sábado, septiembre 26, 2009

y quizas, volar

A veces me ocurre que hay modelos que se plantan en mi cabeza. Aletean como una mariposa tratando de salir. Surgen como una idea borrosa, una imagen difuminada que no logra tomar la forma adecuada. Y poco a poco, como si de un amanecer se tratara, va saliendo a la luz y pliegue a pliegue empieza a tomar forma, a salir de la idea y a volverse una realidad. A veces corresponde con lo esperado, otras veces simplemente no se consigue que tome forma. Me gusta pensar que los culpables son los dedos, mágicos interpretes de las ideas. Pienso que cuando cuentan con suerte logran seducir aquel pedazo de papel y dibujar un modelo que enamore... otras veces sólo obtienen desengaños.

Es lo normal, creo, en el proceso de las ideas. A veces se concretan, otras se desvanecen. Como Ícaro y Dédalo. Ambos viajeros de una misma idea, y ambos con finales tan discímiles. El uno que consigue seducir y enamorar. El otro que sólo obtiene un desengaño.

Quizas el final de Ícaro sea más dulce, pues pudo seguir sus eternos juegos de infancia. La historia de que sus alas se quemaron parece a todas luces falsa. Más probable que se haya dejado caer desde lo alto para nadar a mayor profundidad, y (como lo dijo Anderson Imbert) seguir jugando a que era animal terreste, y luego pájaro, y luego pez....

No sé aún si este modelo se haya desvanecido o no. El resultado aún dista de lo que imaginaba. Tampoco sé si será que lo que quiere es ser pez. O animal terrestre. O pájaro que remonte el horizonte. Creo que los dedos infunden vida a lo que pliegan, y que el papel es lo que quiere ser.

Muchas veces me ha pasado que el romance de los dedos lleva a que la idea se materialice en algo más. Puede ser la modificación de la idea al plasmarse en el material, o puede ser la realidad diciéndote que aún no sabes todo aquello que deberías saber para poder volver reales tus pensamientos. Otros pensarán que es suerte, aunque yo en lo particular no lo creo.

Hoy pongo otro pensamiento más que trata de tomar forma en el papel. Forma de papel.


sábado, septiembre 19, 2009

Cabeza de gorila

Hay algo que me gusta en las máscaras, pero también algo que temo en ellas. Dicen que en las máscaras se queda presa parte del alma de quien la realiza. Dicen que también se queda presa parte del espíritu de la criatura que representa. Aborígenes de distintas culturas y épocas usaban máscaras detrás de la cabeza, pues sabían que el animal salvaje no atacaba si lo estabas mirando...

Hay algo mágico en el poder que tiene la máscara que te permite ser otro. No es que se deje de ser uno, es que se permite ser otro uno. A veces la máscara desnuda el alma y sus deseos, sus pasiones, sus perversiones. Porque la máscara protege. Permite ser. Máscara y disfraz permiten comportarse de una forma distinta a la que la vida normal permite. Carnavales de otredades surgen con cada máscara. Carnavales de quienes queremos ser y no podemos.

La vida moderna es una maestra en el proceso de la máscara. Obliga a disfrazar y a comportar, obliga a ser otro. Obliga a poner un rostro encima del propio. Y luego otro. Y luego uno más. A veces ocurre que, en el proceso de ocultar la faz, el peso de tantas máscaras va borrando las verdaderas facciones y cuando llega la hora de mostrar la cara ya no se recuerda quien eras antes de cubrirte.

Algo bueno ha de tener, pues tu nuevo yo será la máscara que uses. Curiosa paradoja, pues ese regalo de poder elegir quién ser es también una condena. Aunque quisieramos librarnos de ese aparentar nos resulta imposible evitarlo.


En el fondo, no somos más que apariencias.