Buena parte de mi trabajo consiste en entrevistar personas, preguntar sobre su vida, sobre lo que esperan del futuro. Mi trabajo consiste en escuchar historias y aprender de ellas. Escuchar y preguntar. Tan solo eso.
Hace unos días hablaba con un campesino, rondando los 50 años. Era un hombre de hablar rápido y palabras sencillas. Su voz, siempre baja, me hizo pensar en cuántos silencios habría escuchado.
» Yo no estudié, me dijo, porque mi papá no me dio de eso. Hice hasta segundo de primaria y me puse a trabajar en esto, con las matas y con la tierra.
+ ¿Le gusta?
» Si, ya si. Antes no tanto. A mi el campo me tocó, porque el campo es lo único que me podía tocar. Pero me enseñó mucho y me dio todo. El campo es así.
+ ¿Y los hijos? Le pregunto,
» Ellos si estudian. El uno tiene once, el otro tiene siete. Van al colegio por aquí.
+ ¿Y a ellos les gusta el campo?, pregunto.
El hombre se detiene de pronto. En su rostro un gesto de dolor. Es pequeño, casi imperceptible.
» Al que estudia no le gusta el campo, dice.
Es una certeza triste la que le llena la voz
+ No estaría tan seguro, le digo yo. Conozco quienes se van y estudian y luego vuelven. La tierra los llama y ellos regresan.
Lo veo alzar la mirada, con una intensidad que hasta ese momento no existía. Su rostro cambia. Sus ojos se tiñen de brillo. Sus labios se tensan. No son lágrimas aún, pero seguramente lo serán dentro de poco.
» ¿Usted cree?, pregunta...
Entonces lo entiendo todo, al fin.
Mi trabajo consiste en escuchar a personas hablar sobre su vida, sobre lo que esperan del futuro. Mi trabajo consiste en escuchar historias y aprender de ellas.
Pero a veces, sin saberlo, descubro que mi trabajo consiste en dar a alguien una esperanza.