El día que se inventó el color (4)
Cuatro: cuando los colores son un asunto del idioma.
Cuando dijimos que los colores, en últimas, viven dentro de nosotros, dejamos una implicación en el aire: el color y la percepción del mismo es un asunto cultural.
Culturas diferentes, en momentos diferentes, interpretan los colores de manera distinta. Es increíble pero cierto. Los griegos de la antigüedad, por ejemplo, tienen una extraña relación con el azul: básicamente no existe. Cuando se revisan los textos como la Ilíada o la Odisea se encuentra algo sorprendente: el mar es rojo, a veces negro, pero nunca azul. No se trata de que Homero fuera daltónico (aunque sería bueno tener un compañero tan famoso en eso del daltonismo). Los textos de la época no mencionan nunca el azul. No, tampoco es que el mar en aquella época fuera de otro color. Es que para una cultura entera el azul no existía.
Seguramente alguno pensará que los griegos estaban locos, pero no eran los únicos que no veían el azul. Los himnos védicos, textos religiosos anteriores al budismo, no tienen referencias al azul. Hablan de cielos hermosos, de la luz sobre el horizonte, de las nubes, pero nunca del azul del cielo. En textos como el Corán o la Biblia (en sus versiones más antiguas) parece no haber referencias al azul. En muchos textos de la antigua China pasa igual. En resumen, pareciera que el azul no existe sino hasta que los egipcios le dieron un nombre y comenzaron a utilizarlo (aproximadamente 2500 años a. de C.)
La existencia (o no) del azul permite ilustrar un punto sumamente interesante: lo que no se nombra, parece no existir. Y eso es algo especialmente claro con los colores.
Muchas culturas clasifican los colores en categorías muy amplias: oscuros y claros, (blanco y negro, luz y oscuridad) por ejemplo. Luego agregan colores rojos a la clasificación, luego verde y luego azul. El amarillo, por ejemplo, suele ser muy cercano al blanco. Otras culturas son mucho más exactas. Hay por ejemplo, una leyenda urbana que señala que los esquimales tienen hasta 50 nombres para denominar el blanco. En Rusia, por ejemplo, el color azul tiene nombres diferentes y categorías diferentes si se trata de azul claro o azul oscuro. Mientras, en Namibia, la tribu Himba no tiene nombre para el azul. De hecho no logra reconocerlo en diferentes estudios similares a los que se hacen para saber si alguien es daltónico o no. En cambio, tienen tantos nombres para el verde que son capaces de reconocer gamas que otras culturas no. Algo similar ocurre con los chinos, que tienen múltiples palabras para el rojo, mientras que emplean muchas menos para el azul.
¿Qué podemos concluir entonces?
Bueno, por lo menos un par de cosas. Para comenzar, que el color que vive dentro de nosotros, vive también en nuestra propia cultura (como siempre, la cultura lo permea todo).
Y, para terminar, que el color es siempre una cosa hermosa, independiente de cómo lo nombremos.