domingo, enero 20, 2008

De modelos perdidos y caminos vueltos a encontrar

Ocurre, con frecuencia, que hay modelos que se olvidan. El plegador olvida como se hacía aquello que una vez dobló y debe acudir de nuevo a los pasos del libro. Olvida el creador aquella secuencia que encontró y que le permitía llegar a aquel modelo que quería. El espectador también, a veces, trata de recordar en vano en qué página fue que halló ese modelo que le hizo quedar sin aliento. Ocurre, con frecuencia, que hay modelos que se olvidan. Se olvidan muchos modelos viejos, porque nunca llegan a la caprichosa categoría de “clásicos”, o porque quedan sumergidos por nuevos modelos más hermosos o más comentados que hacen que sus formas caigan en confines a los que el recuerdo no gusta ir de visita.

Yo, con frecuencia, he olvidado modelos propios. En los casos más afortunados, algunos de ellos me han sido enseñados por alguien a quien se los enseñé al ser creados (casos afortunados esos)…. Otras veces, también afortunadas, aquellos modelos plegados naufragan en aquel viejo cajón que se llena de ensayos y modelos que nunca fueron presentados. En ese caso es un proceso de doblar y desdoblar de nuevo, de releerse y sorprenderse con ideas que uno creía olvidadas.

Buena parte de los modelos que he presentado en estas últimas semanas son, precisamente, relecturas de modelos anteriores. Variaciones y reajustes de otros modelos que alguna vez creé. El caballo que va a galope, el toro, y un elefante que no he presentado aún son ajustes a modelos que plegué hace algunos años pero que no fueron presentados por diversos motivos. Espero sean versiones “mejoradas” de aquellos viejos modelos.

Este que hoy presento es también un modelo que ya plegué alguna vez, pero que tristemente fue olvidado. En su momento, era un modelo que me hacía sentir orgulloso, que representaba quizás por vez primera un pastor de árboles en origami. Pero el modelo no fue nunca comentado. Quizás se debió a la mala foto o el pobre plegado presentado. Quizás fue un modelo inentendible en su momento, o simplemente nació bajo el signo del olvido, no lo sé, pero ninguna palabra recibió cuando fue presentado. Y con el tiempo, el modelo, también para mí, cayó en el olvido. Doloroso olvido por demás.
Aprovechando entonces estos tiempos de recuerdos he querido plegarlo una vez más. Quizás las arrugas de esta vez sí parezcan ser tronco de árbol, y las puntas recuperen el verdor que lo lleven a caminar mejor. Quizás el signo zodiacal de este renacimiento sea uno de visiones y no de ocultamientos, o simplemente la foto esté mejor. Sea cual sea el caso, un viejo nuevo pastor de árboles camina por estas soledades, esperando que no sea su tiempo aún de volverse completamente arbóreo.

jueves, enero 17, 2008

Silencio

“Pero porque pido silencio no crean que voy a morirme
me pasa todo lo contrario, sucede que voy a vivirme”
Pablo Neruda


Hay mucho por decir acerca del silencio. Es hermano, mayor, de la palabra, y probablemente por eso sea más maduro y un poco más sabio. Es más antiguo que la voz, y más poderoso, y debiera ser más normal al ser humano. Es más íntimo, y más primitivo.
Quizás, el silencio me guste tanto como la palabra, porque dice tanto como ella. Conozco silencios de consuelo y silencios de alegría, conozco silencios de dolor y algunos de castigo. He pronunciado silencios que aún hoy me duelen. El lenguaje de la eternidad debe ser el del silencio.

Muchos creen que el silencio es árido, seco, como el cauce muerto de un rio inexistente. Conozco silencios así. Otros creen en silencios que cantan, que hablan, que fluyen. De esos conozco varios. Hay silencios de todo tamaño y medida, de todo color y edad. Hay silencios que deben ser guardados por obligación, otros por necesidad. Hay silencios que duelen porque deberían ser palabra, y también palabras que más valdría fueran silencios.

