miércoles, enero 23, 2019

Café con palabras

Se llamaba Ana, y atendía el turno de las 2 hasta las 10 de la noche. Tenía ojos cafés.
Se llamaba Juan, y todos los días a las cinco le compraba, a Ana, un café, largo, con leche de soya y dos toques de canela.
Su amor hubiera sido eterno de no ser porque una tarde Juan descubrió que, en el vaso del café de quién se sentaba en la mesa a su lado, Ana había escrito las mismas palabras que él creía eran solo suyas.

sábado, enero 12, 2019

Pálpito

Dicen que Facebook es algo que ya solo usan las mamás y las abuelas, y Rosalía, que ya es las dos cosas, lo usa el doble.

Tiene 63 años, un matrimonio, 4 hijos, una separación y 4 nietos. También tiene un amante. O lo tendrá, porque el lunes, a las 2:47 pm recibió un mensaje de un desconocido en su Facebook.

En la pantalla de su tableta aquella campanita dice hola.

Se llama Jorge, y le comenta que vió su foto y quiso conversar con ella. Le pregunta además de dónde es y a qué cosa se dedica.

Rosalía se pasa el día en angustia. A las 7 y 23 minutos de esa noche, su hija mayor, nada más cruzar la puerta, ve a su madre sentada, intranquila, en una silla.

+ Mija, dice Rosalía. Es que tengo algo que preguntarle.
- ¿Qué pasó mamá?
+ Ay, mija, es que me habló un hombre que yo no conozco.
- ¿Cómo así mamá?

Rosalía explica, y la hija, entre risas, le propone que investiguen si acaso aquel hombre será real.

Es médico de 69 años, según su perfil es separado y tiene un hijo, ya grande, que vive en Europa. El perfil parece real, no muestra ninguno de los indicadores típicos de ser una cuenta falsa o un príncipe nigueriano que quiere compartir su fortuna.

- Salúdelo tranquila, mamá, pero eso sí, por ahora no le vaya a decir que vive en Medellín. Máximo dígale que vive en Colombia.

Rosalía, a la lista de sus 63 años, un matrimonio, una separación, 4 hijos, 4 nietos, un amante, le ha agregado una mezcla entre angustia y emoción.

Jorge vive en Costa Rica, y le conversa un rato por las noches, cuando no tiene turno. Se saludan por la mañana, y se despiden para dormir. Es cardiólogo, y eso ella lo hubiera imaginado porque por su culpa le anda dando brincos el corazón.
Ya van 4 meses, y la hija de Rosalía le dice que mucho cuidado con ir a mandarle fotos sin ropa o cosas así. Las dos se ríen, sobretodo la hija al ver cómo se escandaliza la mamá.
Las amigas de Rosalía se burlan de ella. Dicen que se consiguió un médico extranjero y que desde eso parece una quinceañera. Con decir que ni de la ciática se ha vuelto a quejar. También le dicen que se cuide, que seguramente se ha de tratar de un hombre que la quiere estafar, o peor aún, de uno de esos truanes que no tiene sino el mismo interés que todos los hombres tienen. A Rosalía, por primera vez, se le metió una tristeza dentro.

Todo hubiera estado bien si esa misma noche Jorge no le hubiera preguntado si acaso no quisiera salir de viaje a Costa Rica.

Allí se terminó todo.

Porque Rosalía tuvo un pálpito. Pensó que aquel hombre se estaba tomando atribuciones que no eran las debidas. Primero pedía eso, quien sabe que pediría después.

Rosalía tiene casi 64 años, un matrimonio, 4 hijos, una separación, 4 nietos y un corazón que le cojea, un poco, del lado izquierdo. Los hijos dicen que debería ir al médico, pero ella no quiere porque siente, en lo profundo, que un cardiólogo le rompió el corazón.

miércoles, enero 09, 2019

Alma



No es la técnica, es el alma.

Si, sé bien que la técnica permite la expresión, que la potencia, que la dispara.

Si, bien sé la angustia de no poder expresar por no contar con las herramientas adecuadas, el placer de un buen material y la frustración de uno malo (te hablo especialmente a ti, maldito óleo pastel blanco y a ti, acrílico detestable que arruinaste la paleta que hasta ese momento era impecable)

Pero no es la técnica, es el alma.

Conozco fotógrafos que saben cada secreto de su cámara y que sólo obtienen fotos frías, que nada dicen, que nada suman.


