domingo, febrero 15, 2015

Buey de Agua

A veces me ocurre. 

Algunos temas se me vuelven recurrentes, casi obsesivos. Me persiguen una y otra vez, agazapados, esperando el más mínimo descuido (o también la mínima intención) para simplemente plantarse frente a mí y exigirme los recorra. Si estoy en la calle, es como si toda la ciudad estuviera llena de presencias o de ausencias, según el tipo de recuerdo en recurrencia. Si es en casa, saltan de los cajones y los armarios con tan solo prender la luz. Muchas veces es un asunto placentero, no puedo negarlo. Recorrer los recuerdos, cuando dulces, es vivirlos un poco de nuevo. Por algo la palabra recordar significa precisamente volver a pasar por el corazón. Tampoco puede negarse que otros días es un asunto doloroso. Cuando amargos, los momentos recordados pasan también de nuevo justo dentro del pecho. A veces el recorrido no es un asunto de pasados, sino de futuros. No recorres lo que fue sino lo que podría ser, lo que pudo haber  sido. Cuando hablamos de pliegues, pasa eso exactamente. A veces recorro pliegues que ya fueron, tratando de mejorarlos un poco cada vez, a veces lo que vienen son temas nuevos que trato y trato de plegar, una y otra vez. En las últimas semanas se encuentran escondidos recuerdos de las cosas que no fueron. Me esperan en las hojas de manera evidente, mirando, tratando de decir, recomendando elija un camino u otro, exigiendo decida hacia dónde trazar la siguiente línea.

Cuando eso pasa lo único que puedes hacer es dejar que sea el corazón el que guíe la caricia de las manos, con la esperanza de que esa piel plegada quiera estremecerse con tu tacto.