miércoles, octubre 14, 2015

Eva


Esta entrada se publicó originalmente aquí
acompañando un modelo de origami.  
Se publica de nuevo, ahora sin imágenes y con algunas 
correcciones de estilo, 
para comodidad de quienes sólo buscan 
las palabras de este blog.



Si a la serpiente la hubieran dejado contar su versión, bien distinta sería la historia, pero a ella nadie le preguntó, pues bien sabido es que a los escritores de ficción nunca les ha interesado validar las fuentes.

El paraíso, lo que se dice entretenido, no era. Adán soñaba con montar un circo. Decía que "podía dominar las bestias" pero era claro que aquello no gustaba a nadie. Por un lado a éstas poco o nada les gustaba que tan despectivamente las llamaran, y por el otro es que aquello de dominar no era para nada cierto. Ellas se dejaban, pero sólo cuando querían. Además, la idea del circo a todos resultaba ridícula pues ¿quién iría a verlo?

Pero ese era Adán. Se pasaba de locura a locura, y de locura a tontería. Como si fuera poco, aquella alimentación a base de hortalizas lo mantenía de mal genio. Pero en eso hay que ser honestos, que la idea no había sido suya, sino de Eva que no paraba de leer libros de dietas y de auto ayuda. Y Adán no estaba tan gordo. Si había ganado algunos kilos, es cierto, pero era normal con los años. Además, si a eso vamos, tampoco es cierto que la manzana engorde de más.

Bien sabía la serpiente que era Eva quien llevaba las hojas de parra de la relación, o como dicen modernamente: los pantalones. Y es que era sexy, tanto como para despertar los celos de Adán cada que ella le decía que "tenía que ir a hablar con dios, que no volviera hasta que lo llamara". Es que además Eva llegaba a ser cruel, con una facilidad que impresionaba.

Era provocativa, insistía la serpiente, tanto cómo para poner nervioso a dios cuando le decía que lo esperaba "como la habían traído al mundo", es decir, llena de preguntas.

Pero entre Eva y dios nunca hubo nada. A Eva le gustaban los amantes que se olvidaban de ellos mismos, que amaban sin recato. Y dios siempre vive preocupado de si mismo y del que dirán, si hasta ángeles tiene que le cantan todo el día.

Si le hubieran preguntado a la serpiente ella hubiera contado que por eso Eva prefería su reptil compañía. Que se habían enamorado cuando le había hablado desde lo alto del manzano. Que amaba el ondular sinuoso cuando ella bajaba hasta el piso y luego trepaba por sus piernas, buscando dónde amarrarse cómo las serpientes hacen. Que cuando estaba en el manzano la esperaba y que cuando se veían no paraban de hablar. Es verdad que a la serpiente le parecía que Eva no requería libros de autoayuda y mucho menos libros de dietas, pero la oferta literaria en el paraíso era francamente pobre.

Si alguien hubiera escuchado a la serpiente, ella le habría contado que cuando Adán puso a Eva a escoger, atacado por los celos que de dios tenía, ella no dudo en segundo en irse al manzano a buscar a su serpiente. Y que dios, herido en ese orgullo que tenía a imagen y semejanza de Adán, sintió que la cólera lo invadía.

La pataleta de Adán al encontrarse engañado con la serpiente tampoco ayudó mucho, pues como buen patrón que era dios decidió que no tenía por qué aguantarse las quejas del uno y los desplantes insinuantes de la otra y los echó a los dos aunque con eso se quedó sin quien pagara arriendo por el paraíso.

Pero nada de esto cuenta la serpiente. Pues desde que Eva se fue ya con nadie habla. Sin Eva en el paraíso no hay más que soledad.