Hoy en día, somos seres sin memoria, sin recuerdo. La modernidad nos ha llevado al olvido de lo que fuimos y de lo que somos, y probablemente al olvido de lo que seremos. Es posible que se deba al exceso de información que tenemos día a día, que nos impide recordar todo lo que aprendemos. Es posible que sea debido a que ya no tenemos que aprender, confiados en los gigas que ofrece el disco duro, o en la memoria que ahora llevamos en el bolsillo. Pero sea cual sea el motivo, cada día prestamos menos atención a la memoria.
Ese olvido permanente nos lleva a injusticias que rara vez solucionamos, a omisiones que desconocemos. Pocos saben que al plegar a Montroll o a Komatsu están recordando a Kawahata, o que el elefante de Kamiya usa lo encontrado por Kawahata, que a su vez usaba lo encontrado por Yoshizawa. Pocos saben que al plegar a Joisel recuerdan a Elías. Y es una lástima, porque resulta fascinante recordar a los maestros, sobretodo en un arte tan nuevo como el nuestro. Llevamos menos de 100 años con un arte de papel, así que mucho puede haberse olvidado (e ignorado) en el camino. Joisel, por ejemplo, realizó ese recordar con cierta frecuencia: uno de sus más hermosos perros es simplemente una versión moderna de un modelo tradicional, muchos de sus rostros iniciales no son sino nuevas versiones de lo señalado por Elías. En mi caso, el recordar a los maestros no ha sido una labor sistemática, aunque sí una labor más o menos frecuente. A raíz de un comentario sobre un modelo clásico de Cerceda que olvidé mencionar en los antecesores del jinete a caballo he retomado uno de sus libros. En éste, encontré su “ave número 4”, un modelo simple que resulta poco detallado para un origamista que creó algunas de las palomas más bellas que he visto. El modelo, debo confesar, me ha parecido bastante “primario” (no olvidemos que observar desde el presente hacia el pasado sin mediar por el contexto suele generar subvaloraciones de lo observado). Me he decidido a plegarlo, y a medio camino he encontrado el ave propia que deseaba fluir. Nace entonces este cisne.
Robar modelos de otros suele ser un acto descarado y abusivo, que con frecuencia realizan los artistas. Los amigos artistas de Picasso escondían sus obras cuando veían que éste se acercaba. Picasso, buen ladrón, simplemente veía aquellas obras y luego regresaba a su estudio y las pintaba. Tristemente, rara vez dio el crédito a sus amigos (en parte debido a una cuestión del tiempo en que se realizaban las obras, en el cual reconocer influencias podía llegar a ser mal visto). Aún hoy en día, pareciera para muchos que plegar basándose en lo que otros han hecho es algo malo. En realidad, lo único mal visto es no dar el debido reconocimiento a aquellos de quienes tomamos las ideas.