Hace días, muchos, no pongo una entrada que me guste. Y no es por falta de inspiración o de provocación. No es por falta de tiempo (que ese no es que falte sino que se esconde). Creo que es por exceso de ocupación.
Últimamente he tenido solas a estas soledades recorridas por la palabra y visitadas por lo ojos y eso, la verdad, no me gusta.
Escribir se ha convertido en un canal de comunicación conmigo mismo, y los modelos un canal de comunicación con el mundo, que lee sin saber que lee. Así que me he puesto a la tarea de escribir algo que me guste, lo que sin duda es una irresponsabilidad con las musas. Bastante malo es tentarlas diciendo que las quiero (las requiero) como para, encima, decirles que quiero que me guste lo que me traen.
Pero esa es la realidad del día. Así que me he puesto a pensar en que escribir.
Se me ocurre hablar (o tal vez monologar) sobre “el alma” de los modelos, pero Saadya acaba de dibujar ese tema en su blog. O mejor, se me ocurre decir sobre algo que atraviesa mi garganta hace mucho: el “estado preexpresivo de la pose”, descubrimiento hermoso de Eugenio Barba en la “antropología del actor”, pero la verdad creo que sonarían a palabras sordas en este momento. Digo que, mejor, voy a hablar de algo nuevo, de algo que nunca haya hablado en estas soledades, digo que pronunciaré palabras nuevas que recorran un abecedario entero, pero…. pero no se que podría decir que sea nuevo.
Digo que no sé que decir que me guste. Así que más bien me pongo a escribir como un desaforado buscando que una palabra invite a otra y que esa otra invite a una más que se amarre con hilos invisibles a la una o a la otra y que estas dos juntas se hagan tres mientras aquella de más allá abusa descaradamente de aquella que tímidamente se atreve a anunciarse provocada por la rabia del momento o por la sonrisa que ella (que también es palabra) le ha lanzado. Ya he escrito una tarjeta de navidad y dicho dos verdades inmaduras por cada mentira crecida, ya me he desnudado frente al teclado y me he vuelto a vestir con la ausencia de comas que separen una idea de la otra y la otra de la una. Ya he jugado con un par de figuras poéticas que parecieran no articulables (de hecho probablemente no lo son) y ya he llegado al punto final de este párrafo.
Así que ahora tomo distancia y miro hacia atrás (que en este caso es hacia arriba) y descubro que ellas (las musas) han sido benévolas con ellas (las palabras) porque el texto que escribí, aunque no diga nada, me ha gustado. Así que le doy las gracias a las unas y las otras, por venir a jugar conmigo en este texto.
Últimamente he tenido solas a estas soledades recorridas por la palabra y visitadas por lo ojos y eso, la verdad, no me gusta.
Escribir se ha convertido en un canal de comunicación conmigo mismo, y los modelos un canal de comunicación con el mundo, que lee sin saber que lee. Así que me he puesto a la tarea de escribir algo que me guste, lo que sin duda es una irresponsabilidad con las musas. Bastante malo es tentarlas diciendo que las quiero (las requiero) como para, encima, decirles que quiero que me guste lo que me traen.
Pero esa es la realidad del día. Así que me he puesto a pensar en que escribir.
Se me ocurre hablar (o tal vez monologar) sobre “el alma” de los modelos, pero Saadya acaba de dibujar ese tema en su blog. O mejor, se me ocurre decir sobre algo que atraviesa mi garganta hace mucho: el “estado preexpresivo de la pose”, descubrimiento hermoso de Eugenio Barba en la “antropología del actor”, pero la verdad creo que sonarían a palabras sordas en este momento. Digo que, mejor, voy a hablar de algo nuevo, de algo que nunca haya hablado en estas soledades, digo que pronunciaré palabras nuevas que recorran un abecedario entero, pero…. pero no se que podría decir que sea nuevo.
Digo que no sé que decir que me guste. Así que más bien me pongo a escribir como un desaforado buscando que una palabra invite a otra y que esa otra invite a una más que se amarre con hilos invisibles a la una o a la otra y que estas dos juntas se hagan tres mientras aquella de más allá abusa descaradamente de aquella que tímidamente se atreve a anunciarse provocada por la rabia del momento o por la sonrisa que ella (que también es palabra) le ha lanzado. Ya he escrito una tarjeta de navidad y dicho dos verdades inmaduras por cada mentira crecida, ya me he desnudado frente al teclado y me he vuelto a vestir con la ausencia de comas que separen una idea de la otra y la otra de la una. Ya he jugado con un par de figuras poéticas que parecieran no articulables (de hecho probablemente no lo son) y ya he llegado al punto final de este párrafo.
Así que ahora tomo distancia y miro hacia atrás (que en este caso es hacia arriba) y descubro que ellas (las musas) han sido benévolas con ellas (las palabras) porque el texto que escribí, aunque no diga nada, me ha gustado. Así que le doy las gracias a las unas y las otras, por venir a jugar conmigo en este texto.