viernes, abril 27, 2018

Un agujero en el vestido

Hay quienes vamos por la vida
cargando las cicatrices, siempre visibles,
de una ruptura.

Tratamos de esconder aquellos rotos
como quien esconde un agujero en un vestido:
una sonrisa quizá,
algún asomo de inteligencia.

Pero lo cierto es
que por cada uno de aquellos agujeros
se nos mete el frío
y la tristeza.

¿Entiendes ahora, amor mío,
por qué digo que te amo, costurera?

miércoles, abril 18, 2018

Cotidianidades (XIV)

¿Y cómo vas con tus monstruos? me pregunta con ese tono de voz que es al tiempo curiosidad y certeza.

Mejor, le digo. Ya nos hemos ido acostumbrando los unos a los otros y bien que mal convivimos. Debe ser eso lo que llaman la serenidad de los años.

¿A qué te refieres? insiste, con esos ojos de tierra y de esperanza, de bosque oscuro y de sonrisa.

Mis monstruos también se van volviendo viejos, con sus canas y sus achaques, con dolores en la mañanas al despertar, con sus caprichos. Hay algunos que incluso lucen tiernos con los años, como si el tiempo fuera teñiendo de costumbre su existencia igual que lo hace con los recuerdos. Hay días en los que me sorprendo cuidando de ellos, preguntándoles cómo están.

¿Y no has pensado despedirlos de una vez? pregunta, conociendo la respuesta.

No. Nunca. Si ellos se fueran ¿quién me haría compañía?

lunes, abril 09, 2018

¿Qué libro hay en tu mesa de noche?

La pregunta “qué libro hay en tu mesa de noche" siempre me ha parecido más poética, provocadora e imprecisa que aquella que cuestiona por cuál es el último libro que se está leyendo.
Quizás la belleza de aquella pregunta radique precisamente en su imprecisión.
En una mesa de noche pueden habitar, por ejemplo, libros de aquellos que no son para leer sino para contemplar. Son aquellos los libros que funcionan como paisajes, escenografías deseadas para sueños que llegarán más tarde aquella noche, pero de los cuales con frecuencia no habrá recuerdo al despertar.
En otras mesas pasan en vela los libros preferidos, aquellos que se han leído una y cien veces y que cada vez dicen algo diferente, como una suerte de magia que hace que sea el libro quien lea a la persona y por eso, justo por eso, modificara sus ideas, sus frases y memorias.
Hay estudiantes, recuerdo algunos, que en su mesa tenían algún libro de texto. Soñaban vanamente y sin nunca confesarlo que de alguna forma lo que decía en esos libros pasara de noche a sus cabezas. Sobra decir que aquello nunca llega a funcionar, lo sé por experiencia propia.
Conozco algunas mesas más que son habitadas por libros que son una provocación para noches en las que no se conciliaran sueños, peleas o lecturas. Algunos ilustrados, como una suerte de kamasutra moderno, y otros en los cuales el erotismo se encuentra entre las curvas de algunas letras y las piernas abiertas de otras más.
O tal vez en aquella mesa haya un libro de cuentos para el bien dormir. Cuentos cortos, de aquellos que cuentan con las palabras justas y en la medida exacta.
Hay otros que guardan en su mesa aquello que su fe dicta como palabra santa. Lo guardan como una suerte de talismán contra males y desgracias, aunque muchas veces no lo lean y casi nunca lo practiquen.
Y hay mesas, esas son las peores, que hasta hace unas noches cojeaban y que ahora bajo alguna de sus patas, un libro ha vuelto a regalarles equilibrio. Esas mesas son para los libros una afrenta imborrable, pues de hecho guardarán sobre su lomo la cicatriz del peso de una mesa en la que nunca se leyó.
¿Qué libro hay, me pregunto, en tu mesa de noche?

viernes, abril 06, 2018

Cotidianidades (XIII)

Me paro frente a todos y comienzo. Es una clase más. Ya he perdido la cuenta de cuántas van en este curso. Hablamos de cosas que cambian el mundo, de cosas que no lo hacen, de un tema y luego de otro. Entonces trazo una línea y luego otra y menciono un color.

Me miran, extrañados, y dicen que es otro. Tienen razón, por supuesto. Confundo los colores como quien confunde gatos pardos en una noche oscura. Soy daltónico les digo.
Siempre ocurre lo mismo luego, las mismas preguntas que he escuchado desde niño una y otra vez:  ¿Es verdad que el verde lo ven rojo y el rojo lo ven verde? ¿De qué color es esta camisa? ¿Y esa otra? ¿Y esto de qué color es?

Es una rutina que ya conozco. Hablo de aquel enredo en mi cabeza entre el verde que es gris o tal vez café, de los azules y morados que son iguales siempre, del amarillo y el naranja, irremediablemente semejantes. Hablo de mis ojos que nunca miran igual. Hablo.

Entonces, no se bien por qué, me confieso:
Yo no tengo muchos sueños - les digo- pero si pudiera cumplir tan solo uno quisiera ver un arcoíris.

Se miran unos a otros. No saben bien que decir.  Se hace el silencio.
Uno de ellos se pone a reír. Y luego otro, y otro más. En instantes la risa es parte de todos.

Sonrío también.
Seguramente sean los nervios, me digo.
Sonrío insisto, aunque dudo que noten que mi sonrisa es aquella que se pone  cuando algo se rompe por dentro.


A veces es difícil no sentirse abandonado.