miércoles, septiembre 07, 2016

Secretaria

La puerta se abre. Siempre se abren y cierran puertas cuando tu oficio es manejar un taxi. Es un asunto común (el de las puertas, no el del oficio, aunque algunos dirán que con tantos que ruedan por la calle el del oficio también lo es), pero eso no implica que no traiga cierta preocupación, porque la verdad es que uno se preocupa por las puertas: que no las lancen al cerrar, que no queden mal ajustadas, que el seguro este puesto a tiempo y quitado también cuando se debe. Puertas y preocupaciones, así es el oficio. 

El caso es que suena la puerta al abrirse, y luego al cerrarse.

- Buenos días, me dice
+ Buenos días, le digo yo                         
- Me lleva a la zona industrial                         
+ Con gusto señorita                         

Siempre digo a las mujeres en mi taxi señoritas, no importa que edad tengan. Es un vicio que me quedó de mi madre, quien a todas decía señoritas, o una muletilla diría mi profesora del colegio de español. Como odiaba yo a esa profesora. Sospecho que esa sí se quedó señorita hasta la muerte, asunto que creo fue afortunado para los hombres en general, pero desafortunado para sus alumnos en particular quien debimos padecerla con su aversión al género masculino.
                         
Me pregunto en qué trabajará. Puede ser ejecutiva, o tal vez trabajar en producción. ¿Será tal vez secretaria? Me gustan las secretarias y su oficio de guardar secretos. Creo eso es en últimas lo que hacen, pues todo lo demás no es sino deformación profesional.

Y entonces lo siento. Poco a poco el taxi se va inundando de su olor. Un olor dulce y cálido, un olor de infancia. El mismo olor que sentía por las noches cuando había tenido un día malo y mi madre me quería consolar. Entonces murmuro, sin ser dueño de mi ni de mis palabras:
                         
+ Chocolate                         
-  ¿Perdón? dice ella                         
+ Chocolate repito de nuevo                         
- ¿Qué me dice?                         

Entonces las palabras salen de mi como sale el olor de una taza recién puesta. 

+ Dije chocolate señorita, porque a eso huele usted. Me huele a recuerdos, ¿sabe? Me recuerda a mi madre y su compañía, me recuerda las promesas de que todo iba a estar mejor, me recuerda que frente a una taza por las noches y durante lo que tardaba en tomarla el mundo mejoraba y tenía sentido. Me recuerda noches de insomnio conversando en el frío de una casa en la que el viento cantaba entre rendijas. Me recuerda el asiento negro en el fondo del pocillo, un dibujo que allí se hacía. Yo veía montañas y caminos, un mapa de un mejor futuro, uno en el que todo sería perfecto. Huele a alegría, a mañana, a porvenir. A esperanza. 

Chocolate, señorita.                         

La veo mirarme por el espejo.
No dice nada, sólo me mira                         

Entonces llegamos al destino y ella se baja. Es casada, dice, hace 15 años.Yo supongo nadie le había dicho que su olor era como el del chocolate, aunque quizás su marido se lo diga cada día y cada noche, pero no tendré nunca forma de saberlo. Me paga y la veo cruzar la puerta. Primero la del taxi, que se abre y cierra de nuevo.  No la lanza, la cierra con algo que para quienes sabemos de puertas podría parecer ternura. Luego la del sitio donde trabaja, que se abre y cierra a su paso. 
                         
En ella se queda mi secreto. Con suerte, secretaria.