de soledad, un mucho de impotencia. Nadie me vio llorar, pues la verdad suelo hacerlo en secreto, cuando todo mundo duerme. Al día siguiente Emilio no preguntó por ella, y confieso que eso al menos me permitió quitarme parte de la sombra de la tristeza. De mi celular borré las fotos, que confieso dolía ver.

Ha pasado un mes desde aquella historia.
La vida sigue, y con ella viene la calma y el pensar que fue la decisión correcta. Al menos en aquella casa estaría acompañada y sobretodo sería amada. Le cambiaron el nombre, como era de esperar. Pasó a llamarse Canela. La imaginaba a veces saludando a sus nuevos dueños como lo hacía conmigo, las patas levantadas y luego apoyadas en el pecho, ese ladrido pequeño a pesar de su tamaño, y jugando en el parque con la vida esa que yo no le podía dar. La vida sigue, decía, así que fui de viaje, y Emilio siguió creciendo. Aquella casita de perro se convirtió en bodega improvisada para algunas baldosas que no había donde guardar. La vida sigue, insisto, y con ella la certeza de que mientras pueda nunca más tendré perros o gatos. No soporto la separación. Cuando era niño tenía un pastor alemán que se llamaba Clea. Me acostaba a dormir sobre su panza, y la pobre dejaba de respirar para no ir a despertarme. Odie cuando se la llevaron a una finca en la que “iba a estar mejor”. Cuando estaba en la universidad a mi hermana le regalaron un Schnauzer miniatura. Se llamaba Sofía, y también aseguro que hacía honor a su nombre. Cuando me casé Sofía se quedó en aquella casa, y yo de nuevo la extrañaba. Siempre salía a saludarme, no importaba que ya estuviera vieja como un tapete sin lavar. También tuve gatos, y también me dolió extrañarlos cuando debieron irse de casa.

Hace un par de días, como todas las mañanas, me duchaba antes de salir a trabajar cuando mi esposa desde el otro lado de la puerta me dijo: “volvió ipú”. Me vestí y bajé las escalas para encontrar en la puerta de la casa una mancha casi irreconocible de lodo y suciedad. La piel pegada de los huesos, aquellos ojos rojos, más rojos esta vez. No se levantó en sus patas cuando me vio. Solo pegó su cara a mi pierna. Entonces me agaché y la miré. Y yo, que creí saber de miradas de perros, rompí a llorar cuando ella puso su cabeza sobre mi hombro y sin abrir los ojos gimió. Quien crea que los perros no lloran, que no tienen alma, es porque no pudo ver aquella escena.
A las 6:50 de la mañana, Ipú dejó pasar su sombra por debajo de la puerta. Emilio al ver aquello pensó que se trataba del jardinero que había ido a regar las matas. Pero mi esposa, consciente de la hora miró por la ventana y vio huellas animales en el piso. Al ir a sacar al perro que entró al jardín descubrió que Ipú (o tal vez Hipú) había entrado de nuevo a aquella casita de perros que ahora funcionaba como bodega.  
Al llamar al “dueño” a preguntar, contó que estaba feliz en una finca, que allá jugaba con marranos y gallinas, que tenía sus tres comidas, y que incluso el fin de semana me mandaría fotos para que viera cómo estaba de feliz. Canela estaba perdida desde hace por lo menos 5 días, y nunca se dio cuenta, o quizás simplemente no quiso contar. Aquella finca en la que estaba queda a unos 45 minutos en carro de mi casa. La casa en el que estaba a unos 30 en otra dirección.

No sé cómo encontró el camino, pero sé que si logró encontrar la forma de llegar a esta casa bien podría haber encontrado el camino hacia su casa original o incluso hacia aquella en la cual estaba. Pero no supo hacerlo, o más bien no quiso hacerlo.

Hay quien dice que las personas adoptan a los animales. Yo creo que ellos son los que deciden adoptarnos.

Dije al principio de esta historia, que no es más que la verdad, que iba a hacer una confesión, y llegó el momento de hacerla: Ipú ya llegó a su hogar, y mientras escribo estas líneas no puedo evitar sonreír.

sábado, octubre 13, 2012

Dios


Cansado de escuchar su nombre jurado en vano, decidió dios poner su casa en alquiler. La iglesia, ni corta ni perezosa decidió tomar la propiedad a un precio que, a decir verdad, le resultaba bastante conveniente.

Así que dios se encontró de repente sin casa, y peor aún con el don de la omnipresencia. Porque una cosa es ser omnipresente con casa, y otra muy distinta ser mendigo en todas partes al mismo tiempo.

Decidió mudarse a los moteles, donde su nombre se invocaba con frecuencia y siempre con mejores intenciones. Las diferencias entre esa casa y la pasada, en lo superficial, no eran tantas. Algunos disfrutaban flagelarse, y otros en cambio tenían una actitud más pasiva. No faltaba quien, de rodillas, tuviera la mirada baja, y menos quien se sentía allí más culpable de sus pecados. De fondo, el principal cambio es que allí se cumplían correctamente sus preceptos de amarse los unos a los otros, y sobretodo los unos a las otras.

Desde aquella acertada decisión, vive dios mas contento, y comprende mejor aquello de que amar es lo único que importa.

viernes, agosto 31, 2012

Eva

Si a la serpiente la hubieran dejado contar su versión, bien distinta sería la historia, pero a ella nadie le preguntó, pues bien sabido es que a los escritores de ficción nunca les ha interesado validar las fuentes.

