Para Naftalí, con el deseo de que al fin haga las paces.
Aquiles, antes de ser el de los pies ligeros, el invencible, el despiadado, el pastor de hombres, el del escudo irrompible, antes de ser aquel que todo el mundo conoce era, simplemente, Aquiles.
Y a aquel hombre le ofreció el oráculo dos destinos: una vida corta y gloriosa, que le garantizaría la inmortalidad de su nombre... O una vida larga y sin gloria, con hijos y nietos, pero tras la cual caería en el olvido...
Años atrás leí aquella historia y me pregunté, puesto en su lugar, cuál hubiera sido sido mi elección: la suya también hubiera sido la mía. La gloria, por supuesto, se me antojaba dulce; la eternidad corta.
Hoy paso los 45 años. Sobra decir que no he alcanzado gloria alguna y mucho menos inmortalidad. Mi nombre se perderá en el tiempo como lo hará el de mi padre, el de mi abuelo y el de todos aquellos que estuvieron antes que ellos.
No habrá estatuas ni coliseos, tampoco epopeyas que hablen de mi ira o de mi viaje. Pero he amado y me han amado, he visto a mi hijo crecer y a mi madre envejecer, he tenido amigos, he cruzado vida con quienes encontraron su propio camino, he aprendido y he olvidado. He vivido, en fin, lo que debia vivir.
Como nos cambia la vida cuando entendemos que la verdadera gloria es vivir una buena vida.
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