martes, mayo 02, 2006

Cuando llega la luna

“Es la verdad que a veces ciertos sonidos inarticulados que, sin querer, nos salen de la boca, no son otra cosa que gemidos irreprimibles de un dolor antiguo, como una cicatriz que de repente se hace recordar.”

El hombre duplicado, José Saramago.


El acto de poner rostro a lo celeste ha sido innato al hombre. De hecho, es un acto típico justificado en la gestal, en la búsqueda de cerrar aquello que se nos presenta ajustándolo a cosas conocidas. Buscamos figuras en los tapices y los estampados, en las manchas que salen en una pared, en los nudos de la madera. Y, con frecuencia, nos sorprendemos encontrando rostros. La acción de poner un rostro a lo desconocido tiene dos efectos fundamentales: permite reconocer, y permite humanizar. Por la vía del reconocimiento puede conjurarse, por la de la humanidad puede vencerse, o amarse, o odiarse, o…

A finales de los 90, la nueva era trajo un resurgir de soles y lunas que comercialmente crearon un verdadero (aunque no real) firmamento en cualquier tienda. Adoradores del sol y de sus danzas circulares aparecían anunciando la salvación del mundo por medio de sus danzas (bueno, la verdad, algunos lograron salvarse a si mismos y eso es haber salvado al menos un mundo). Adoradores de la luna acudían a cuarzos y sombreros de punta, a reconocer en las fases y las manchas que mostraba, presagios de buenos tiempos por venir.

Últimamente me sorprende un proceso creativo que trata de salvar el alma de dolores y de ahogos, de cegueras ajenas y propias, de angustias. Un proceso que busca reconocer y nombrar, uno que busca salvar al mundo por medio de la danza, encontrar presagios de buenos tiempos por venir. El modelo de la muerte surge de inmediato, sin pruebas, como un vano esfuerzo por conjurarla, por nombrarla, por ponerle rostro… El modelo del sol surge con solo un ensayo anterior. Es bonito eso de que el sol salga cada día, a pesar de la muerte, de que lleve luz… También sale la luna, que en mis manos surge también con solo una versión previa que trabajaba sobre la misma idea.

Hay quienes decían, hace mucho, que el arte, que el verdadero arte, surgía del dolor, de aquellas cuchilladas que se hacían sobre el alma y que dejan marcas que no se olvidan… La verdad nunca creí dicha afirmación fuera cierta… Hoy descubro que tiene algo de verdad.

“El hombre solo dirá la verdad sobre si mismo al encontrarse detrás de una máscara”