El paraíso, lo que se dice entretenido, no era. Adán soñaba con montar un circo. Decía que "podía dominar las bestias" pero era claro que aquello no gustaba a nadie. Por un lado a éstas poco o nada les gustaba que tan despectivamente las llamaran, y por el otro es que aquello de dominar no era para nada cierto. Ellas se dejaban, pero sólo cuando querían. Además, la idea del circo a todos resultaba ridícula pues ¿quién iría a verlo?

Pero ese era Adán. Se pasaba de locura a locura, y de locura a tontería. Como si fuera poco, aquella alimentación a base de hortalizas lo mantenía de mal genio. Pero en eso hay que ser honestos, que la idea no había sido suya, sino de Eva que no paraba de leer libros de dietas y de auto ayuda. Y Adán no estaba tan gordo. Si había ganado algunos kilos, es cierto, pero era normal con los años. Además, si a eso vamos, tampoco es cierto que la manzana engorde de más.

Bien sabía la serpiente que era Eva quien llevaba las hojas de parra de la relación, o como dicen modernamente: los pantalones. Y es que era sexy, tanto como para despertar los celos de Adán cada que ella le decía que "tenía que ir a hablar con dios, que no volviera hasta que lo llamara". Es que además Eva llegaba a ser cruel, con una facilidad que impresionaba.

Era provocativa, insistía la serpiente, tanto cómo para poner nervioso a dios cuando le decía que lo esperaba "como la habían traído al mundo", es decir, llena de preguntas.

Pero entre Eva y dios nunca hubo nada. A Eva le gustaban los amantes que se olvidaban de ellos mismos, que amaban sin recato. Y dios siempre vive preocupado de si mismo y del que dirán, si hasta ángeles tiene que le cantan todo el día.

Si le hubieran preguntado a la serpiente ella hubiera contado que por eso Eva prefería su reptil compañía. Que se habían enamorado cuando le había hablado desde lo alto del manzano. Que amaba el ondular sinuoso cuando ella bajaba hasta el piso y luego trepaba por sus piernas, buscando dónde amarrarse cómo las serpientes hacen. Que cuando estaba en el manzano la esperaba. Y que cuando se veían no paraban de hablar. Es verdad que a la serpiente le parecía que Eva no requería libros de autoayuda y mucho menos libros de dietas, pero la oferta literaria en el paraíso era francamente pobre.

Si alguien hubiera escuchado a la serpiente, ella le habría contado que cuando Adán puso a Eva a escoger, atacado por los celos que de dios tenía, ella no dudo en segundo en irse al manzano a buscar a su serpiente. Y que dios, herido en ese orgullo que tenía a imagen y semejanza de Adán, sintió que la cólera lo invadía.

La pataleta de Adán al encontrarse engañado con la serpiente tampoco ayudó mucho, pues como buen patrón que era dios decidió que no tenía por qué aguantarse las quejas del uno y los desplantes insinuantes de la otra y los echó a los dos aunque con eso se quedó sin quien pagara arriendo por el paraíso.

Pero nada de esto cuenta la serpiente. Pues desde que Eva se fue ya con nadie habla. Sin Eva en el paraíso no hay más que soledad.

sábado, agosto 11, 2012

La piragua


El padre de mi bisabuelo contaba que cuando era niño los árboles no estaban amarrados a la tierra. Caminaban por las calles tomados de las ramas, usando las raíces como piernas, opacando un poco el cielo en su caminar.
Las personas por esos tiempos no se asustaban. Se quitaban el sombrero para saludar, y el árbol suavemente se inclinaba. Cuando estaban de buen humor llegaban incluso a regalar sus frutos a los niños que bajo ellos transitaban.

Tenían, eso sí, problemas al pasar los ríos. Con la corriente a veces raíces y ramas se enredaban así que preferían, en lo posible, evitar cruzar los cauces que se ponían en su camino. No dejaba aquello de ser nostálgico, pues bien sabido es que los árboles aman beber el agua dulce que acaba de nacer.

Decía que para los árboles caminantes, la primavera era su musa, era su amada. Aún viejo recordaba cuando era niño ver árboles enamorados, que con sus hojas parecían cantar. Eran aquellos los que más disfrutaba ver, pues el amor se les notaba hasta en el tronco y en el olor dulce que dejaban salir cuando la felicidad los hacía florecer. Había entonces árboles artistas cuyo movimiento más que danza parecía poesía, y otros cuyas hojas  parecían cantar de caricias y palabras de amor.

Cuenta mi padre que mi bisabuelo lloraba cuando le contaba aquella historia. Dice que hubo un año en el que la primavera se fue de viaje más tiempo del que nunca antes se había ido. Entonces llegó el frío y los árboles se entumecieron, sus troncos se volvieron duros y sus raíces dejaron de moverse. Decía que sin primavera no queda más que la soledad, y ni árboles ni personas nacimos para estar solos. Las musas no son estaciones ausentes, decía.

El padre de mi bisabuelo, y luego su hijo y el hijo de su hijo fueron toda su vida barqueros. A veces, en las mañanas, tomaban su piragua y dentro de ella ponían árboles que no tenían que beber. Con ellos iban en busca de la primavera que tardaba en regresar.

Y si acaso la encontraban, al día siguiente el pueblo habría de encontrar un camino de flores amarillas, que los árboles habrían dejado cuando regresarán a sus sitios tras una noche con un nuevo caminar.



domingo, julio 29, 2012

Diagramas

Click en la foto para
descargar los diagramas.
Esto, en muchos sentidos, es toda una novedad en soledades.

