viernes, agosto 27, 2010

el sueño de dios

Un día, los humanos tuvieron la certeza: "no somos más que el sueño de dios."

Desde entonces, la humanidad se reúne a cantar eternas canciones de cuna, con la esperanza de que aquel dios jamás vaya a despertar.

jueves, agosto 12, 2010

Cisne

Pocos animales tan nobles como el cisne. No hablo de nobleza como una cualidad de su carácter, sino de la relación constante con la realeza e incluso, en muchos casos, con la divinidad.  
En otros tiempos estuvieron presente en mitos, cuentos y leyendas alrededor del mundo. Aún hoy en día, tras el paso de los siglos, la realeza inglesa es dueña de todos los cisnes salvajes que vuelan por el país.
Dicen los griegos que el dios de dioses se convirtió en cisne para amar a una mujer. Dicen los británicos que un caballero andante, venido de otras tierras en una barca halada por un cisne es quien defiende el honor de una antigua reina. Dicen que luego se convirtió en esposo y amante de aquella reina, y que más tarde aun, hubo de partir cuando ella le preguntó por su origen. Algo similar cuentan los normandos, aunque para ellos no es un caballero sino un antiguo dios. Los suramericanos cuentan de un cisne que, a su lomo, llevó a un dios infantil hasta el otro lado del mundo, desde donde gobernaría su creación. Un cuento infantil por todos conocidos habla de un pequeño pato que se convierte en cisne de gran belleza. Un filósofo clásico cuenta sobre el canto de los cisnes antes de morir, no como un canto de dolor y de agonía, sino como una celebración de lo vivido y sobretodo de la alegría de poder ingresar a lo que hoy llamaríamos cielo.
El cisne ha estado siempre presente, acompañando aquello que es noble y también aquello que es divino. El cisne ha estado constantemente tratando de representar aquello que quisiéramos llegar a ser.
También, aunque no lo sabia, ha estado presente entre mis dedos. Justo detrás de los caballos, el animal que más me ha pedido el alma es esta poderosa ave.  Puede ser que el alma me pida que me convierta en ave y entre mis alas abrace a una mujer, o que defienda el honor de alguna (poco probable pues todas aquellas que conozco son siempre honorables). O puede, simplemente, que lo que el alma pide es que cante de alegrías, que celebre la vida y lo vivido, y yo, terco, me he demorado tanto tiempo en entender.
Así que celebremos los amores, lo vivido y lo que falta por vivir. Y sobretodo celebremos la nobleza siempre divina de nuestra alma.

sábado, junio 19, 2010

EL RITUAL EMOCIONAL DE LOS TAIMAKUN (FRAGMENTOS)


[…] Así que, para dejar de querer, en aquel pueblo se arrancaban el corazón. Lo dejaban en cajas de colores claramente separados unos de otros siguiendo una codificación por cromática que, para quienes están familiarizados con sus costumbres, resulta claramente comprensible: Cada caja es marcada con un color que representa el tipo de amor perdido. Hay corazones que se guardan en cajas negras, pues negros amores fueron. Otros se guardan en cajas blancas intentando la pureza de aquel amor pueda preservarse. Algunos son guardados en cajas de un color rojo encendido, pues se supone que los amores profundos están marcados por este color que más que pasión representa para este pueblo un contacto con la deidad. No deja de ser curioso señalar que para muchos de ellos la piel es un regalo de lo divino, razón por la cual explorar la piel del otro es entrar en contacto con la divinidad. […]

[…] “La primera vez que te sacas el corazón es la más impresionante. Dudas si serás capaz de seguir vivo, dudas que te vuelva a nacer el corazón. Pero una vez vencido el miedo resulta una actividad bastante cómoda.” […]

[…] Resulta sumamente conmovedor observar como unos pocos conservan el ritual de extirparse el corazón. Pero más sorprendente aún es observar cómo pueden sacar cada tiempo los distintos corazones que han guardado en cajas de colores, para usarlos nuevamente y volver a amar a quienes antes creían perdido. Aunque no es así como lo explican, parece que más que para dejar de querer, el ritual sirve para seguir queriendo sin dolor […]

[…] No hay regalo más valioso entre los Taimakun que un corazón ya usado, entregado en su respectiva caja. Para aquellos no iniciados en sus misterios resulta siempre un regalo amenazante, pues recibir el corazón de otro no deja de ser una profunda responsabilidad, pero quienes descubren el resultado de la actividad registran un cambio tan profundo que nunca más pueden amar sin dar a cambio el corazón. […]

[…] No puede hablarse de un único ritual para entregar el corazón. En algunos casos el ritual es altamente ceremonial, en otros la ausencia de elementos externos es manifiesta. El caso de entregar el corazón entre sexos opuestos resulta tan poético como ausente de materiales o recursos externos:
“Uno frente a otro se despojan de su ropas, y desnudos se sientan de forma que puedan tocarse uno a otro. Luego unen sus frentes y hablan. Evalúan los motivos por los cuales han de darle el corazón al otro, y luego simplemente se abren el pecho y lo intercambian.”

