No es la técnica, es el alma.
Si, sé bien que la técnica permite la expresión, que la potencia, que la dispara.
Si, bien sé la angustia de no poder expresar por no contar con las herramientas adecuadas, el placer de un buen material y la frustración de uno malo (te hablo especialmente a ti, maldito óleo pastel blanco y a ti, acrílico detestable que arruinaste la paleta que hasta ese momento era impecable)
Pero no es la técnica, es el alma.
Conozco fotógrafos que saben cada secreto de su cámara y que sólo obtienen fotos frías, que nada dicen, que nada suman.
Conozco músicos, virtuosos de escalas y de digitación perfecta, que sólo aburren, que no conmueven, que no te tocan.
Escritores que saben 1000 adjetivos pero sus historias carecen del cariño de lo propio, del mimo de lo deseado.
Y también artistas, expertos en 1000 pliegues o 10.000 trazos (que para esto que digo viene a ser lo mismo) que sólo saben repetir al otro, al que algo dijo al que algo más que repeticiones mecánicas tiene para poner.
Sus voces son sólo ecos en los que nada real brilla.
Prefiero el alma, la voz propia, la pasión del decir. Porque la técnica, bendita ella, siempre ha de venir luego del espíritu.
No es la técnica, te digo. Es el alma.
Así que, si vas a hacer arte, más te vale que tu alma tenga algo que decir.
Sus voces son sólo ecos en los que nada real brilla.
Prefiero el alma, la voz propia, la pasión del decir. Porque la técnica, bendita ella, siempre ha de venir luego del espíritu.
No es la técnica, te digo. Es el alma.
Así que, si vas a hacer arte, más te vale que tu alma tenga algo que decir.