Nunca me ha gustado diagramar. ¿Cómo explicarlo? No es que tenga algo en contra de los diagramas, que de hecho siempre me han gustado. Lo que nunca había logrado era encontrar el gusto por la acción de diagramar. Sin embargo, me gusta aquella magia cada vez más perdida de encontrar secuencias armoniosas y un poco misteriosas en los plegados. Además,  bien sé que un libro sin diagramas no es un libro. Así que después de los años que pasé en compañía de Fabian Correa para la creación de  "Papel, Piel y Palabra", he realizado aún algunos diagramas.

Y, contrario a lo que creí, en algunos casos ha logrado ser un asunto entretenido.

A raíz de DoBras 2012, evento en el que participé hace algunas semanas, debí realizar algunas secuencias de plegado que poco a poco iré compartiendo con los lectores de estas soledades. Mi esperanza es que los disfruten, que plieguen y compartan con el mundo las fotografías de sus modelos. 


Por ahora, se encuentran en descarga gratuita, y quisiera en lo posible invitaran a quienes los desean para que los descargaran directamente desde esta página. 


Aunque tienen una licencia copyleft bastante simple y por lo mismo no están realizados con una intención comercial, sobra decir que se reciben todo tipo de donaciones vía paypal en el correo. Cualquier millón de dólares que se reciba será usado para la compra de un lego o dos, y quien sabe, incluso para la realización de algún otro libro.


Espero lo disfruten, y si les gusta compartan sus comentarios. Por ahora, los diagramas del caballito de mar. Pueden dar click en la foto para descargar


Abrazos a todos.

lunes, julio 23, 2012

La luna y el toro




Sí algo nunca ha de faltar a la luna son enamorados.

Cuando está llena, lobos y coyotes aullan su nombre al cielo. Mariposas nocturnas tratan de alcanzar su tenue luz, como sí la vida dependiera de ello. Incluso enamorados hombres cantan al astro celeste, mientras sueñan que la regalan a mujeres sin duda alguna terrestres.

Pero la luna, serena y dulce luna, a ninguno de aquellos ama. Sueña desde el cielo con aquel toro bravio que pasa días y noches en soledad.

Seguramente la luna a de ser mujer, pues no confiesa su amor al macho toro. Silenciosa, va dejando aquella redondez y poco a poco dibuja sobre ella un sutil llamado que tarda el toro en comprender. Aquella sonrisa de luna no es más que el dibujo que hace la luna con su llamado.

La ama el toro cuando está menguante, y la ama también cuando está creciente. Pero cuando es luna nueva y desaparecida está en el cielo, se enloquece el toro, y brama desesperado. Tanto la anhela, tanto la espera, que de su espalda salen alas y trepa al cielo en su búsqueda.

Y en aquella noche oscura luna y toro se aman en secreto. Nadie los ve, pues sin luz de luna no distinguen nada los ojos indiscretos.

martes, julio 10, 2012

El elefante





¡Has tu truco! le decían. Y Lentamente subía a lo alto de una esfera que parecía iba a estallar con su peso.

¡Otro más!, gritaban, y bajaba de la esfera y levantaba sus patas mientras el público estallaba en gritos de admiración.

¡Has otro!, y entonces levantaba una pata más, quedando en un equilibrio que poco tenía que ver con su tamaño. 

Decían que era un gran acróbata, un talento innato como saltimbanco. Algunos lo confundían con un contorsionista. Pero en realidad, bien sabía que no era más que un simple payaso, obligado a hacer reír a quienes el circo visitaban. Su mejor truco, su único truco real, era evitar que cada noche lo vieran llorar. Descubrió que era en realidad cuando una noche la esfera que cargaba su peso reventó y el cayó tonelada a tonelada sobre un piso que no quiso amortiguar el golpe mientras carcajada a carcajada el público reía. Un payaso. Nada más.

A veces, se consolaba pensando que su vida no era tan mala. Un viejo orangután le decía que el sabia de zoológicos y que eso si era una vida triste, todo el día recorriendo la misma jaula. Le decía que los elefantes en esas jaulas simplemente se balanceaban, añorando vidas que no tuvieron. Había recorrido el mundo, o algo así. No era mucho el mundo que se recorre cuando desde un contenedor sólo puede verse hacia afuera, estirando un poco la trompa. A su madre le habían tocado otros tiempos, en los que ella misma vagaba por las calles, con un aviso que colgaba sobre ella. Pero ya las ciudades no daban permiso a los elefantes de caminar por media calle, que siempre complicaban el tráfico y obligaban a pagar horas extras a los encargados de limpiar. Su vida se pasaba del contenedor a la carpa, y de la carpa al contenedor. Pensaba a veces que los suyos eran barrotes de color, pero a fin de cuentas barrotes.

Sobra decir que recordaba. Cada año de su vida, cada momento, cada risa.  A veces hubiera querido olvidar, dejar aquella memoria prodigiosa, y vivir un día a la vez. Pero no podía luchar contra su naturaleza de elefante.

Una noche, en las afueras de una ciudad pobre, de la cual nunca supo su nombre, descubrió que la puerta del contenedor no estaba bien cerrada. Un nuevo ayudante del circo había olvidado poner el candado que evitaba la puerta se moviera. Así escapó. Corrió toda la noche y todo un día, ebrio de libertad, aquel payaso triste que no sabía que esperar. Despertó en un bosque hondo, oscuro, rodeado de una enorme soledad. Aprendió a sacar raíces, a encontrar algo que comer. Nunca supo si lo buscaron o no. A fin de cuentas era un elefante viejo, que probablemente no valdría la pena recuperar. 

Hizo nuevos amigos en los animales del bosque, o al menos eso quiso pensar. Todos ellos se impresionaban por su tamaño, por esa trompa larga y sobretodo por esa fuerza que permitía arrancar un árbol de raíz. 