Entre personas del mismo sexo, el intercambio suele realizarse de manera más paulatina, pero no por esto menos comprometida. La ausencia de la desnudez es, en cambio, compensada por la abundancia de rituales de una sutileza difícil de comprender, incluso para ellos mismos. De hecho, no siempre puede decirse que se entregue el corazón de la misma forma. La mayoría de las veces se programan actividades, que aunque nos parezcan pequeñas, son sumamente importantes para el pueblo:

“...asistir juntos a celebraciones, participar en juegos colectivos. Normalmente no hablamos mucho, pero cada vez que asistimos a esos eventos y sudamos juntos nos entregamos uno al otro un poco del corazón.”


[…] Igualmente, no existe mayor insulto que dejar un corazón a la intemperie, en cajas que no soporten ni la luz ni el agua. Los Taimakun piensan que “un corazón dejado a la intemperie habla más de quién lo ha dejado afuera que de quien lo ha entregado”.

[…] Se han presentado casos en los cuáles el destinatario del corazón no resulta digno del regalo. Al preguntarles sobre este asunto a los Taimakun, su respuesta resulta inicialmente enigmática: “quien no es digno de recibir un corazón, jamás será digno de entregarlo”. Sin embargo, esta respuesta es más que una figura literaria pues, de hecho, de una forma que aún nos resulta desconocida, los Taimakun reconocen en el corazón de quien ha sido “maldecido” las huellas de su acto indigno, y al acercarse a él evitan cualquier tipo de contacto que ponga en riesgo su corazón. En cambio, para compensar a quien entregó el corazón en vano, suelen buscarse curanderos que con palabras y actos sanen viejos dolores y nuevamente permitan entregar el corazón.
Tristemente lo que no era un hecho común en aquel pueblo regido por las mismas creencias empieza a ser cada día más frecuente al encontrarse con personas provenientes de otras culturas. Algunos Tamakun, siguiendo el ejemplo de otras culturas han dejado de arrancarse el corazón. Se denominan a sí mismos “Taimakun-natapy”. Según dicen:

“el dolor de entregar el corazón a un indigno tarda tiempo en sanar. En cambio los Kutana (nombre que dan a quienes no pertenecen a su pueblo) nunca sufren de ese dolor pues aman de a pedacitos y siempre en lo superficial, y así se evitan el dolor”
Lo que los Taimakun-natapy no comprenden aún es que si bien evitan el dolor también evitan la alegría del amor profundo […]

martes, junio 08, 2010

El bosque

Años atrás leí que, en el fondo, éramos una combinación de todos los elementos del universo. Recuerdos de un lejano estallido en el cuál todos los elementos tuvieron origen. No somos, decía, más que la mezcla de pequeñas cantidades de aquella explosión.

Años atrás, escuché que en realidad no éramos más que bolsas de agua y carbono. Definición que curiosamente no dejaba de ser considerablemente acertada.

No dudo de la biología y de la razón que tenga, pero creo que no es la única explicación posible. Tampoco voy a ponerme religioso, a señalar que somos parte del espíritu de alguna deidad. Es sólo que creo que, más que agua, somos tierra. Parcelas de tierra a la espera de ser sembradas.

Algunas veces no sabemos cómo o quién lo sembró, pero en medio de esta tierra habita un enorme árbol de soledad. Sus frutos caen y generan nuevas soledades. Nos volvemos un eterno entramado de ramas que se abrazan en la noche.

Otras veces, un árbol de alegrías es quien nos habita. Y pequeñas alegrías nos recorren y nos siembran sin siquiera llegar a darnos cuenta. Entonces llegan las aves a atravesarnos y llenar los nidos con sus cantos.

A veces nos miramos y nos encontramos baldíos. Ocurre que no sabemos qué sembrar, o aunque sepamos qué, desconocemos el cómo hacerlo. Tierra sin sembrar que no sabe ser sembrada. Entonces conocemos gente. Personas que, sin esperarlo, llegan a sembrarnos. No siempre lo saben, pero nos siembran. Nos volvemos bosques de lo que otros plantan en nosotros. Las hendiduras de nuestra alma se llenan de forma tan profunda que los surcos que se generan nunca logran cerrarse de nuevo. Y a veces siembran promesas, y otras más siembran tristezas. A veces siembran sonrisas dulces y alguna que otra carcajada. Un sembradío toma forma en nosotros y las raíces de nuestros árboles se entrelazan y se anudan. Se lían como tejidos por palabras que empiezan a construirnos. Y es entonces que descubrimos que aquellos que conocemos se vuelven parte de quienes decidimos ser. Para bien o para mal quienes nos siembran se hacen parte nuestra.

