jueves, octubre 26, 2017

Cotidianidades (VII)

Camino por una calle del poblado, un barrio de clase alta de Medellín. Frente a mi dos mujeres que algunos nombrarían “bien“ caminan. Entre paso y paso hablan y yo escucho.
»... Y entonces me dijo “párate de frente, yo te valoro“
* ¿Pero con ropita o sin ropita?
» No, así vestida... pero luego me dijo “súbete la blusa yo miro“
* ¿Y qué dijo?
Entonces llegan al semáforo que cambia de color y ellas cruzan la calle en una sola carrera. Yo me quedo detrás y un lento y pesado río de carros nos separan.
No supe como valoraron a aquella mujer que caminaba. Bien pensado, no supe nunca si hablaban de una cita médica o del casting para una película porno, de cirugía plástica o de modelaje.
Me quedé con la calle, con la duda, y con una historia sin final. Siempre he odiado las historias inconclusas.

lunes, octubre 23, 2017

Cotidianidades (vi)

» Hoy el mar está tranquilo
+ ¿Por qué lo dices mi niño?
» Estuve escuchando con mi caracola en el oído, y no se escucha que haya tormenta.
+ Tienes razón mi niño dulce: en tu mar no habitan tormentas.

Algún día, tal vez, le contaré lo que suena en aquella caracola. Pero hoy, en su voz, yo también escuchó un mar en calma.

sábado, octubre 07, 2017

Cotidianidades (V)

Yo tuve una infancia de pantalones rotos.

Supongo fue una infancia buena, porque los pantalones rotos y las rodillas raspadas han sido siempre innegables testigos de aquellas aventuras que bien merecen un cuarto de hora o dos entre remiendos. Fue también una infancia de pantalones de botas descoloridas, pues mi madre me compraba unos jeanes largos y las botas las doblaba y guardaba hacia adentro. Cada cuatro o cinco meses descosía el dobladillo y aquel pantalón quedaba ahora con una franja de color debajo.
Así iba yo al colegio, con las rodillas de mi pantalón cosidas y las botas en franjas de distintos tonos de azul. De claro a oscuro, según el momento del año. Aquellos pantalones fueron durante mucho tiempo los mismos que usaba en casa. Porque había niños que tenían 5, 6 o incluso 10 pantalones y cuando salían de estudiar se los cambiaban y se ponían otros. Pero mi casa no era de esas y los pantalones debían durar más tiempo, y soportar aquella doble vida de estudiante y niño que vivimos todos, o por lo menos la mayoría. No me quejo de mi infancia. Siempre tuve pantalones.

Hoy, con 39 años, me he sentado en una mesa a poner un parche en los pantalones de mi hijo. El también tiene trofeos y raspones en las rodillas. El también es un niño de pantalones rotos y de parches. Con la aguja en la mano, a venido a mi memoria la infancia y los recuerdos de aventuras. Entre recuerdos estuve a punto de sonreírme...

El problema es que cuando estaba a punto de recordar aquella atracción magnética irrefrenable que el piso ejercía en mis rodillas se me ha aparecido el rostro de la coordinadora académica de mi colegio.

La recuerdo de aquel día que me hizo parar frente a todos porque no llevaba bien el uniforme, porque a pesar de mi camisa por dentro y mi correa apretada, mi pantalón tenía un parche en la rodilla que mi madre me había puesto.

- "Parche en la rodilla y botas desteñidas", dijo frente a todos.

Recuerdo la cara de mi madre cuando esa tarde le conté que me habían sacado del salón por mi pantalón. Yo, alumno de buenas notas que desde niño amaba estudiar. Yo de jeans azules rotos.

Recuerdo que le dije que la coordinadora había mandado a decir que "si es que acaso no tenía plata para comprarme unos blujeans carrel del éxito". La verdad es que no, no había, pero mi madre siempre se las arregló para que yo tuviera pantalones y lonchera. Imagino mi madre haya pedido prestado el dinero porque también recuerdo al día siguiente llegar a clase con pantalones nuevos y una promesa recién hecha: aquellos pantalones me iban a durar todo el año sin rotos en las rodillas.

Y así, mientras pongo un parche en el pantalón de mi niño, recuerdo a esa coordinadora.
Puede que usted no se acuerde de mí, señora coordinadora, pero yo si me acuerdo que usted, por un parche en mi rodilla, mató de golpe la infancia que yo todavía tenía.

miércoles, octubre 04, 2017

Microcuento (iii) - Displicencia

Se miraron con honesta displicencia y entonces el hombre en el espejo bajó la mirada. No soportaba ver aquello en lo que el dueño de su imagen se había convertido.