Una de sus diferencias fundamentales ha de ser la comodidad. La palabra es, a pedido de la modernidad, cómoda. Nos sentimos cómodos con ella (y algunos en ella). Prendemos la televisión o el radio al entrar en una habitación para no sentirnos tan solos, porque silencio y soledad suelen comenzar igual. Tememos al silencio y sus implicaciones, y eso se ha vuelto la norma en todas nuestras comunicaciones. Por chat, las personas escriben desesperadas, mandan sonidos y teclean en medio de la infinita necesidad de sentir que hay alguien (cualquiera) al otro lado de la línea. Tememos la soledad y la relacionamos con el silencio. Probablemente, una forma de saber que tan solos estamos sea ver que tanto silencio podemos guardar sin que nos consuma el miedo.
¿Por qué nos duele tanto el silencio? ¿Por qué resulta tan complejo? Nuestro silencio, por definición, es entendido como ausencia del ruido. Definimos el silencio como ausencia (hermana de la soledad), y en función del ruido. Quizás, resultaría de más valor que definieramos el ruido como la ausencia del silencio. De todos modos, algo de ventajoso tiene la definición al hablar de "ausencia de ruido" y no de ausencia de sonido, porque entre ambos términos existe una diferencia fundamental. No es lo mismo ruido que sonido. El silencio que conocemos no es el silencio natural, es un silencio que se pide a gritos, que se llama y se invoca como castigo, no como realización. El silencio, en la modernidad, pareciera hablar de incomunicación y aislamiento.
Que paradoja: el fundamento de la comunicación es el silencio, y hemos logrado convertirlo en su enemigo.



Las últimas semanas he tratado de guardar silencio, y también de recuperarlo. La nueva apariencia del blog busca resaltar un silencio que diga, que deje hablar. También he tratado de recuperar el decir de los dedos, y así surge este modelo cuyo tema base (un rostro del que saliera cabello hacia un lado) es idea de Fabián Correa.

Este silencio que he plegado hoy es un silencio fluido, un silencio que vive. Hace días quería plegar un modelo más cercano a mi alma, puesto que últimamente me dedico al mundo animal. Parte de una rectángulo de 2*1, y es resultado de la investigación en las técnicas de dobleces curvos y de bajo relieve. Solo presenta un par de dobleces “formales” en el diseño del rostro. Como línea de investigación y expresión, no puedo negar que me atraen estos diseños que hablan más de superficies que de pliegues, pero aún me resulta claro que la superficie ha de estar contenida por el pliegue. Como comentario, al margen de la hoja, esta línea de investigación es consecuencia de una serie de preguntas y recomendaciones realizadas por Saadya hace un par de años. A esas preguntas la única respuesta que he logrado dar aún sigue siendo, como lo fue cuando fueron formuladas, el silencio.


viernes, enero 11, 2008

De toros y bravuras

En el proceso de plegado de un modelo nuevo es normal obtener diferentes versiones que tratan de ajustar el tamaño de una parte con relación a otra, o la proporción deseada, o, en fin, tantas cuestiones lógicas del ámbito técnico (por no decir las del expresivo) en un proceso de creación. Ese proceso es el que yo, descaradamente, suelo saltarme. Es sin dudas un error irresponsable y una decisión que tiene un altísimo costo en el modelo terminado, pues la mayoría de los espectadores no perdonan estos problemas de proporción.

Este error suele ser, en muchos casos, debido a que inocentemente confío en el ojo propio, en los ojos del artista. Y los ojos del artista miran como su alma manda, no como manda el canon de la realidad.

El artista, con frecuencia, ve desde el ojo propio, el modelo terminado es su percepción, no la realidad del mismo. En mi caso eso ha sido más norma que excepción. Al plegar el bailarín lo único que observaba eran sus piernas, motivo por el cual las piernas nacen por encima de cualquier proporción. Al plegar el jabalí lo único que buscaba era una cabeza que significara, y por eso el cuerpo terminó quedándose corto. Los ejemplos en mi caso abundan.

Este nuevo modelo no podía ser la excepción. Hace unos días vengo plegando un toro. Y no ha sido tarea fácil, pues este toro se niega a ser corrido por mis dedos. Yo, la verdad, lo entiendo. Creo que ningún toro debería ser corrido. Hace unos años tuve una amiga que era amante de los toros. Hablaba de la casta, de la bravura, de la belleza del toro al embestir al torero. Pero yo no podía dejar de pensar en la condena a la muerte que se hace en las corridas. Ella hablaba de la fiesta y yo seguía pensando en el rojo de la sangre. Lo más curioso es que ambos admirábamos profundamente a los toros.