En las noches se reúnen a su lado, y lo escuchan contar sus historias del circo. Nunca falta un animal que sorprendido le diga: ¡Has tu truco! y entonces hace equilibrio en una sola pata, y sin que nadie se de cuenta comienza de nuevo a llorar. 

miércoles, junio 20, 2012

Angustia

Desde hace ya varias semanas tengo un pliegue atrapado en la punta de los dedos. Busca salir, noche tras noche, sin encontrar aún camino. Y es un asunto doloroso.

Muchas veces he escuchado a profesores y psicólogos hablar de las bondades del arte como actividad que permita el esparcimiento, la distracción de los problemas diarios. Los he visto decir que hacer arte es sano para el espíritu y que llena de una tranquilidad maravillosa. Los he escuchado, hablar de la experiencia propia. Pero también los he visto dudar de lo que dicen.

Y los comprendo. Si bien el arte es una vía de escape, y en el caso propio un canal de comunicación de lo que en el alma ocurre, algunas veces se vuelve también una angustia profunda, una frustración, un dolor profundo de incompetencia, de sentirte a punto.


Estas semanas he vivido la angustia de estar cerca, de estar a punto, de saberme a tan sólo un par de minutos, y al mismo tiempo la profunda lejanía, saber que aún falta un infinito para llegar al fin a la obra esperada, a la imaginada, a la deseada.


Y aún así, a veces la imaginación es caprichosa. Mil veces he estado a punto del mismo dobles, y dos mil veces más se ha presentado como un imposible, como una ruptura a las leyes de la física, como un abuso de las superficies y de los pliegues que en ellas se pueden realizar.


Estas semanas no es la musa quien se esconde, es el eureka de encontrar la técnica que permita al alma decir

lunes, mayo 28, 2012

Caballitos de mar





Decía mi abuelo que antes existían tiempos más simples. Eran tiempos en los que cada cual hacía lo que a bien quería hacer. Había quien subía al cielo cada noche y pegaba en el estrellas; trabajo de nunca acabar sobra decir pues justo al culminar la jornada alguno más llegaba pintando el cielo entero de color azul. Otros se dedicaban a colorear las hojas de los árboles, según la estación que otros más quisieran en los prados dibujar.

En esos tiempos, según cuenta, el mar era una mujer inmensa y dulce. Bastaba estar a su lado para que el vaivén bajo su cintura vientos de huracanes atrajera. Llamados por la tormenta, los marinos se perdían a si mismos. Era lógico;  tanta agua tenía aquel mar que ahogaba los pesares, dejando sólo recuerdos de humedad.

Aquella mujer solo una vez se había enamorado. Fue, según cuenta, de un hombre pequeño y dulce que siete días tardaba en recorrerla y 78 noches empleaba en amarla. Ningún empleo tenía aquel hombre, más que el de sacarle cada noche brillo al rostro de la luna. A pesar de su pobreza, de él se enamoró aquella mujer cuando para conquistarla le regaló siete caballos libres a quienes apenas enseñaba a galopar

Entonces dios se cansó de tanto desorden, y se tomó unos días para separar los cielos de la tierra, la luz de la oscuridad y todo aquello que los domingos en misa suelen contar. Lo que no cuentan es que aquel hombre se quedó atrapado en la luna sin poder de nuevo bajar.

Hasta su regreso ella ha cambiado lo dulce por lo amargo y aquel movimiento se ha convertido ahora en un simple mecer que en las olas se reconoce. Y sin embargo, aún a veces se sonríe, cuando en medio de la luna llena el galope de los caballos recorren sus piernas acariciándola de abajo a arriba, revolcándole con su paso los recuerdos del amar.

martes, mayo 08, 2012

Logos

Años atrás diseñé una figura que llamé "logos". Es una palabra griega con múltiples traducciones, una de ellas es "palabra". La figura y la entrada, hablaban precisamente de palabras, de aquellas cosas por decir.

Esa ha sido siempre la intención de soledades y de mis pliegues. Hablar de aquellas cosas que el alma ha querido contar, de los sueños en las noches, de la forma de ver el mundo. 

Sin embargo, el ejercicio de soledades ha sido un ejercicio siempre solitario. Era lógico debido a su nombre, pero también lo es dado el camino que llevan los pliegues y el arte como tal. 

Sin embargo, en algunas ocasiones maravillosas las palabras y modelos dejan de ser propios y llegan a otros. Algunos los pliegan, otros los leen, otros simplemente los ven. Pero otros, algunas veces, hacen arte con ellos.

Carlos Gonzalez Santamaría, un célebre y bien conocido origamista español ha tomado una de las fotos de Logos, y la ha convertido en algo diferente. No muchos conocen que además de origamista es un talentoso dibujante, quien me ha dado sin yo esperarlo este maravilloso regalo. 

Carlos, muchas gracias por darle un lugar en vos a mis palabras.



Foto cortesía de Carlos Gonzalez Santamaría.
Los derechos  de esta foto se encuentran reservados,
y es usada en este blog con su autorización.


La entrada original, y el acceso a su maravillosa galería pueden verlo aquí.



miércoles, mayo 02, 2012

Sea Dragon

Creen quienes viven a la orilla de aquella playa, y en eso no se equivocan, que los caballitos de mar son en realidad sutiles pieles que envuelven en su interior infinitas cantidades de agua dulce.

No es, eso es seguro, un agua cualquiera. Cuentan que el primer caballo de mar en realidad era una yegua proveniente de la tierra. No bastaban para ella las praderas ni las llanuras, en tierra el sol siempre la quemaba, secando sus ideas y sus sueños de galope.

