viernes, enero 11, 2008

De toros y bravuras

En el proceso de plegado de un modelo nuevo es normal obtener diferentes versiones que tratan de ajustar el tamaño de una parte con relación a otra, o la proporción deseada, o, en fin, tantas cuestiones lógicas del ámbito técnico (por no decir las del expresivo) en un proceso de creación. Ese proceso es el que yo, descaradamente, suelo saltarme. Es sin dudas un error irresponsable y una decisión que tiene un altísimo costo en el modelo terminado, pues la mayoría de los espectadores no perdonan estos problemas de proporción.

Este error suele ser, en muchos casos, debido a que inocentemente confío en el ojo propio, en los ojos del artista. Y los ojos del artista miran como su alma manda, no como manda el canon de la realidad.

El artista, con frecuencia, ve desde el ojo propio, el modelo terminado es su percepción, no la realidad del mismo. En mi caso eso ha sido más norma que excepción. Al plegar el bailarín lo único que observaba eran sus piernas, motivo por el cual las piernas nacen por encima de cualquier proporción. Al plegar el jabalí lo único que buscaba era una cabeza que significara, y por eso el cuerpo terminó quedándose corto. Los ejemplos en mi caso abundan.

Este nuevo modelo no podía ser la excepción. Hace unos días vengo plegando un toro. Y no ha sido tarea fácil, pues este toro se niega a ser corrido por mis dedos. Yo, la verdad, lo entiendo. Creo que ningún toro debería ser corrido. Hace unos años tuve una amiga que era amante de los toros. Hablaba de la casta, de la bravura, de la belleza del toro al embestir al torero. Pero yo no podía dejar de pensar en la condena a la muerte que se hace en las corridas. Ella hablaba de la fiesta y yo seguía pensando en el rojo de la sangre. Lo más curioso es que ambos admirábamos profundamente a los toros.



Desde esa época he querido plegar un toro. Pero uno que me guste, uno que corra entre mis dedos. Hace algunos años plegué uno que tenía aquello que para mí resulta ser un toro: El porte. Sin embargo, el modelo se ve corto en proporciones y relaciones, en patas, en orejas.

Me he puesto entonces a la tarea de plegar un toro que sea un poco más cercano a la realidad (y lejano a mi percepción), pero el resultado sigue siendo de percepciones más que de realidades. Pero eso, visto desde otro punto de vista, no es algo extraño en mí. De hecho, ni siquiera en el origami, esquema e interpretación más que realismo (que pareciera ser una moda más actual).

En el caso de los toros, existen algunos modelos dignos de mención. Probablemente el más impresionante sea el realizado por Joisel, ejemplo de realismo más que de interpretación. Pero no es el único. Uno de los más hermosos ejemplares es el de Gabriel Álvarez, uno de esos origamistas que es menos reconocido de lo que debería (-aquí una entrada que hay que leer sobre el maestro-), y otro impecable es el de Stephan Weber. Uno más, hermoso, es el del suramericano Alejandro Dueñas, tristemente poco difundido. Hay luego otro nivel de toros más esquemáticos, entre los que se destacan uno de Yoshizawa (omnipresente en el tema de animales), y otro de Masahiro Yamanashi.



Este que presento hoy se ubica en un punto intermedio, aunque más cercano al de la visión realista que al del esquema. Queda ahora en estas soledades, para que corra, libre, y ajeno a las corridas.