Desde esa época he querido plegar un toro. Pero uno que me guste, uno que corra entre mis dedos. Hace algunos años plegué uno que tenía aquello que para mí resulta ser un toro: El porte. Sin embargo, el modelo se ve corto en proporciones y relaciones, en patas, en orejas.

Me he puesto entonces a la tarea de plegar un toro que sea un poco más cercano a la realidad (y lejano a mi percepción), pero el resultado sigue siendo de percepciones más que de realidades. Pero eso, visto desde otro punto de vista, no es algo extraño en mí. De hecho, ni siquiera en el origami, esquema e interpretación más que realismo (que pareciera ser una moda más actual).

En el caso de los toros, existen algunos modelos dignos de mención. Probablemente el más impresionante sea el realizado por Joisel, ejemplo de realismo más que de interpretación. Pero no es el único. Uno de los más hermosos ejemplares es el de Gabriel Álvarez, uno de esos origamistas que es menos reconocido de lo que debería (-aquí una entrada que hay que leer sobre el maestro-), y otro impecable es el de Stephan Weber. Uno más, hermoso, es el del suramericano Alejandro Dueñas, tristemente poco difundido. Hay luego otro nivel de toros más esquemáticos, entre los que se destacan uno de Yoshizawa (omnipresente en el tema de animales), y otro de Masahiro Yamanashi.



Este que presento hoy se ubica en un punto intermedio, aunque más cercano al de la visión realista que al del esquema. Queda ahora en estas soledades, para que corra, libre, y ajeno a las corridas.

miércoles, enero 02, 2008

Ejercicios sobre imitación

Hay un ejercicio que realizo con frecuencia. Es un ejercicio que denomino de “imitación”. Aquí van las instrucciones:

a. Se toma una fotografía (solo una) de un modelo del cual no se tenga acceso a sus instrucciones

b. Se pliega el modelo.

c. Se pide inspiración divina

d. Fin

Una cosa es copiar y otra es imitar. Copiar es repetir, sin intervención de la novedad. La imitación, señalé en algún momento es un punto básico para el aprendizaje, y también para la creación de cosas propias. Releyendo lo escrito, (texto completo aquí) me sorprendió esta frase:

“El problema fundamental en términos del origami es que estamos olvidando la imitación y estamos cayendo en la reproducción. Y la imitación es enriquecedores en dos sentidos: enseña y produce una nueva manifestación artística. En cambio la reproducción no produce una nueva manifestación, se limita a ‘copiarla’ y aunque para el público pueda ser lo mismo, para el artista no lo es (de hecho, para el público tampoco debería serlo).”


En mi experiencia en los ejercicios conscientes de imitación la principal cuestión surge cuando el resultado es “exitoso”. He de confesar que, de hecho, pocas veces enseño el resultado de mis imitaciones, porque las cuestiones que me hago me impiden presentarlo: ¿Es nuevo el modelo? ¿Es propio el modelo resultante? Normalmente, el resultado es propio, pues el modelo lo ha plegado el creador, sin más ayuda que una foto de modelo terminado, pero ¿es nuevo?



Este es uno de esos casos. He tomado como foto final el soberbio gato presentado por Giang Dinh en Masters of Origami en Vancouver y tratado de plegar mi propia versión de dicho gato. El resultado, si bien tiene cierta distancia del original, no deja de lado un enorme parecido con el original. Me he cuestionado este par de días sobre si presentar o no el modelo, pero una búsqueda rápida en la web permite encontrar que este tipo de gatos no es un asunto nuevo. Herman van Goubergen plegó uno que puede considerarse base en un temprano 1996. Joisel sacó una versión hace cerca de un año. Anibal Voyer plegó uno más en la misma posición. Daniela Carboni tiene uno precioso de un par de hojas y los Sumakov tienen uno similar. Incluso Román Díaz ha sacado uno más.
Así, quizás este modelo sea un resultado de imitación, pero también es un modelo plenamente nuevo, uno que espero disfruten.


Ah, por cierto, y si alguien se pregunta: De todas las posibles opciones, prefiero el de Dianh...