martes, enero 23, 2018

Cotidianidades (X)

La primera vez que fui a un hotel tendría 10 o tal vez 12 años. Los hoteles no estaban en el presupuesto familiar, ajeno a las vacaciones y a los viajes, así que aquello era una experiencia que no dejaba de ser importante. Recuerdo a mi madre, un par de días antes, dándome en una bolsa plástica un jabón de coco para que lavara mis boxer en el lavamanos cada día.
"Los cuelga en la puerta de la ducha, mijo, para que se le sequen en el día"

Recuerdo montar en un avión que a pesar de ir en el cielo se movía como el renault 4 que mi padre manejaba años atrás y que no recuerdo pero tengo la certeza que más de una vez rodó por carretera destapada. Recuerdo, también, mi primer desayuno en buffet. Aún hoy veo el rostro de aquel mesero que me preguntaba dónde más ponerme cosas pues en el plato no cabía más comida. Los huevos tenían tocineta ¡T.o.c.i.n.e.t.a!

Pero lo que más recuerdo es mi primer baño en aquel hotel. En mi casa nunca hubo bañera, pero allí, en ese hotel, enorme y blanca se encontraba una bañera justo debajo de la ducha. Recuerdo entrar, con mi atadito de ropa y ponerlo sobre el sanitario. Luego meterme bajo aquella ducha, con cuidado de no caerme, y abrir la llave.

Y luego recuerdo que de la ducha no cayó nada. Nada de nada. Ni una gota de agua. 

Pero en cambio, abajo, a la altura de mis rodillas, un chorro constante. Yo movía la llave hacia un lado y el agua se enfriaba. Hacia el otro, el agua era caliente. Pero, de arriba, de la regadera, ni una gota caía. Cerrar la llave, volver a intentar. Seguir esperando. Pensar si acaso para bañarse debía uno siempre llenar aquella bañera y si eso no sería demasiada agua. Recuerdo al fin, descubrir que no había más opción que bañarse debajo de aquel chorro de agua que caía desde la altura de las rodillas. ¿Y como meter allí el cuerpo?

Por partes, por supuesto. Los pies era lo fácil. Las manos no eran difíciles tampoco. Y la cabeza, ya puesto en cuatro patas resultaba posible. Y luego venía lo difícil...

No recuerdo como terminó mi baño, ni cómo descubrí aquella pequeña válvula que hacía que el agua cayera desde el cielo. Pero recuerdo bien aquella bañera blanca y mi primer baño en un hotel...

sábado, enero 20, 2018

Cuento para (tal vez) dormir

En una vieja casa vivía un niño que creía que debajo de su cama habitaba un monstruo. Y tanto miedo tenía que en las noches no lograba dormir. Hasta que una noche se armó de valor, tomó una linterna y saltó al piso dispuesto a alumbrar al monstruo.

Lo que el niño no sabía era que...

En una vieja casa vivía un monstruo que creía que encima de su cama habitaba un niño. Y tanto miedo tenía que en las noches no lograba dormir. Hasta que una noche se armó de valor, tomó una linterna y saltó encima de la cama dispuesto a alumbrar al niño.

Desde ese día, monstruo y niño, duermen tranquilos sabiendo que no hay que tener miedo, porque no hay nada del otro lado de la cama.

miércoles, enero 10, 2018

Cotidianidades (IX)

Llueve.

Las calles se llenan de carros que escapan en medio de la lluvia tratando de llegar a casa. Las avenidas, que uno creería vacías de peatones, inclementes mojan a quienes no encontraron un techo seguro, a quienes no encontraron refugio y quieren llegar a casa.
En los buses los vidrios se empañan. Somos decenas los que en medio de la lluvia también viajamos. Vuelvo a mi pueblo, a una hora de la ciudad.  Hago el dibujo de un rostro con mi dedo que quita el vapor de la ventana. Detrás de los ojos que dibujo pongo los míos que miran a la calle. Personas, carros, charcos y lluvia. Motociclistas envueltos en una suerte de bolsa plástica que suelen llamar impermeable. Más lluvia. 

En mitad del camino el bus hace una parada. Quito mis ojos de aquellos otros y veo a una mujer que cruza la puerta. Gracias, dice, muchas gracias señor. El bus arranca de nuevo. La lluvia recorre su cuerpo entero de igual forma que recorre su voz. Todo su cuerpo está empapado. También su voz, insisto.  Camina por el pasillo, en medio de pasos inciertos por el movimiento del vehículo. Busca una silla dónde sentarse. Un charco queda debajo de donde antes estuvo puesto su pie. 

Se sienta a mi lado, y me pide perdón por estar mojada. También me ha pasado, le digo.

El bus se detiene de nuevo. Otra persona entra, de pies a cabeza mojada. Gracias, dice, y el conductor sonríe y sigue su marcha.

Es un héroe anónimo, pienso yo, con la certeza de que el gracias que dicen quienes suben en medio de la lluvia traduce exactamente mi sensación de heroísmo. 

La mujer a mi lado mira y se sonríe. Dice que si con la cabeza. Sospecho sabe lo que yo pensaba, o tal vez hablaba en voz alta sin darme cuenta.

Con mi dedo, escribo héroe en la ventana, 

Tal vez, al llegar a su destino, aquel hombre vea allí un homenaje merecido.