Y llega aquel momento en el que, más que tierra, nos convertimos en un bosque.

miércoles, mayo 26, 2010

palabras sueltas

No puedo decir que soy un artista. Nunca he llegado a hacerlo. Estudié música desde los 4 años, hasta que un par de años atrás he dejado por completo los instrumentos. (Una renuncia dura, no puedo negarlo). Hace 15 años empecé a ganarme la vida contando cuentos. No buscaban generar la risa (aunque algunas veces lo hicieron). Hace 10 estudié teatro y hace un poco menos me gradué como actor dramático. Poco ejercí el teatro en las tablas del escenario, mucho en la vida y la docencia. Y todos estos años me ha acompañado el papel. A veces como partitura, a veces como dramaturgia, a veces como soporte a las palabras, y a veces también como plegado. Tampoco soy el origamista que espero algún día llegar a ser. No puedo, aunque quisiera, decir que soy un artista, o por lo menos no el que quisiera ser.

Y, sin embargo, he vivido muchas veces la crisis del arte. La crisis de buscar el qué decir y el cómo decirlo. La crisis del deseo de plasmar aquello que lleva el alma. El último gran cuestionamiento que tuve al respecto comenzó hace 3 años, con una profunda conversación con uno de los origamistas que más admiro: Saadya. Sus palabras me llevaron a la búsqueda de un camino en el origami que apenas hoy comienzo a dilucidar, y que por fin hace unas semanas tomó forma en mi cabeza completamente. Pero que algo tome forma en la cabeza no implica que de forma a las manos.

Existen cientos de caminos en el mundo del origami. Hay quienes recorren el camino de la geometría, bien sea con hermosos teselados, o con estructuras modulares. Hay quienes recorren el camino de la complejidad, con una búsqueda del realismo o incluso del naturalismo en los modelos creados y plegados. Que luzca real, aún a costa de 1000 pasos. Otros más idealistas buscan más en menos. La expresión con menos dobleces. Para muchos de ellos la búsqueda de la realidad nunca podrá competir con la realidad real. Hay quienes buscan dejar el alma en sus pliegues. En tiempos como éste complejidad y realismo parecen ser el paradigma dominante en el mundo del papel.

Y es, precisamente en estos tiempos en los que más se necesita que alguien busque beber en otras fuentes. Sin embargo, la realidad es que para todos esos caminantes resulta un camino duro y solitario. Un camino por tan pocos recorrido, que a veces no deja más que el polvo de la desolación.

En esos momentos, es cuando más se necesita encontrar alguien que desee caminar. Aunque su destino sea otro, siempre se necesita con quien hacer el camino y detenerse de cuando en vez a beber

viernes, mayo 14, 2010

Pegaso

Un agradecimiento profundo a Marcio, quien con sus comentarios ayudó a que este modelo tomara vida propia.


Concepto o representación. Realidad o interpretación.

De nuevo, vuelvo a los caballos. He empezado a creer que lo que ocurre es que más que alma de caballo, lo que tengo es algún karma de jumento. Ha de ser por eso que tantos y tantos modelos equinos me resultan.




No es el tipo de caballos que suelo presentar (aunque dudo que exista un “tipo” de caballos en mi obra). La búsqueda de la simplicidad es lo que enmarcó la creación de este modelo. Sólo un par de versiones preliminares antes de salir, y por supuesto mucha ayuda de un par de musas que a bien tuvieron susurrarme en el oído….

Lejos de los pegasos comunes, espero que buen viento lo encuentre y a buenos prados llegue.


domingo, mayo 02, 2010

Zorro

Dedicado a Jorge Jaramillo, muchas gracias!!


Enseñando a plegar el toro a Carolina Aguilera (quien de paso sea dicho decidió aprender a plegarlo con una hoja de escasos 15 cm), planteé una idea que normalmente repito en todas las clases de origami en las que me veo involucrado: Si en medio del proceso observan un modelo que resulta propio o más atractivo que aquel que andan aprendiendo lo mejor es seguir el instinto propio y perseguir ese modelo.

Curiosamente, en medio del toro observé este modelo, que sutilmente me decía que quería salir. Y en contra de mis deseos no pude seguirlo para poder terminar de enseñar el toro aquel con el que comenzaba la historia.



Al día siguiente, sin embargo, pude tomar una hoja y buscar este zorro que me coqueteaba. No realicé ninguna versión previa, ni modificaciones a lo que de mis dedos fluyó. Simplemente dejé que el modelo surgiera como deseaba hacerlo.

No sé si esté a la medida de los zorros existentes. Román creó uno tan hermoso que mereció ser portada de su último libro. H. T. Quyet hizo otro que a mi juicio es el mejor zorro de origami. De todos modos, algo de magia le he encontrado como para evitar que caiga en el pozo aquel del cuál hace unos días hablamos.