martes, julio 25, 2006

Ouroboros:

“Al contrario de lo que se dice, no existen palabras vacías.”
La caverna, José Saramago.

Mucho antes de buscar mi voz en el origami encontré mi propia voz. Mi voz real. Hablo de aquella voz física que sale del estómago o los pulmones y atraviesa las cuerdas vocales. Hace muchos años encontré mi voz al contar cuentos. Palabras propias y ajenas, palabras de otros que se volvían mías en la boca, palabras que navegaban en el alma, en el corazón y a veces en la cabeza. Jugaba con las palabras, eternas jugadoras y creadoras… eternas destructoras. En esa época conocí el poder de las palabras, la facilidad que tienen para construir o para destruir, sus componentes mágicos, aquella capacidad que depende del lugar, del tono, del momento y también de la persona que las pronuncia. Palabras que permiten convocar y devorar.

En esos tiempos (que a veces aún son estos tiempos) contaba para encontrarme y para liberarme, pero sobretodo contaba para crear. Hoy, años más tarde al retomar el tema de las cosmogonías recuerdo aquellos mitos que tienen a la palabra como creadora, aquellos mitos que comienzan diciendo: “Y dijo:..” ... En últimas decir hace. En esos mismos tiempos recuerdo haber encontrado un ser que me ha acompañado en diversos proyectos a lo largo de la vida, el ouroboros. Un símbolo conocido en todos los lugares del mundo, de una serpiente (o a veces un dragón) que se devora a si mismo. Es un símbolo que representa al tiempo la divinidad, la continuidad, el alfa y el omega, lo eterno. Pero también es un símbolo que representa el verbo creador, la palabra. Lógicamente ese fue el símbolo que usé durante años al hablar de la palabra y también al hablar de la vida, porque el principio y el fin de lo que hacemos se confunde, se vuelve uno. Cada final es el comienzo de un nuevo hacer, de una nueva realidad. Cada comienzo es el final de lo pasado.

He creado este modelo hace un par de días. Tomé una hoja de papel y me decidí a amarla, y ella optó por volverse creación y origen, por volverse palabra que crea la vida. Pero esa misma creación, a los ojos de muchos ha sido fin. Algunos han visto una cabeza que convoca un cuerpo, otros un cuerpo que es devorado. Origen y final en un mismo modelo. Es precisamente así como me encuentro de nuevo, en otros tiempos, con el ouroboros.

No deja de extrañarme lo poco representado que es este modelo en el papel: Salvo una representación de Robert Neal y alguno propio que nunca vio la luz, es un modelo inexistente, reto harto hermoso para aquellos que buscan seres no creados y modelos nuevos.

Es claro que no es un modelo que obedezca a los cánones de representación que plantean conservar una relación directa entre el nombre y la figura. Pero es precisamente una nueva lectura de un viejo tema, de un viejo símbolo. Es en últimas lo mismo que hacen las palabras: Decir de nuevo lo que se decía antes, decir de otra forma aquello que antes se decía, juntarse unas con otras buscando nuevas cosas por decir…

miércoles, julio 19, 2006

Gracias

...A Saadya




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Gracias, Merci, Thanks, Grazie, Obrigado, ευχαριστώ, Danke, asante, ありがとう, 由于, Namaste, תודה

jueves, julio 13, 2006

Cosmogonías

Pocas preguntas son tan apasionantes como aquellas sobre el origen del hombre. Aún hoy nos preguntamos por quienes somos y de donde venimos, como un vano intento de saber hacia donde vamos. A estas preguntas no han faltado respuestas. Desde aquellas que plantean que mágicamente surgimos por un instante de aburrición divina hasta aquellos que plantean que somos el simple resultado de una mutación (forma elegante que a veces puede ser entendida como error, lo que no deja de ser curioso: Somos el resultado de un error). En últimas, resolver esa pregunta termina siendo un asunto sobre el cuál infaliblemente volvemos a preguntarnos. Entre tantas posibles respuestas me encantan las míticas. Pensar que “fuimos creados” por un dios (a veces bondadoso, a veces terrible) que tomó un poco de arcilla y nos moldeó, pensar que hemos surgido de un grano de maíz, que somos hijos del agua, o de un cielo enamorado de la tierra, o quizás de un árbol gigante del cual somos fruto, que nacimos de la palabra pronunciada, en fin, ese pensar llena mi cabeza de imágenes que poseen una poética impresionante.

He usado la palabra poética, por que es en últimas aquella que mejor explica el ejercicio creador: Poesía viene del griego poiesis que significa hacer y creación…

Es curioso también observar como tantas culturas han otorgado su origen a un demiurgo al cual después se le dará profesión: Pasa de ser gobernante y rector de los destinos de sus creaciones a ser titiritero, arquitecto, ingeniero, escultor de la vida humana. (En unos años será genetista o biólogo molecular, pero esa es otra cosa…). En últimas, se vuelve creador aquel que crea. Creador de seres nuevos, de cosas nuevas, artífices de nuevas cosas.

