martes, marzo 06, 2018

Hilo

En frente de mi casa, los lunes, a las 5:06 minutos, pasa siempre una mujer. Media la vida en su caminar, siempre presuroso.

Nunca me ha visto. No sabe que existo. La miro siempre escondido atrás de la cortina. Ella camina, sólo eso.

Mis amigos me dicen que me decida a hablarle, que no pierdo nada con intentar, que tal vez ella me quite la tristeza o tal vez hasta me quiera con ella. Pero yo soy tímido y además no tengo nada que decirle. Pero yo he pasado ya los años en los cuales decía a una mujer que me gustaba. Pero yo... ya tengo un plan.

He amarrado un ovillo de hilo a la pata de mi cama. Lo he llevado de mi alcoba hasta la puerta, y de allí he cruzado los tres pisos hasta la puerta del edificio. La punta del hilo está ahí, justo en el medio de la calle por la cual ella pasa. Son ya las 5:03.

Tal vez aquella mujer sepa leer entre hilos que en el centro del laberinto, una suerte de Minotauro tímido la espera.

martes, febrero 27, 2018

Cotidianidad (XII)

En una de las paredes de la casa de mi infancia, mi madre había puesto un cuadro con el dibujo de una casa. No era una pintura exactamente, sino un cuadro hecho con arcilla y yeso y luego pintado de colores. Años después aprendí que aquello se llamaba un alto relieve, pero en mi infancia aquello era el dibujo de una casa campesina, con puertas y ventanas de color azul, paredes blancas o tal vez algún otro color claro. Aquella era la casita de las tristezas. Mi madre y yo le habíamos puesto ese nombre pues, cuando lloraba, ella me cargaba y me llevaba hasta allí y luego, con un movimiento preciso, hacia el ademán de sacar de mi pecho una tristeza y guardarla justo adentro de aquella casa. Había que ser rápidos al abrir la puerta, no fuera que alguna de ellas se lograra escapar.

En mi infancia mis tristezas eran muchas, y frecuentes, y triviales. Un programa de televisión que no podía ver, un juego que había perdido o roto en alguna aventura imaginaria, una nostalgia por no ver a mi padre que rara vez estaba en casa.

Con los años seguí guardando allí pesares. Algunos más grandes, otros más pequeños. Más de un amor roto terminó bajo aquellas puertas azules, más de un dolor que a nadie me atreví a contar.

Hace unos años, en un trasteo, aquella casa cayó al piso. Volaron por todas partes pedazos de puertas y ventanas. Yo sospecho también hayan escapado de golpe las tristezas. Tal vez, cansadas del encierro se escondieron tras la entrada, esperando agazapadas para saltar de a una en quien cruza la puerta distraído. O tal vez me saben aún su dueño, que no es lo mismo una tristeza encerrada que una que se despide para dejar ir lejos.

Ha de ser por eso que a veces, sin motivo, tan solo con cruzar la puerta me dan ganas de llorar.

lunes, febrero 26, 2018

¿Importa el ritmo al narrar?

Hace unos días alguien me preguntó sobre la importancia del ritmo en el mensaje. Recordé que hace años habia leído un texto que lleno de poesía hablaba sobre el tema. Busqué, y rebusqué, sin éxito, así que para no quedarme sin que decir me decidí a escribir uno como respuesta. Aquí va. Por cierto, mejor si lo lee en voz alta:

¿Importa el ritmo al narrar? La respuesta obvia es si. Yo afirmo que es esencial. Lo puedo demostrar con esto. Es un texto con truco. Cada frase tiene cinco palabras. Eso genera una estructura extraña. Cinco palabras pueden decir mucho. Pero se vuelven muy aburridas. Es un texto muy cansado. Se vuelve monótono y lento. Se vuelve casi una letanía. Esos textos agotan al oído. ¿Y si cambiamos? Pasé de cinco a tres. Y eso rompió la cadencia. Otra vez. Un ligero cambio de cantidad. Frases cortas. Silencios.  De repente puedes poner una frase con más palabras. Incluso puedes darte el lujo de poner frases tan largas que cueste leerlas sin tomar antes una bocanada de aire fresco. Respira. Éso se llama ritmo. Ese es el juego de las palabras. Entender que algunos párrafos requieren textos largos que enriquezcan y otros en cambio requieren frases cortas. Silencios. Cambios de velocidad. ¿Notó que no hay nada más que puntos e interrogaciones? Tampoco había en el palabras largas de esas de seis sílabas o siete hasta que aparecieron justo atrás las interrogaciones. Ellas también permiten cambiar el ritmo. ¿Entendido? Eso es todo. Manejar el tiempo. Parar. Seguir. Parar. Ahora recuerde. Este texto comenzó con sólo cinco palabras. ¿No le gustó más cuando pudo con el jugar?