Decían los ancianos sabios que aquella yegua había contraído la enfermedad de la sed. No bastaba el agua de quebradas o ríos, su sed era siempre eterna. Así que galopó hasta el mar donde esperaba saciar su sed tranquila.

Era natural que con el paso del tiempo se volviera de agua, y cambiara las praderas terrestres por verdes campos submarinos, sus cascos por aletas, y su soledad de tierra por la compañía fértil del dulce mar.

Lo que no saben los ancianos es que bajo el agua, aquella yegua de mar se enamoró. No resultaba fácil aquel amor, sin duda diferente. Con sus relinchos de caballo amaba un árbol en el borde del acantilado, cuyas raíces en el mar bebían. A veces aquel árbol estiraba sus raíces y trataba de meterse en ella, dulce como era. Otras, era ella quien esperaba que las ramas tocaran el agua y entonces se amarraba a cada hoja como aquellos que desesperadamente aman suelen hacerlo.

Aquel amor tan grande fue que con el paso de los años aquel árbol se fue encogiendo, hasta tal punto que un día aquella yegua marina lo metió dentro de sí, tan profundo que desde entonces yegua de mar y árbol son uno sólo. Desde aquel día se esconden juntos en el mar profundo, uno en otro, a la espera de nuevos tiempos en los que aquel amor de agua dulce de a la luz una nueva raza de dragones de mar.



martes, abril 17, 2012

Escorpión

Con el paso de los años y los pliegues, algunas ideas se han mantenido y depurado, otras han cambiado como quien se cambia de vestido, y otras más han perdido su momento.

Probablemente la más importante de esas ideas ha sido la búsqueda de una voz propia en las caricias dadas sobre el papel. ¿Cómo lograr que los modelos tengan esa doble vida en la cual hablen de ellos mismos,  y al mismo tiempo mantengan la esencia y voz de su creador ?

Más complejo aún resulta mantener esta idea en modelos que, a primera vista poco tienen que ver con uno mismo.

En mi caso, muchos temas son lejanos. Quizás el más lejano de todos es el de los insectos. Más que por su dificultad técnica (innegable en la mayoría de ellos) hay algo en el tema como tal que me mantiene alejado. Así, cuando éste modelo comienza a tomar forma entre los dedos, parece que mi primer insecto ha surgido. Y, sin embargo, también la suerte se opone al tema. Hasta hace pocos días pensaba que los escorpiones eran parte de los insectos, errónea creencia pues son parte del mundo de los arácnidos. Y sí bien tampoco es un tema cercano, sí es por lo menos un tema un poco más familiar.

Pero, cercano o no vuelve a presentarse la pregunta con la que comenzó este texto. ¿Cómo lograr lograr que un modelo mantenga aquella doble vida, aquella doble voz?

Espero haberlo alcanzado en estos pliegues. Por ahora sólo puedo augurar que pocos insectos y pocos arácnidos seguirán visitando mis dedos. Estos, los segundos, sin duda prefieren el contacto más caliente de otra piel.




domingo, abril 08, 2012

Colibrí

Canta el colibrí cuando ve la flor enamorada,
y al acercársele la arrulla para cuidar su sueño. 

Murmura palabras que suben por su tallo, 
y hermosamente la flor se deja ir. 

Y mientras duerme, piensa aquella ave... 

"Duerme desnuda mi amada, 
y sus poros se abren uno a uno para saciar mi sed. 
De sus flores dulce nectar tornasol 
que gota a gota tiñe de color mis plumas. 
Dormida a veces habla. 
Cuenta sus desvarios con cada pétalo de su cuerpo. 
Su cáliz, como boca, espera el beso que la toma" 

Despierta después la flor, y amarra al colibrí a su aroma. 
Por siempre ha en ella de beber.

miércoles, marzo 28, 2012

A la luz del faro

Cuando alguien preguntaba por su empleo, Ismael improvisaba una respuesta. Decía que su oficio no era mayor cosa, que el simplemente se dedicaba a llevar un poco de luz en medio de la oscuridad. Otras veces, que era un simple profesor que trataba de señalar el camino a quienes se perdían en las tinieblas. Una vez quiso decir que era sacerdote, y que marcaba el rumbo a las almas que estaban perdidas. El problema es que aquellas respuestas nunca fueron más que frases encerradas en su boca, pues nadie jamás le preguntaba nada.

Ismael vivía en soledad. Medio mundo había recorrido, hasta terminar en un pueblo perdido en lejanos mares de cuyo nombre ni él estaba seguro. Ismael operaba el faro que indicaba a los barcos el camino al puerto. Era un empleado del gobierno, es cierto, pero ya ninguno de sus integrantes se acordaba de él, y mucho menos de su faro. Nunca llegó a su playa una bombilla de repuesto, o el par de galones de pintura que quería para cambiar el color del techo. Las tejas, a veces, dejaban adentro más viento que el que había afuera, y parecía que el único lugar medianamente acogedor era, precisamente, el de la luz que marcaba el camino. Una vez, la veleta que señalaba el rumbo del viento vino a desprenderse y caer justo a un par de metros de aquella luz. Ismael, dentro de todo, lo tomó a bien. Dijo que el gallo de la veleta quería un poco de calor y por eso hasta su nido había querido poner en aquel farol.