Desde hace algunos días el tema de las creaciones me viene sirviendo de inspiración. El “hacedor de árboles” fue, precisamente, el origen de múltiples modelos que obedecen a un principio rector clave: Un ser crea a otro. En algunos casos esta búsqueda ha dado resultados hermosos, en otros, relativos fracasos. Emplearé un ejemplo de cada uno de ellos, con un par de modelos que me han obligado a hablar:

El primero, es un ejemplo de aquella acción de crear al otro. Realizado con una hoja cuadrada sin cortes, aunque es un modelo que representa y, espero, transmita la sensación de creación no es un modelo que técnicamente me parezca óptimo. Pero como tantas veces lo he dicho: La técnica y la estética no tienen que estar juntas para que algo sea considerado bueno, o hermoso, o bello, o… A pesar de no tener un “buen acabado” o una “definición” en ambos personajes, es clara la existencia de dos seres en un solo modelo, de dos modelos que surgen unidos… Por título le he nombrado cosmogonía, y espero sea la primera de muchas…





El segundo modelo, aunque es totalmente distinto al anterior representa la misma idea. Un ser que crea a otro. En este caso, nace de una hoja rectangular de 1*1,5 unidades, a la cual tampoco se le realizan cortes… pero… Pero en este caso el modelo, aunque pueda parecer hermoso, esta a mis ojos lejos de poseer ese “arte” que permita que supere el ejercicio técnico. El modelo es un “alarde” de técnica por encima de un alarde de emoción o sensación. Aunque provienen de la misma hoja de papel han perdido en el camino la magia de ser un solo modelo. Se han vuelto dos, uno puesto sobre otro… Independiente de eso, es un modelo que creo pueda parecer atractivo, que luce bien, que atrae. Sin embargo, aún no soporta las palabras de mi crítica. Cosa dura esa, pero al tiempo cierta: “No hay crítica más difícil que la de uno mismo”…


sábado, julio 08, 2006

Mi propia voz

Ese hombre es habitado por cientos. Algunos de esos cientos son ángeles y otros demonios, algunos explotan su perversión y otros la esconden. Algunos sufren, algunos lloran, algunos aman, algunos olvidan, algunos recuerdan, algunos odian, algunos ríen, algunos callan. Quiero pensar que eso le pasa a todos, pero solo puedo asegurar que me ocurre a mi. Dicen que “no se puede hablar de yo si no se habla de otros”, y tiene especial validez en los tiempos que vivimos, sometidos a una “puesta en escena cotidiana”, a un actuar según el lugar y el momento, a un no ser yo, a un ser otro yo.

Hoy hablo sobre mí con otra voz, en otro lugar. Hablo sobre quien soy y quien no soy, sobre quien no era, sobre quien no seré. Hace unos días, un amigo me recordaba el valor del silencio, del propio y del ajeno, de poder callar las voces que lo habitan a uno (algunas propias y otras ajenas) y escuchar, cuando más, solo una voz.

Agradezco, como no, a Felipe por darme voz, he invito a los lectores de estas soledades a que lean “Cosas de pajaritas”.


lunes, julio 03, 2006

El hacedor de árboles

“Quienes dicen que Zeus, padre de los dioses y los hombres, no tenía mujer o diosa preferida se equivocan. De todas las diosas, amó especialmente a Mnemósine. Dicen, y en eso no se equivocan, que Zeus amó a Mnemosíne durante nueve días con sus nueve noches… De aquellas nueve noches nacieron nueve hijas...

Así nacieron las musas. Una por cada arte.”


El mito es hermoso: Las musas surgen de la unión de la inspiración divina y la memoria.

A mi puerta han regresado las musas y su llegada me hace agradecer especialmente a aquellos que pública o privadamente me han dado apoyo en su ausencia. No sé si estas musas vienen solo de paso o si planean quedarse por unos meses (o una vida, que curiosamente surge en 9 meses, bonita relación). Espero, eso si, que se sientan bien recibidas.

El primero de estos modelos brotes de la inspiración es precisamente una semilla, un árbol, un bosque. No es una idea nueva, se representa habitualmente en los “bastones de mando” de diversas culturas suramericanas, se representa en diversos mitos clásicos europeos y se representa en una postmodernidad que es regida por la tiranía de la cabeza, del pensamiento: Solo vale lo pensado, no lo sentido, no el cuerpo, no la inspiración. Solo vale la idea, la información. He plegado un “hacedor de árboles” que bien podría ser un hacedor de ideas. Nace de la cabeza, semilla del pensamiento. Nace de la inspiración divina y de la memoria. Nace con este “hacedor” una idea que puede ser explotada y modificada permitiendo nuevos nacimientos.

Es un modelo que me gusta, no puedo negarlo. Obedece a esa línea estética que busco y a todo aquello que conceptualmente deseo que posea cada una de mis creaciones. El rostro emplea la técnica estudiada por Román Díaz en sus máscaras tipo Eric Joisel, aunque ligeramente simplificadas, el árbol emplea un viejo diseño propio que creo nunca vio la luz pública. Su nombre, especialmente atractivo en inglés, emplea una palabra ya famosa en el origami mundial: Treemaker. Por si alguien duda, dicho programa claramente no fue usado para la creación de este modelo.

Solo me queda esperar que florezca, y recordar un proverbio gitano: “Un árbol no es un bosque, pero es un buen comienzo…”