jueves, julio 06, 2017

Una pensión de mala muerte

Lo mío es un problema de ruido. Leí por Internet que se trata de un trastorno de personalidad múltiple con modificaciones asintomáticas, lo que viene a traducirse en palabras simples en que soy un bicho raro. Porque eso de las personalidades múltiples funciona de manera más o menos ordenada. Un día se es una viejita amable y muy decente, al otro un asesino en serie. Además, y eso es maravilloso, normalmente no se conocen. Si lo hicieran la viejita regañaría al asesino y le prohibiría hacer esas cosas con puritica voz de madre. Pero no, no se conocen. No saben lo que el otro hace porque suelen ser así, ordenados y juiciosos. Primero aparece el uno, va y hace lo suyo y luego llega el otro. 

Y lo mío no es eso, claro que no. A mi se me aparecen todas al mismo tiempo. La maldita vieja y el asesino en serie, el anarquista que sólo quiere ver el mundo arder y el joven responsable que sólo quiere salir adelante con un buen trabajo. Y se pelean, claro. Porque todos saben lo que está haciendo el otro. Se crean pequeñas guerras barriales, como si fueran pandillas de película de bajo presupuesto. Hay un escritor bohemio, que sueña con publicar un libro de poemas y se la pasa escribiendo cuentos de dudosa calidad. El muy idealista no sabe de negocios, de editoriales, de canales de distribución. El yupi que se cree gerente y que dice saber de eso podría ayudarle si quisiera. Pero ese par se odian a muerte. Creo fueron ellos dos los que comenzaron la guerra interina, pero ya no me acuerdo. Esa parte de mi memoria la tiene en comodato un viejito bonachón que hoy sufre de alzheimer y aunque era muy respetado ya nadie le consulta nada. El joven responsable no sabe tomar partido. Quiere ser como el yupi ese, exitoso, con buen cargo, respetado, pero también admira secretamente al bohemio artista, aunque está convencido que va a caerse muerto de hambre el día menos pensado. La viejita los quiere a todos como si fueran hijos, y sufre mucho con tantas peleas. El anarquista es para ella el hijo bobo que hay que cuidar porque ella sabe que él quiere ver arder el mundo con la esperanza de que algo bueno salga de las cenizas. Y también sabe que nunca va a tener éxito. El asesino en serie es el más callado de todos, y eso francamente lo agradezco. No es un mercenario, lo cual me gustaría aún más porque sé que el yupi le pagaría por matar a todos y quedarse solo. El anarquista también quisiera contratarlo, pero no le alcanza con la platica que le da la viejita amable cada semana. Además sospecho el anarquista quisiera que el asesino lo matara a él primero, lo que seguramente no disfrutaría porque existe un cierto afecto entre homicidas y anarquistas. De todos es el niño el que más sufre. No entiende por qué se llevan tan mal los unos con los otros, y de no ser por la mujer nudista y medio puta que le habla desde el lóbulo frontal seguramente ya se hubiera ido a cualquier otro cerebro. Todos le tienen ganas a esa mujer, pero ella no quiere nada con nadie sino algo con todos. 

Creo existe una madre cabeza de familia entre todos esos. No habla mucho, o por lo menos eso parece. La escucho sobretodo por las noches cuando hace cuentas de cómo llegar a fin de mes porque su jefe no le paga el sueldo hace dos meses. Es por la crisis, dice. Al jefe no lo conozco. Ese no vive en mi cabeza afortunadamente, aunque no dudo que él y el yupi se entenderían de inmediato. Estoy seguro que si la madre no estuviera siempre tan angustiada y si pudiera disponer de un poco de tiempo cogería trapera y escoba y limpiaría un poco todo el mugre que llevo dentro. Pero no tiene tiempo, ni fuerzas, ni plata para comprar un buen cepillo. Por lo que sé, quisiera dejar a su hijo con la viejita mientras se va a trabajar, pero el niño es rebelde y grosero con la madre y prefiere irse donde el poeta pobre que no le da comida pero le enseña a hacer avioncitos de papel. 

La última vez que fui al psicólogo me decidí a contarle todo eso. Era necesario, les dije a todos, porque si seguían así me iban a enloquecer del todo. Esperaba el doctor me internara o por lo menos me mandara alguna pastilla que los mantuviera en silencio por un rato. 
Me miró desde la silla al lado del sofá y me preguntó si había otros. Le dije que si, que eran más, que mi cabeza parecía una pensión de mala muerte en la que los inquilinos llegan y nunca se van. Que a dios gracias el asesino ejercía una suerte de control de población.

El tipo ese me miró. Se tocó las gafas y me dijo que lo mío era normal, que así eran todos los que el conocía. Que para mí no había pastillas ni góticas de valeriana. 

Entonces todas las voces de mi cabeza entendieron exactamente lo mismo al mismo tiempo: ese tipo estaba más loco que una cabra. 

Por cierto, tengo cita de nuevo el lunes.