El suyo era un trabajo solitario. No tenía más compañía que el gallo de la veleta, y los lejanos barcos que pasaban. Una vez al mes, un barco llevaba provisiones, ropa, y uno que otro libro que Ismael atesoraba y racionaba hasta el mes siguiente. De día Ismael dormía. Debía recuperar el sueño que su noche de vigía le imponía. Más sabía de murciélagos que de aves, de soledades que de compañías, de oscuridades que de claridad. Pasaba las noches mirando hacia la inmensidad del océano, buscando una mancha oscura en medio de otra oscuridad. Miraba ola tras ola, esperando que algún leve movimiento delatara un barco que no sabía hacia donde ir. Miraba en medio de la nada por si alguna luz señalaba acaso una pobre alma que no supiera cual sería su destino. Una noche conoció a Clara. Quizás conocer sea mucho decir. Ella se detuvo a mirarlo en medio del agua y le sonrió. El no quiso señalarla con la luz del faro, no fuera que acaso lastimara sus ojos. Ismael no necesitaba luz para lograr distinguirla. Veía en la noche oscura a aquella mujer que desde el agua le sonreía, y por una vez sintió que dejaba de lado la soledad.

A Clara le gustaban los hombres cuyo oficio parecía sacado de antiguos libros. Así que no fue una elección difícil enamorarse de Ismael. No había nacido princesa, ni cortesana. Ninguna sangre noble corría por su cuerpo, aunque de nobleza ella sabía. Era una mujer común, de sonrisa hermosa y cabello largo, con voz de contralto (o al menos eso parecía) y ojos que aún desde lejos se veían oscuros. Un poco joven, tal vez, pero se notaba en su rostro que compensaba la falta de años con experiencia. A Clara tampoco nunca le preguntaban de donde venía o a que se dedicaba. Aunque lo suyo no era tanto un asunto de soledad, sino más bien de abundancia de conocimiento. Todos sabían quien era, todos la conocían desde pequeña. Y, por lo mismo, Clara tenía siempre con quien conversar, siempre alguien a quien hablar.

Lo suyo era un amor de lejos. Clara visitaba a Ismael cada noche, y con ella algunas aves volaban en medio del silencio. Jamás había subido hasta lo alto del faro, ni siquiera había entrado hasta la habitación baja de Ismael. Simplemente se acercaba, poco a poco, metro a metro y noche a noche. Para Ismael aquello bastaba, y hasta el alba se veían. Poco importaba el clima, que los últimos días empeoraba. Lo único importante para Ismael era esperar la llegada de su Clara. 

Ismael pasaba los días en vela, y las noches con la mirada en los ojos de Clara. El viento pasaba, rápido y constante arrastrando en su vuelo otrora lejanas nubes. Las gaviotas volaban poco, sin alejarse nunca de la playa, pero nada de aquello veía Ismael. Hasta el pobre gallo de veleta empezó a quedarse relegado. Nada más que a su Clara necesitaba. Pasadas tres semanas Clara llegó, con la lluvia, a la playa. Fuera del agua, en los bajos del faro, lo esperó. Ismael bajó hasta la puerta, y la encontró. No se dijeron nada, no intercambiaron una sola palabra. Simplemente se miraron. Sus ojos, oscuros. Negros como el océano en medio de una noche sin luna, como la tormenta que empezaba. Un viento huracanado comenzó a levantar las olas. El sonido de su romper contra los muros que a duras penas custodiaban aquel faro venido a menos. Las gotas de lluvia rebotando una a una en el tejado mal formado, y la noche cerrada sólo atravesada por rayos que iluminaban su negrura. A lo lejos casi imperceptible, una llamada de auxilio. En el radio del faro un barco pedía luz que evitara golpeara contra la costa. En medio de las olas los marinos se sentían a la deriva, aferrados a aquella luz que como cuerda invisible era su última esperanza. Ismael nunca vio aquel navío, pues estaba perdido en la inmensidad de los ojos de clara. 

Entonces vino la tragedia. Aquel gallo solitario de repente se vio a si mismo transformado de veleta a pararrayos, y en medio de la tormenta, un relámpago se sintió irremediablemente atraído por su encuentro. Aquella lámpara que servía de farol de repente reventó, dejando el mar en oscuridad. Ningún ave se atrevía a cantar, y en cambio gritos de muerte comenzaron a romper la noche, compitiendo con la tormenta. Ismael lloró. Bien sabía el destino que a aquellos marinos esperaba. Y Clara lo vio llorar. Subió una a una las escaleras, hasta llegar a lo alto del faro. Tomando los trozos de vidrio de aquella lámpara rota decidió abrirse el pecho en dos. Entonces todo se hizo blanco. De su pecho de sirena una luz tan intensa como el día mismo cruzó la noche. El faro señalaba el camino de nuevo. Los sonidos de muerte del navío fueron cambiando a gritos de júbilo que anunciaban que lograrían vencer aquel mal que esa noche los traicionaba. Y del júbilo se pasó a la alegría, y de la alegría a las promesas de que aquel hombre que manejaba el faro sería recordado y premiado por su heroísmo.

Ismael nunca supo de premios, ni de heroísmos. No salió a recibir las provisiones que traía el barco una vez al mes. Ni contestó al radio que decía que el presidente quería premiarlo. Ismael nunca salió de aquella torre. Se quedó, día y noche, esperando que aquella clara luz volviera a ser la sirena que el amaba.

Nunca más las aves volvieron allí a volar

lunes, marzo 19, 2012

La casa grande

Si de algo estaba cansado era del tamaño de su casa. Escaso espacio para uno mismo, y menos aún para tener alguna compañía. A veces debía pensar en voz alta, pues no había espacio para cuerpo y pensamiento en el mismo caparazón. Así que decidió cambiar de casa, y buscar una más grande. "De una o dos alcobas, si se pudiera con jardín sería mejor aún."

