viernes, enero 12, 2024

Murciélago

Era lunes y desperté con ganas de plegar. El día pasó vacío, como algunas veces, y dio camino a la noche. Me metí a la cama con la misma inquietud de la mañana y pensé que era un indicador. 

Veremos que pasa dije, invocando a los dioses del sueño nocturno. 

Era martes y me temblaban los dedos, así que tomé una hoja y me pregunté si aún recordaría cómo doblar. El primer pliegue llevó al segundo, el segundo al tercero, el tercero al cuarto. La secuencia salió completa, desde el primer doblez hasta el último. Sólo un par de líneas dudaban de su proporción.

Me acosté mirando aquella criatura que me devolvía la mirada. Desperté en miércoles y decidí ponerla sobre un papel (otro distinto, claro). El lápiz trastabillaba con la hoja; lo que en mis dedos había fluido como río aquí chocaba como ola. 

Un dibujo, sólo un dibujo más , insistía.

Desperté en jueves, en viernes, en sábado, en algún día hasta que perdí la cuenta. El murciélago todavía estaba allí, como en un cuento breve de Monterroso, y los dibujos, aunque me costara creerlo, también se mantenían. Dejé de contar los días y me puse a enumerar los pasos (los míos y los del dibujo). Por fin escribí el último número, el que cierra, el que termina. Tomé otra hoja y escribí estas palabras. 

Desperté en la noche y descubrí que el murciélago, las hojas, los pliegues y los dibujos se habían ido volando.