Pocas preguntas son tan apasionantes como aquellas sobre el origen del hombre. Aún hoy nos preguntamos por quienes somos y de donde venimos, como un vano intento de saber hacia donde vamos. A estas preguntas no han faltado respuestas. Desde aquellas que plantean que mágicamente surgimos por un instante de aburrición divina hasta aquellos que plantean que somos el simple resultado de una mutación (forma elegante que a veces puede ser entendida como error, lo que no deja de ser curioso: Somos el resultado de un error). En últimas, resolver esa pregunta termina siendo un asunto sobre el cuál infaliblemente volvemos a preguntarnos. Entre tantas posibles respuestas me encantan las míticas. Pensar que “fuimos creados” por un dios (a veces bondadoso, a veces terrible) que tomó un poco de arcilla y nos moldeó, pensar que hemos surgido de un grano de maíz, que somos hijos del agua, o de un cielo enamorado de la tierra, o quizás de un árbol gigante del cual somos fruto, que nacimos de la palabra pronunciada, en fin, ese pensar llena mi cabeza de imágenes que poseen una poética impresionante.
He usado la palabra poética, por que es en últimas aquella que mejor explica el ejercicio creador: Poesía viene del griego poiesis que significa hacer y creación…
Es curioso también observar como tantas culturas han otorgado su origen a un demiurgo al cual después se le dará profesión: Pasa de ser gobernante y rector de los destinos de sus creaciones a ser titiritero, arquitecto, ingeniero, escultor de la vida humana. (En unos años será genetista o biólogo molecular, pero esa es otra cosa…). En últimas, se vuelve creador aquel que crea. Creador de seres nuevos, de cosas nuevas, artífices de nuevas cosas.
Desde hace algunos días el tema de las creaciones me viene sirviendo de inspiración. El “hacedor de árboles” fue, precisamente, el origen de múltiples modelos que obedecen a un principio rector clave: Un ser crea a otro. En algunos casos esta búsqueda ha dado resultados hermosos, en otros, relativos fracasos. Emplearé un ejemplo de cada uno de ellos, con un par de modelos que me han obligado a hablar:
El primero, es un ejemplo de aquella acción de crear al otro. Realizado con una hoja cuadrada sin cortes, aunque es un modelo que representa y, espero, transmita la sensación de creación no es un modelo que técnicamente me parezca óptimo. Pero como tantas veces lo he dicho: La técnica y la estética no tienen que estar juntas para que algo sea considerado bueno, o hermoso, o bello, o… A pesar de no tener un “buen acabado” o una “definición” en ambos personajes, es clara la existencia de dos seres en un solo modelo, de dos modelos que surgen unidos… Por título le he nombrado cosmogonía, y espero sea la primera de muchas…
El segundo modelo, aunque es totalmente distinto al anterior representa la misma idea. Un ser que crea a otro. En este caso, nace de una hoja rectangular de 1*1,5 unidades, a la cual tampoco se le realizan cortes… pero… Pero en este caso el modelo, aunque pueda parecer hermoso, esta a mis ojos lejos de poseer ese “arte” que permita que supere el ejercicio técnico. El modelo es un “alarde” de técnica por encima de un alarde de emoción o sensación. Aunque provienen de la misma hoja de papel han perdido en el camino la magia de ser un solo modelo. Se han vuelto dos, uno puesto sobre otro… Independiente de eso, es un modelo que creo pueda parecer atractivo, que luce bien, que atrae. Sin embargo, aún no soporta las palabras de mi crítica. Cosa dura esa, pero al tiempo cierta: “No hay crítica más difícil que la de uno mismo”…