Se fue de viaje mar adentro. Pero cuando se es un pobre cangrejo, o más bien un cangrejo pobre, ni nadar se puede. Así que comenzó su viaje paso a paso, caminando por el fondo del mar. El camino se recorría bastante lento. Andar con la casa a cuestas suele ser un asunto que requiere estado físico, y a aquel cangrejo últimamente le faltaba. A pocos metros de la playa vio que si quería la casa de sus sueños, debía caminar más rápido. La oferta de propiedades submarinas no es tan amplia como podría pensarse, y a ese ritmo nunca encontraría algo medianamente decente. Así que se quitó el caparazón y comenzó a caminar desnudo. 

A su paso algunos animales se burlaban mientras otros se escandalizaban y decían que se les subían los colores a las aletas. Pero aquel cangrejo tenía claro su camino. Y, allí, a medio océano, descubrió que sus patas en el lecho marino alguna ventaja tenían. Su caminar firme y decidido, resultó que al mar causaba risa. Patas a un lado, patas al otro, el mar se llenaba de carcajadas con su paso. Y cada carcajada era una ola, y cada ola era un paso mas. A su marcha, la risa marina iba tomando ritmo de canción, y era un ritmo contagioso, que hacía mover tentáculos y aletas.

A pocas semanas el mar entero era algo distinto. Los peces sonreían más, cantaban más. A pocos metros de un coral descubrió una casa nueva, con un aviso de "se renta" en plena entrada. La arrendataria, una cangreja grande y sexi, de patas bien torneadas, ojos oscuros y un poco loca de carácter le dijo que aquella casa era demasiado grande para ella. Que era una herencia, pero que nunca se había sentido del todo a gusto. Que, "o le sobraba espacio o le faltaba tamaño." Con los años se había cansado de tanta soledad pero sólo ahora, que en cada gota del mar se sentía una canción se había decidido: que se iba de baile aunque bailar no supiera.

Así fue como el pobre cangrejo consiguió una casa nueva.

Pero al cabo de unos días descubrió que la cangreja tenía razón. La casa era demasiado grande, tanto como para que a él o le sobrara espacio o le faltara tal vez tamaño. Descubrió que en su primera casa, la falta de habitaciones la hubiera aguantado. Lo que no soportaba era la falta de contacto. La piel se le secaba por dentro. No importa que viviera a orillas del mar, o que incluso en él se sumergiera. Poco a poco descubrió que necesitaba beber otra piel para refrescar el alma.

Entonces juntó sus patas de cangrejo y por vez primera rezó. Seguramente el dios de los cangrejos andaba por ahí cerca porque entonces sonó la puerta de su caparazón. Y allí estaba aquella cangreja. Decía que lo de bailar no había resultado una buena idea. Que a las pocas horas de haberse ido el mar dejó de sonar, como si no hubiese ya motivos para seguir riendo. Que ahora se encontraba sola y sin casa, y que si acaso alguna bondad tendría el de recibirla. El cangrejo se sonrió.

Para dos aquel caparazón no resultó tan grande, había espacio para que bailaran allí adentro. Ella se acomodaba abajo y el sobre ella sonreía. A veces sacaban las patas, el de un lado y ella de otro, primero caminaban a la izquierda, y luego a la derecha. Allí era cuando de nuevo el mar rompía en carcajadas.

Desde entonces aquel cangrejo vive feliz, adentro de aquella casa grande en la que bebe de la piel de una cangreja dulce que con su baile hace reír al mar.

miércoles, marzo 14, 2012

Brasil

Para quienes conocen soledades desde sus inicios, recordarán que uno de los momentos más emocionantes de todo este periodo fue cuando hace ya bastantes años recibí la invitación por parte de Pajarita a participar en su convención internacional. Fue un momento maravilloso, pues además compartiría espacio con Román Diaz, una de las personas que más aprecio y admiro del mundo del origami.

Quienes recuerdan esos tiempos, guardarán en su memoria que aquel viaje nunca pudo realizarse pues aquellos papeles que nos inventamos para permitir o no que pasemos de un país a otro me obligaron a faltar a aquella cita. España no fue, y desde eso, una deuda tengo con varios amigos españoles a quienes ya he puesto rostro pero aún no he podido poner tacto.

Hoy, una nueva alegría tiene soledades. Ya es pública la invitación al evento de origami en Brasil, al cuál tendré el enorme placer de asistir. Y, curiosamente, aquel evento cuenta también como invitado a Román Diaz. Con él  otro grupo maravilloso de origamistas como Isa Klein, Amália Araújo y Darcy Moraes

Sin duda, un bonito cierre a un ciclo maravilloso. Para mi fortuna, el coloso de suramerica no exige a los colombianos visa, así que la única restricción será el lenguaje. Afortunadamente, en estos años he aprendido que, cuando se trata de papel, los que hablan son los pliegues, y estos tienen un idioma universal.

Es una de las grandes alegrías que el mundo del origami me ha dado en estos años. Así que hoy, el día que se celebran los 101 años de yoshizawa y el seguidor 100 de estas soledades comparto también esta alegría:

¡¡En brasil nos vemos!!

domingo, marzo 04, 2012

El caballero oscuro (II)

¿Por qué caemos? 
"Para aprender a levantarnos"
Thomas Wayne a Bruce Wayne


 












El Caballero Oscuro

"Si te conviertes en algo más que solo un hombre, 
si te dedicas a un ideal y si no pueden detenerte, 
entonces te conviertes en algo totalmente diferente, 
una leyenda." 

Ra's al Ghul


El Caballero Oscuro (detalle)


martes, febrero 28, 2012

Golondrinas




Hay quienes dicen que  "una golondrina no hace verano" Yo no lo sé de cierto, pero supongo que algo de razón han de tener. El verano no puede hacerlo un ave sola. Quizás dos, o tal vez tres, pero una sola a cuestas no puede cargar a su espalda el verano entero.

