Años atrás leí que, en el fondo, éramos una combinación de todos los elementos del universo. Recuerdos de un lejano estallido en el cuál todos los elementos tuvieron origen. No somos, decía, más que la mezcla de pequeñas cantidades de aquella explosión.
Años atrás, escuché que en realidad no éramos más que bolsas de agua y carbono. Definición que curiosamente no dejaba de ser considerablemente acertada.
No dudo de la biología y de la razón que tenga, pero creo que no es la única explicación posible. Tampoco voy a ponerme religioso, a señalar que somos parte del espíritu de alguna deidad. Es sólo que creo que, más que agua, somos tierra. Parcelas de tierra a la espera de ser sembradas.
Algunas veces no sabemos cómo o quién lo sembró, pero en medio de esta tierra habita un enorme árbol de soledad. Sus frutos caen y generan nuevas soledades. Nos volvemos un eterno entramado de ramas que se abrazan en la noche.
Otras veces, un árbol de alegrías es quien nos habita. Y pequeñas alegrías nos recorren y nos siembran sin siquiera llegar a darnos cuenta. Entonces llegan las aves a atravesarnos y llenar los nidos con sus cantos.
A veces nos miramos y nos encontramos baldíos. Ocurre que no sabemos qué sembrar, o aunque sepamos qué, desconocemos el cómo hacerlo. Tierra sin sembrar que no sabe ser sembrada. Entonces conocemos gente. Personas que, sin esperarlo, llegan a sembrarnos. No siempre lo saben, pero nos siembran. Nos volvemos bosques de lo que otros plantan en nosotros. Las hendiduras de nuestra alma se llenan de forma tan profunda que los surcos que se generan nunca logran cerrarse de nuevo. Y a veces siembran promesas, y otras más siembran tristezas. A veces siembran sonrisas dulces y alguna que otra carcajada. Un sembradío toma forma en nosotros y las raíces de nuestros árboles se entrelazan y se anudan. Se lían como tejidos por palabras que empiezan a construirnos. Y es entonces que descubrimos que aquellos que conocemos se vuelven parte de quienes decidimos ser. Para bien o para mal quienes nos siembran se hacen parte nuestra.
Y llega aquel momento en el que, más que tierra, nos convertimos en un bosque.