No puedo decir que soy un artista. Nunca he llegado a hacerlo. Estudié música desde los 4 años, hasta que un par de años atrás he dejado por completo los instrumentos. (Una renuncia dura, no puedo negarlo). Hace 15 años empecé a ganarme la vida contando cuentos. No buscaban generar la risa (aunque algunas veces lo hicieron). Hace 10 estudié teatro y hace un poco menos me gradué como actor dramático. Poco ejercí el teatro en las tablas del escenario, mucho en la vida y la docencia. Y todos estos años me ha acompañado el papel. A veces como partitura, a veces como dramaturgia, a veces como soporte a las palabras, y a veces también como plegado. Tampoco soy el origamista que espero algún día llegar a ser. No puedo, aunque quisiera, decir que soy un artista, o por lo menos no el que quisiera ser.
Y, sin embargo, he vivido muchas veces la crisis del arte. La crisis de buscar el qué decir y el cómo decirlo. La crisis del deseo de plasmar aquello que lleva el alma. El último gran cuestionamiento que tuve al respecto comenzó hace 3 años, con una profunda conversación con uno de los origamistas que más admiro: Saadya. Sus palabras me llevaron a la búsqueda de un camino en el origami que apenas hoy comienzo a dilucidar, y que por fin hace unas semanas tomó forma en mi cabeza completamente. Pero que algo tome forma en la cabeza no implica que de forma a las manos.
Existen cientos de caminos en el mundo del origami. Hay quienes recorren el camino de la geometría, bien sea con hermosos teselados, o con estructuras modulares. Hay quienes recorren el camino de la complejidad, con una búsqueda del realismo o incluso del naturalismo en los modelos creados y plegados. Que luzca real, aún a costa de 1000 pasos. Otros más idealistas buscan más en menos. La expresión con menos dobleces. Para muchos de ellos la búsqueda de la realidad nunca podrá competir con la realidad real. Hay quienes buscan dejar el alma en sus pliegues. En tiempos como éste complejidad y realismo parecen ser el paradigma dominante en el mundo del papel.
Y es, precisamente en estos tiempos en los que más se necesita que alguien busque beber en otras fuentes. Sin embargo, la realidad es que para todos esos caminantes resulta un camino duro y solitario. Un camino por tan pocos recorrido, que a veces no deja más que el polvo de la desolación.
En esos momentos, es cuando más se necesita encontrar alguien que desee caminar. Aunque su destino sea otro, siempre se necesita con quien hacer el camino y detenerse de cuando en vez a beber