La caverna, José Saramago.
Mucho antes de buscar mi voz en el origami encontré mi propia voz. Mi voz real. Hablo de aquella voz física que sale del estómago o los pulmones y atraviesa las cuerdas vocales. Hace muchos años encontré mi voz al contar cuentos. Palabras propias y ajenas, palabras de otros que se volvían mías en la boca, palabras que navegaban en el alma, en el corazón y a veces en la cabeza. Jugaba con las palabras, eternas jugadoras y creadoras… eternas destructoras. En esa época conocí el poder de las palabras, la facilidad que tienen para construir o para destruir, sus componentes mágicos, aquella capacidad que depende del lugar, del tono, del momento y también de la persona que las pronuncia. Palabras que permiten convocar y devorar.
En esos tiempos (que a veces aún son estos tiempos) contaba para encontrarme y para liberarme, pero sobretodo contaba para crear. Hoy, años más tarde al retomar el tema de las cosmogonías recuerdo aquellos mitos que tienen a la palabra como creadora, aquellos mitos que comienzan diciendo: “Y dijo:..” ... En últimas decir hace. En esos mismos tiempos recuerdo haber encontrado un ser que me ha acompañado en diversos proyectos a lo largo de la vida, el ouroboros. Un símbolo conocido en todos los lugares del mundo, de una serpiente (o a veces un dragón) que se devora a si mismo. Es un símbolo que representa al tiempo la divinidad, la continuidad, el alfa y el omega, lo eterno. Pero también es un símbolo que representa el verbo creador, la palabra. Lógicamente ese fue el símbolo que usé durante años al hablar de la palabra y también al hablar de la vida, porque el principio y el fin de lo que hacemos se confunde, se vuelve uno. Cada final es el comienzo de un nuevo hacer, de una nueva realidad. Cada comienzo es el final de lo pasado.
He creado este modelo hace un par de días. Tomé una hoja de papel y me decidí a amarla, y ella optó por volverse creación y origen, por volverse palabra que crea la vida. Pero esa misma creación, a los ojos de muchos ha sido fin. Algunos han visto una cabeza que convoca un cuerpo, otros un cuerpo que es devorado. Origen y final en un mismo modelo. Es precisamente así como me encuentro de nuevo, en otros tiempos, con el ouroboros.
No deja de extrañarme lo poco representado que es este modelo en el papel: Salvo una representación de Robert Neal y alguno propio que nunca vio la luz, es un modelo inexistente, reto harto hermoso para aquellos que buscan seres no creados y modelos nuevos.
Es claro que no es un modelo que obedezca a los cánones de representación que plantean conservar una relación directa entre el nombre y la figura. Pero es precisamente una nueva lectura de un viejo tema, de un viejo símbolo. Es en últimas lo mismo que hacen las palabras: Decir de nuevo lo que se decía antes, decir de otra forma aquello que antes se decía, juntarse unas con otras buscando nuevas cosas por decir…