sábado, febrero 10, 2018

Cotidianidades (XI)

Salgo de trabajar y camino, distraído. Busco en la pantalla de mi celular aquellos mensajes que llegaron en el último par de horas.
Aquella pantalla evidencia silencios que no siempre quisiera escuchar. Pasan unos segundos y al fin levanto los ojos y descubro una mujer que camina unos metros delante de mi. No veo su rostro, pero puedo imaginarlo. En su figura amplia abundan carnes que dan forma a su cuerpo de fruta, de pera dulce, de Venus de piedra de otros tiempos.

Basta un segundo y entonces lo noto. Aquellas nalgas, redondas y excesivas bailan al compás de sus pasos, arriba abajo, arriba abajo, arriba abajo una vez más. Cada paso de sus piernas es una invitación que ellas aceptan, seguras y contentas. Arriba abajo, arriba abajo, arriba abajo una vez más.

Camino un par de cuadras embriagado de aquel movimiento. No quiero adelantarla y mucho menos ver su rostro. Aquellas nalgas se sonríen, estoy seguro. Llegamos al metro y su cuerpo, ese de fruta dulce, se pierde en la multitud.

Desde lejos me sonrío.

Con suerte quizá sepa el descaro de belleza que regala en su pasear.

martes, enero 23, 2018

Cotidianidades (X)

La primera vez que fui a un hotel tendría 10 o tal vez 12 años. Los hoteles no estaban en el presupuesto familiar, ajeno a las vacaciones y a los viajes, así que aquello era una experiencia que no dejaba de ser importante. Recuerdo a mi madre, un par de días antes, dándome en una bolsa plástica un jabón de coco para que lavara mis boxer en el lavamanos cada día.
"Los cuelga en la puerta de la ducha, mijo, para que se le sequen en el día"

Recuerdo montar en un avión que a pesar de ir en el cielo se movía como el renault 4 que mi padre manejaba años atrás y que no recuerdo pero tengo la certeza que más de una vez rodó por carretera destapada. Recuerdo, también, mi primer desayuno en buffet. Aún hoy veo el rostro de aquel mesero que me preguntaba dónde más ponerme cosas pues en el plato no cabía más comida. Los huevos tenían tocineta ¡T.o.c.i.n.e.t.a!

Pero lo que más recuerdo es mi primer baño en aquel hotel. En mi casa nunca hubo bañera, pero allí, en ese hotel, enorme y blanca se encontraba una bañera justo debajo de la ducha. Recuerdo entrar, con mi atadito de ropa y ponerlo sobre el sanitario. Luego meterme bajo aquella ducha, con cuidado de no caerme, y abrir la llave.

Y luego recuerdo que de la ducha no cayó nada. Nada de nada. Ni una gota de agua. 

Pero en cambio, abajo, a la altura de mis rodillas, un chorro constante. Yo movía la llave hacia un lado y el agua se enfriaba. Hacia el otro, el agua era caliente. Pero, de arriba, de la regadera, ni una gota caía. Cerrar la llave, volver a intentar. Seguir esperando. Pensar si acaso para bañarse debía uno siempre llenar aquella bañera y si eso no sería demasiada agua. Recuerdo al fin, descubrir que no había más opción que bañarse debajo de aquel chorro de agua que caía desde la altura de las rodillas. ¿Y como meter allí el cuerpo?

Por partes, por supuesto. Los pies era lo fácil. Las manos no eran difíciles tampoco. Y la cabeza, ya puesto en cuatro patas resultaba posible. Y luego venía lo difícil...

No recuerdo como terminó mi baño, ni cómo descubrí aquella pequeña válvula que hacía que el agua cayera desde el cielo. Pero recuerdo bien aquella bañera blanca y mi primer baño en un hotel...

sábado, enero 20, 2018

Cuento para (tal vez) dormir

En una vieja casa vivía un niño que creía que debajo de su cama habitaba un monstruo. Y tanto miedo tenía que en las noches no lograba dormir. Hasta que una noche se armó de valor, tomó una linterna y saltó al piso dispuesto a alumbrar al monstruo.

Lo que el niño no sabía era que...

En una vieja casa vivía un monstruo que creía que encima de su cama habitaba un niño. Y tanto miedo tenía que en las noches no lograba dormir. Hasta que una noche se armó de valor, tomó una linterna y saltó encima de la cama dispuesto a alumbrar al niño.

Desde ese día, monstruo y niño, duermen tranquilos sabiendo que no hay que tener miedo, porque no hay nada del otro lado de la cama.