Siempre pensé que aquella frase, del refranero colombiano, quizás pudiera leerse con algún verano de los nuestros, más ligero que los de otras partes del mundo, pero hace algunos días supe que en realidad la frase es de origen griego. La fábula original cuenta que un hombre gastó toda su fortuna hasta no quedar con nada más que el abrigo que tenía puesto. Y entonces al ver una golondrina, vendió su abrigo pues supo que llegaba al fin el verano. Pero aquel calor nunca llegó, y el hombre murió de frío, culpando a aquella ave. 

Que fácil buscamos culpas los hombres, y que tontos somos para leer el vuelo de las aves, y en particular de las golondrinas. Porque si algo tienen estas aves es que son incomprendidas. Sus vuelos a un mismo tiempo parecen erráticos, pero tan veloces que claramente deben tener algún destino. Su volar, a veces a derecha, a veces a izquierda, pareciera carecer de destino, y sin embargo a algún sitio siempre llegan. Cada una vuela sola, y sin embargo, bandadas enteras surcan a veces el cielo. Hasta su color pareciera en ellas indeciso: blanco parece su cuerpo, pero sus alas se tiñen de oscuro negro...

Por lo menos comprendemos, a veces, su belleza. Pero, tomando voz por aquellos alados mensajeros, he de contar que de todas aquellas incomprensiones sólo hay una que a la propia ave le duele. Creemos los que estamos atados a la tierra que anuncian el verano, pero ellas nunca han dicho aquello. No lo dijeron antes, que el clima era más o menos estable, y mucho menos lo dicen ahora que primero escampa y luego llueve, que en medio del sol hasta un arcoiris sale.

Si algo quisieran ellas es que entendiéramos que su vuelo no habla de llegadas, sino de regresos. Siempre vuelven las golondrinas por viejos caminos, a antiguos nidos que dieron alguna vez calor. 

Lo que anuncian con su vuelo, es que a la vida regresa la primavera.


miércoles, enero 25, 2012

El tren

Jaime, Carlos, Mónica, Julio, 
y todos aquellos que me han contado sus historias




Cuando niño, mi padre me dijo que "los libros son el viaje de quienes no pueden tomar el tren"


La frase no es suya, sino de Francis de Croisset, un comediógrafo francés. Mi padre, viajero incansable que casi nunca tomó el tren me enseño a mi también a viajar en el tiempo, pasados y futuros, a recorrer el pasado, el presente, el porvenir. Me enseño a deambular entre países, e incluso a recorrer mundos que podrían parecer inexistentes. Nunca olvidé esa frase, aunque confieso que hasta hace pocos días pensé que era una idea que hablaba siempre del lector.

Papel, Piel y Palabra, ha viajado ya a Nicaragua, España, Francia y Canadá. Ha recorrido buena parte de Colombia, y si la suerte le sigue sonriendo es probable que siga viajando. Y, curiosamente, he podido viajar con él.


Es cierto, no he tomado aún un solo tren, o un barco, mucho menos un avión, pero cada historia y cada destino han sido un nuevo viaje.

Sentado a su lado, he atravesado una ciudad entera, susurrando palabras al oído de un lector que, conmovido, no se ha atrevido a plegar aún. También, según me cuentan y ahora cuento yo, un pequeño de 6 años lo imagina un libro aventurero, capaz de recorrer mares y desiertos, escalar montañas y llegar desde nuevos hasta antiguos continentes. No es un libro de aventuras, eso es claro, pero eso no le impide ser un libro aventurero, que debe esquivar retenes en cada aduana, salvarse de atacantes con cuchillos, e incluso de reyes magos que no quieren dejarlo llegar a tiempo.

Viajé también hasta un hombre que plegó por última vez más de 30 años atrás. Y sin embargo hoy lee, esperando que recuerden sus dedos viejos pliegues.

Dormí también, bendecido yo, al lado de una mujer que decidió compartir con él su soledad. Que poco importa que se arruguen tus puntas si con ellas viene la felicidad.

Y también, según me he enterado hace unas horas, algún libro vive ahora bajo el agua, víctima de un aguacero de lágrimas de emoción. Ha de ser por eso que he tenido esta incomodidad en la garganta de las últimas semanas, que mojarse de manera permanente suele dar paso a malestares.

Años atrás, pensaba que los libros son un viaje... Sólo ahora logro comprender que no sólo lo son para quienes no pueden viajar, sino que también son el tren de quien ha puesto sus palabras en ellos.

viernes, enero 13, 2012

El galope de Sleipnir

Hace ya varios días que en estas soledades no aparecían seres mitológicos. Y varios días también en los que mi alma de caballo no rondaba estas palabras.

Pero hoy, las dos cosas se solucionan a un mismo tiempo. Esta entrada vuelve a los orígenes del blog, y a uno de los temas que más he planteado en él: La mitología. 

Si bien normalmente he creado modelos basados en la mitología griega, la nórdica nunca ha dejado de atraerme. En ella, especialmente, me ha cuestionado Odín a un tiempo guerra y a un tiempo poesía. 

Como homenaje a aquel hermoso dios viene hoy su caballo, capaz de correr de un solo galope tierra, cielo y agua, de viajar al reino de los muertos y al de los vivos. Sleipnir viene también a acompañar a tantos caballos míticos que recorren estas letras.


miércoles, enero 04, 2012

Cielo

"Despierto al lado de mi amada y descubro que el cielo no es más que la piel de una mujer que luce pecas y lunares como estrellas"