Conozco músicos, virtuosos de escalas y de digitación perfecta, que sólo aburren, que no conmueven, que no te tocan. 

Escritores que saben 1000 adjetivos pero sus historias carecen del cariño de lo propio, del mimo de lo deseado. 

Y también artistas, expertos en 1000 pliegues o 10.000 trazos (que para esto que digo viene a ser lo mismo) que sólo saben repetir al otro, al que algo dijo al que algo más que repeticiones mecánicas tiene para poner.

Sus voces son sólo ecos en los que nada real brilla.

Prefiero el alma, la voz propia, la pasión del decir. Porque la técnica, bendita ella, siempre ha de venir luego del espíritu.

No es la técnica, te digo. Es el alma.
Así que, si vas a hacer arte, más te vale que tu alma tenga algo que decir.

lunes, enero 07, 2019

Desnudo





Desnudo. (Estudio)
Acrílico aplicado con espátula sobre base de madera.
***


Inspirado en un cuadro de Dan McCaw, artista norteamericano

domingo, enero 06, 2019

Propósito de año nuevo



Sufro de lo que parece ser una timidez artística. Es extraña y selectiva.

La mayoría de lo que hago en plastilina lo muestro por estos lados, sin vergüenza o pena alguna. Una suerte de exhibicionismo descarado. Allí no hay ninguna timidez.

Con el origami, en cambio, soy más selectivo. Muestro algunas cosas, aquellas que me tomo el tiempo de plegar en limpio en algún buen papel. El resto duerme en cajas regadas por la casa, esperando algún día ver la luz. Si, sé que es difícil de creer, pero aún pliego. De hecho, un libro completo está ya diagramado esperando sólo algún día pliegue y tome las fotos que los modelos merecen.

Con lo que escribo depende el día y la necesidad. Algunas cosas las muestro, otras las dejo en el olvido. Antes guardaba cosas para concursos que nunca ganaba o editoriales que nunca quisieron publicarme. Nunca he sabido si escribo mal o solo soy aburrido o tal vez repetitivo. Ya es poco lo que escribo, y menos lo que muestro.

Cuando cuento cuentos.... Bueno, ya nunca cuento cuentos, salvo como regalo a los que amo y me aman de vuelta.

Con lo que pinto, en cambio, muy pocas cosas muestro, y pocas veces considero son cosas buenas. No sé, es una paradoja que aún no entiendo en mi. Solo algunos pocos, excesivamente cercanos, conocen lo que hago. Arrumados uno sobre otro descansan decenas de cuadros que he pintado. Me digo a mi mismo que son estudios, bocetos para cuando algún día sepa pintar de verdad, y así me perdono (a veces) por dejarlos abandonados. Sufro de una timidez que no entiendo, que no me entiendo.

Esta semana estuve organizando algunas cosas. Cambio de año, supongo, y deseos vanos de una casa un poco ordenada para variar. Encontré en el olvido tantas obras, tantas cosas que a veces hablan de arte que decidí llenar las paredes de la casa, los muebles, las repisas. 


De repente vi... Belleza. Tan solo eso, belleza.

Este año trataré de mostrar un poco más de lo que hago. Primero en mis paredes, luego en las demás. No sé si sean cosas buenas o no, pero es por ahora mi propósito de año nuevo. 


¿Valdrá la pena?

jueves, enero 03, 2019

Buho (I)




A mi padre le gustan los búhos, lo sé desde que soy un niño.

Colecciona pequeños objetos con su forma, algunos de piedra, otros de cerámica, algunos tejidos, algunos de papel. El material nunca le ha importado mucho, sólo el búho que allí vive.

Con los años le he regalado algunos que me han parecido tienen su nombre en él. Que se le va a hacer, hay regalos así, que tienen nombre propio.

Y, aunque creo que regalar arte (o artesanía) siempre es difícil, pues debes adivinar el gusto de quien recibe y no solo seguir el gusto propio, en algunos casos como el de
la catrina de hace unos días o en el de este búho, es un gusto conocido y la suerte suele acompañar el regalo.


Me gusta, lo confieso, hacer yo mismo los regalos que entrego. Es dejar parte de uno en ellos.
Este es solo uno de una serie de 6 que ahora adornar su pared.
Pintado con Oleopastel sobre cartulina negra. En unos días iré mostrando los demás.