jueves, marzo 22, 2018
martes, marzo 06, 2018
Hilo
Nunca me ha visto. No sabe que existo. La miro siempre escondido atrás de la cortina. Ella camina, sólo eso.
Mis amigos me dicen que me decida a hablarle, que no pierdo nada con intentar, que tal vez ella me quite la tristeza o tal vez hasta me quiera con ella. Pero yo soy tímido y además no tengo nada que decirle. Pero yo he pasado ya los años en los cuales decía a una mujer que me gustaba. Pero yo... ya tengo un plan.
He amarrado un ovillo de hilo a la pata de mi cama. Lo he llevado de mi alcoba hasta la puerta, y de allí he cruzado los tres pisos hasta la puerta del edificio. La punta del hilo está ahí, justo en el medio de la calle por la cual ella pasa. Son ya las 5:03.
Tal vez aquella mujer sepa leer entre hilos que en el centro del laberinto, una suerte de Minotauro tímido la espera.
martes, febrero 27, 2018
Cotidianidad (XII)
En mi infancia mis tristezas eran muchas, y frecuentes, y triviales. Un programa de televisión que no podía ver, un juego que había perdido o roto en alguna aventura imaginaria, una nostalgia por no ver a mi padre que rara vez estaba en casa.
Con los años seguí guardando allí pesares. Algunos más grandes, otros más pequeños. Más de un amor roto terminó bajo aquellas puertas azules, más de un dolor que a nadie me atreví a contar.
Hace unos años, en un trasteo, aquella casa cayó al piso. Volaron por todas partes pedazos de puertas y ventanas. Yo sospecho también hayan escapado de golpe las tristezas. Tal vez, cansadas del encierro se escondieron tras la entrada, esperando agazapadas para saltar de a una en quien cruza la puerta distraído. O tal vez me saben aún su dueño, que no es lo mismo una tristeza encerrada que una que se despide para dejar ir lejos.
Ha de ser por eso que a veces, sin motivo, tan solo con cruzar la puerta me dan ganas de llorar.
lunes, febrero 26, 2018
¿Importa el ritmo al narrar?
Hace unos días alguien me preguntó sobre la importancia del ritmo en el mensaje. Recordé que hace años habia leído un texto que lleno de poesía hablaba sobre el tema. Busqué, y rebusqué, sin éxito, así que para no quedarme sin que decir me decidí a escribir uno como respuesta. Aquí va. Por cierto, mejor si lo lee en voz alta:
¿Importa el ritmo al narrar? La respuesta obvia es si. Yo afirmo que es esencial. Lo puedo demostrar con esto. Es un texto con truco. Cada frase tiene cinco palabras. Eso genera una estructura extraña. Cinco palabras pueden decir mucho. Pero se vuelven muy aburridas. Es un texto muy cansado. Se vuelve monótono y lento. Se vuelve casi una letanía. Esos textos agotan al oído. ¿Y si cambiamos? Pasé de cinco a tres. Y eso rompió la cadencia. Otra vez. Un ligero cambio de cantidad. Frases cortas. Silencios. De repente puedes poner una frase con más palabras. Incluso puedes darte el lujo de poner frases tan largas que cueste leerlas sin tomar antes una bocanada de aire fresco. Respira. Éso se llama ritmo. Ese es el juego de las palabras. Entender que algunos párrafos requieren textos largos que enriquezcan y otros en cambio requieren frases cortas. Silencios. Cambios de velocidad. ¿Notó que no hay nada más que puntos e interrogaciones? Tampoco había en el palabras largas de esas de seis sílabas o siete hasta que aparecieron justo atrás las interrogaciones. Ellas también permiten cambiar el ritmo. ¿Entendido? Eso es todo. Manejar el tiempo. Parar. Seguir. Parar. Ahora recuerde. Este texto comenzó con sólo cinco palabras. ¿No le gustó más cuando pudo con el jugar?
sábado, febrero 10, 2018
Cotidianidades (XI)
Salgo de trabajar y camino, distraído. Busco en la pantalla de mi celular aquellos mensajes que llegaron en el último par de horas.
Aquella pantalla evidencia silencios que no siempre quisiera escuchar. Pasan unos segundos y al fin levanto los ojos y descubro una mujer que camina unos metros delante de mi. No veo su rostro, pero puedo imaginarlo. En su figura amplia abundan carnes que dan forma a su cuerpo de fruta, de pera dulce, de Venus de piedra de otros tiempos.
Basta un segundo y entonces lo noto. Aquellas nalgas, redondas y excesivas bailan al compás de sus pasos, arriba abajo, arriba abajo, arriba abajo una vez más. Cada paso de sus piernas es una invitación que ellas aceptan, seguras y contentas. Arriba abajo, arriba abajo, arriba abajo una vez más.
Camino un par de cuadras embriagado de aquel movimiento. No quiero adelantarla y mucho menos ver su rostro. Aquellas nalgas se sonríen, estoy seguro. Llegamos al metro y su cuerpo, ese de fruta dulce, se pierde en la multitud.
Desde lejos me sonrío.
Con suerte quizá sepa el descaro de belleza que regala en su pasear.
martes, enero 23, 2018
Cotidianidades (X)
"Los cuelga en la puerta de la ducha, mijo, para que se le sequen en el día"
Pero en cambio, abajo, a la altura de mis rodillas, un chorro constante. Yo movía la llave hacia un lado y el agua se enfriaba. Hacia el otro, el agua era caliente. Pero, de arriba, de la regadera, ni una gota caía. Cerrar la llave, volver a intentar. Seguir esperando. Pensar si acaso para bañarse debía uno siempre llenar aquella bañera y si eso no sería demasiada agua. Recuerdo al fin, descubrir que no había más opción que bañarse debajo de aquel chorro de agua que caía desde la altura de las rodillas. ¿Y como meter allí el cuerpo?
sábado, enero 20, 2018
Cuento para (tal vez) dormir
Lo que el niño no sabía era que...
En una vieja casa vivía un monstruo que creía que encima de su cama habitaba un niño. Y tanto miedo tenía que en las noches no lograba dormir. Hasta que una noche se armó de valor, tomó una linterna y saltó encima de la cama dispuesto a alumbrar al niño.
Desde ese día, monstruo y niño, duermen tranquilos sabiendo que no hay que tener miedo, porque no hay nada del otro lado de la cama.