Algunos temas se me
vuelven recurrentes, casi obsesivos. Me persiguen una y otra vez, agazapados,
esperando el más mínimo descuido (o también la mínima intención) para
simplemente plantarse frente a mí y exigirme los recorra. Si estoy en la calle,
es como si toda la ciudad estuviera llena de presencias o de ausencias, según
el tipo de recuerdo en recurrencia. Si es en casa, saltan de los cajones y los
armarios con tan solo prender la luz. Muchas veces es un asunto placentero, no
puedo negarlo. Recorrer los recuerdos, cuando dulces, es vivirlos un poco de
nuevo. Por algo la palabra recordar significa precisamente volver a pasar por
el corazón. Tampoco puede negarse que otros días es un asunto doloroso. Cuando
amargos, los momentos recordados pasan también de nuevo justo dentro del pecho.
A veces el recorrido no es un asunto de pasados, sino de futuros. No recorres
lo que fue sino lo que podría ser, lo que pudo haber sido. Cuando hablamos de pliegues, pasa eso
exactamente. A veces recorro pliegues que ya fueron, tratando de mejorarlos un
poco cada vez, a veces lo que vienen son temas nuevos que trato y trato de
plegar, una y otra vez. En las últimas semanas se
encuentran escondidos recuerdos de las cosas que no fueron. Me esperan en las hojas de manera evidente, mirando,
tratando de decir, recomendando elija un camino u otro, exigiendo decida hacia
dónde trazar la siguiente línea.
Cuando eso pasa lo único que puedes hacer
es dejar que sea el corazón el que guíe la caricia de las manos, con la esperanza de que esa piel plegada quiera estremecerse con tu tacto.