domingo, abril 06, 2008

Abrazos

La interpretación del mundo y de la realidad en que vivimos no es un asunto simple. Para interpretar usamos lo que conocemos para explicar lo que desconocemos. Creamos relaciones entre conceptos y nociones para llegar a nuevos conceptos y nociones. Experimentamos. Jugamos con ideas que se deslizan de neurona a neurona, jugando a aparecer, jugando a ser.

El primer punto de contacto que tenemos con el mundo son los sentidos. Abrimos como ventanas los ojos al mundo para tratar de devorarlo con una sola mirada, abrimos los oídos para oírlo todo y el gusto para todo saborearlo. Olemos para distinguir entre que está bien y que está mal. Abrimos incluso nuestra piel al contacto de las cosas para tratar de entenderlas.


Usamos nuestros sentidos permanentemente, pues también a ellos debemos nuestra percepción del mundo. Y, pese a que los usemos todos, resulta común que prioricemos unos sobre otros. Incluso, sin saberlo, volvemos esa priorización de un sentido una parte fundamental de nuestro lenguaje. Hay quienes preguntan si “se ve claro el asunto”, o quienes dicen que “no lo sienten claro”, o “que no les huele bien el asunto…” Hay quienes, para ver, tocan. Hay quienes todo tienen que probarlo para poder entenderlo. La modernidad prioriza ojos y oídos, ver y escuchar. El amor prioriza quizás el sentir. Y la música prioriza el oído. Priorizamos una y otra vez, aunque no queramos hacerlo.

Pero priorizar a veces implica ignorar. Damos valor a unos y descartamos otros… ¿por qué lo hacemos? ¿A qué se debe la priorización o negación de un sentido en particular? En parte es un asunto cultural, pero también es un asunto netamente propio. Conozco muchos que rehúsan el tacto aunque no logren entender por qué lo hagan. Y con frecuencia he descubierto que aquellos que más lo niegan suelen ser quienes más lo necesitan, porque el tacto es uno de los primeros sentidos (sino el primero) que nos permite tener una experiencia del mundo. No en vano el órgano más grande del cuerpo es la piel. El abrazo es quizás uno de los reflejos de animalidad que aún conservamos: nos abrazamos aún sin saber porqué nos abrazamos, tocamos con una necesidad imperiosa por ser tocados, por tener contacto, por sentir.

Priorizo sin querer la escucha y el tacto, la piel y el oído. Me pregunto por el abrazo, por qué dice y cómo lo dice. Me enamoro de aquellos que cuando abren los brazos para abrazar lo que en realidad abren es el alma. De esos que están llenos de puertas que abren para dar abrazos. Me pregunto por qué tantos animales abrazan y si sus abrazos tendrán los mismos significados que los nuestros. Me pregunto también por qué hay quienes sólo pueden abrazarse a sí mismos.



Me pregunto si se abrazará la tierra a la lluvia cuando cae, la luna a la noche. Si se abrazan los amantes a la noche que termina, y los vivos a la vida. Si la parca nos abrazará cuando nos lleva y nosotros le devolvemos el abrazo. Por qué abrazamos ideas, abrazamos amores. ¿Se abrazarán los árboles cuando no los vemos, o acaso sus raíces bajo tierra crecen tanto buscando otro árbol a quien llegar? Descubro que como desesperados abrimos los brazos pidiendo contacto, sin reconocer que lo que abrimos en realidad es el alma a quien a ella llega. Pedimos abrazos aunque les tememos. Abrazamos, aunque no sepamos por qué abrazamos.