lunes, septiembre 26, 2016

Mujeres que bailan

Hay mujeres que bailan cuando caminan. Las ves en las calle, caminando, recorridas en todo su cuerpo por una extraña mezcla entre descaro y pudor.

Se presentan así, tan evidentes, que cada parte de su cuerpo habla con sutiles confidencias.

Algunas bailan con su cadera. Paso a paso su cuerpo se mueve de un lado al otro, dibujando en el aire una ligera luna naciente a la que los hombres difícilmente niegan su aullido.

Otras bailan con sus hombros, adelante y atrás, una invitación y un rechazo, una propuesta y un desaire, un venir para luego irremediablemente emprender la marcha.

Hay otras que bailan con las manos. Esas suelen ser más tímidas. Sus dedos se mueven sobre el propio cuerpo, sabiendo de memoria los pasos de baile. Se toman a veces la propia ropa, como si de repente fueran a comenzar a bailar una cumbia. Quizás lo hagan en su cabeza.

Mis favoritas bailan con los senos. A veces es un sutil temblor que acompaña cada paso, a veces un movimiento amplio y descarado. No es un asunto del tamaño. Hay mujeres con senos como montañas y otras con senos que son llanura. Algunas duras como roca, y otras blandos como almohadas. No importa. Todas ellas bailan y con su danza causan un embrujo que obliga a suspirar para no morir de ahogo, de asfixia o de imaginación.

Hay mujeres que cuando las ves caminar antojan de bailar al corazón.

miércoles, septiembre 21, 2016

Gato


Toco la puerta.
Adentro, un gato
tigre de alcoba
león de apartamento.

Me adentro en sus dominios,
agazapado me mira
me acecha
me vigila

Escondido tras las patas
de un sofá
revisa cada paso.
Me contempla.
Espera

A lo lejos suena su rugido
que más parece 
un llamado
 o un cariño

De improviso se lanza sobre mí.
Ataca mis cordones
boas domésticas que estrangulan 
mis zapatos.
Lucha zarpa a zarpa,
colmillo tras colmillo

Me quito el zapato para que juegue tranquilo
y su combate se torna sin tregua.
Mete su cabeza por la boca del zapato
temo lo engulla para siempre

Gato sale,
victorioso.
Se tiende sobre el cuerpo del vencido
y me mira. 

Se levanta y sube sobre mí, 
dispuesto a reclamar
su premio.
Me ronronéa,
camina en círculos
 sobre mi
se refriega
Cree me salvó la vida

Tal vez lo hizo. 

domingo, septiembre 11, 2016

Guitarra


A lo lejos
una guitarra se queja
a lo lejos.

Hay cantos
que son llantos
y llantos
que son canciones

Cada cuerda es un nudo
cada nudo es un amarre
cada uno es el anuncio de un vaivén

uno, dos
uno, dos

Una guitarra llora
a lo lejos.


miércoles, septiembre 07, 2016

Secretaria

La puerta se abre. Siempre se abren y cierran puertas cuando tu oficio es manejar un taxi. Es un asunto común (el de las puertas, no el del oficio, aunque algunos dirán que con tantos que ruedan por la calle el del oficio también lo es), pero eso no implica que no traiga cierta preocupación, porque la verdad es que uno se preocupa por las puertas: que no las lancen al cerrar, que no queden mal ajustadas, que el seguro este puesto a tiempo y quitado también cuando se debe. Puertas y preocupaciones, así es el oficio. 

El caso es que suena la puerta al abrirse, y luego al cerrarse.

- Buenos días, me dice
+ Buenos días, le digo yo                         
- Me lleva a la zona industrial                         
+ Con gusto señorita                         

Siempre digo a las mujeres en mi taxi señoritas, no importa que edad tengan. Es un vicio que me quedó de mi madre, quien a todas decía señoritas, o una muletilla diría mi profesora del colegio de español. Como odiaba yo a esa profesora. Sospecho que esa sí se quedó señorita hasta la muerte, asunto que creo fue afortunado para los hombres en general, pero desafortunado para sus alumnos en particular quien debimos padecerla con su aversión al género masculino.
                         
Me pregunto en qué trabajará. Puede ser ejecutiva, o tal vez trabajar en producción. ¿Será tal vez secretaria? Me gustan las secretarias y su oficio de guardar secretos. Creo eso es en últimas lo que hacen, pues todo lo demás no es sino deformación profesional.

Y entonces lo siento. Poco a poco el taxi se va inundando de su olor. Un olor dulce y cálido, un olor de infancia. El mismo olor que sentía por las noches cuando había tenido un día malo y mi madre me quería consolar. Entonces murmuro, sin ser dueño de mi ni de mis palabras:
                         
+ Chocolate                         
-  ¿Perdón? dice ella                         
+ Chocolate repito de nuevo                         
- ¿Qué me dice?                         

Entonces las palabras salen de mi como sale el olor de una taza recién puesta. 

+ Dije chocolate señorita, porque a eso huele usted. Me huele a recuerdos, ¿sabe? Me recuerda a mi madre y su compañía, me recuerda las promesas de que todo iba a estar mejor, me recuerda que frente a una taza por las noches y durante lo que tardaba en tomarla el mundo mejoraba y tenía sentido. Me recuerda noches de insomnio conversando en el frío de una casa en la que el viento cantaba entre rendijas. Me recuerda el asiento negro en el fondo del pocillo, un dibujo que allí se hacía. Yo veía montañas y caminos, un mapa de un mejor futuro, uno en el que todo sería perfecto. Huele a alegría, a mañana, a porvenir. A esperanza. 

Chocolate, señorita.                         

La veo mirarme por el espejo.
No dice nada, sólo me mira                         

Entonces llegamos al destino y ella se baja. Es casada, dice, hace 15 años.Yo supongo nadie le había dicho que su olor era como el del chocolate, aunque quizás su marido se lo diga cada día y cada noche, pero no tendré nunca forma de saberlo. Me paga y la veo cruzar la puerta. Primero la del taxi, que se abre y cierra de nuevo.  No la lanza, la cierra con algo que para quienes sabemos de puertas podría parecer ternura. Luego la del sitio donde trabaja, que se abre y cierra a su paso. 
                         
En ella se queda mi secreto. Con suerte, secretaria.