domingo, octubre 26, 2025

¿Por qué los ríos se llaman cómo se llaman?

 

Antes del mar fue el río y antes del río fueron riachuelos y quebradas. Antes de ellas fue el nacimiento y antes de todo, del mar, del río, el riachuelo, la quebrada y el nacimiento, fue la gota. Y todo tuvo nombre, menos la gota, pues las gotas son siempre iguales; por algo se dice que dos gotas de agua son idénticas la una de la otra. Los nacimientos no. Esos son distintos. Los de agua y los de personas. Hay nacimientos en piedra y nacimientos en bosque. Hay nacimientos que terminan antes de tiempo; se quedan cortos y dejan vacíos, nacimientos que no llegan a quebrada y se secan y se pierden y se mueren. Pero hay otros que crecen, que se unen y reclaman un nombre propio.

¿Por qué se llaman cómo se llaman? Hay ríos con nombre, quebradas con apellido. Algunas se llaman por el lugar, otros por su presencia y otros por alguna historia. Dicen que una mujer gritaba arriba, en la montaña, y así nació “la loca”, aunque su cauce resulte tranquilo. En otros tiempos al lado del agua había un molino, y de allí tomó el nombre un río. En otro río apareció un muerto. Historias que nombran. Hay nombres por características y por eso hay ríos claros y ríos oscuros, quebradas piedras y quebradas seda, riachuelos que saltan y otros que se nombran tranquilos, aguas dulces y aguas frías. Antes de entrar a un pueblo, entre piedras una quebrada canta y así nació “la cantarina”. No todos los ríos se llaman igual porque, aunque todos los ríos cantan, no todos se nombran cantarinos. También hay nombres de familia, de pueblo, de ciudad. En una finca, vieja como la tierra, corría un río. Y el río tuvo apellido y el apellido se volvió nombre. Hay nombres que se unen, matrimonios que van creciendo y se llaman diferente como si las aguas tomaran el nombre del marido. Hay nombres que cambian en el tiempo, como un apodo que va cambiando cuando van creciendo y al fin llegan al mar. Y en el mar todo río pierde su nombre, porque el mar, para los ríos, es el olvido. 

¿Quién distingue, mar adentro, los nombres del río?

domingo, febrero 09, 2025

Cerdito con orejas de color


Mi abuela me contaba que, cuando era niña, le dieron un cerdito. Por esos días era normal que, cuando cumplían 10 años, los niños del pueblo recibieran algún animal como promesa de futuro. El animal que te tocaba dependía de la posición económica de tus padres, pero también de sus sueños. Había cierta jerarquía, cierta esperanza de padres que muchos niños no entendían, aunque la vida les enseñaría a comprender.

Si tenías una vaca tendrías leche, y si conseguías una buena monta, podrías obtener terneros y, quién sabe, entre vacas y terneros alcanzarías alguna modesta fortuna. Si tenías un caballo te prometían trabajo fijo. Irías de aquí para allá, podrías recorrer haciendas y tierras, o tal vez tener una carreta. Como fuera, aprenderías que el trabajo hace al hombre y, con el trabajo, te volverías hacendado, dueño de tierras y ganados. O tal vez tendrías una mula, de buen paso y buena espalda, de esas capaces de llevar a lomos la vida entera. Podrías dedicarte a la arriería y recorrer el pueblo y la montaña, sacar grano y cosecha. En el peor caso sacarías arena y en el mejor sacarías oro, y al fin podrías envejecer tranquilo, entre plátanos y café.

Si la economía no daba para más, te tocaría una gallina. Las gallinas no prometen mucho, pero dan huevos, y donde hay huevo no entra el hambre, así que había esperanza, porque con la barriga llena puedes pensar en pollitos, y los pollitos serán gallinas o incluso gallos. Un buen gallo sirve para las peleas y hay quienes con eso ganan con qué vivir; una gallina que da otra y otra más, puede ser el comienzo de un gallinero, rentable con el paso del tiempo. Gallina, gallo o pollito, lo importante es que no habrá hambre.

A mi abuela le dieron un cerdito, pero ella no supo entender la promesa y pensó que le habían regalado compañía. Al recibirlo, recién suelto de la teta de la marrana, le pareció tan sucio que se puso manos a la obra y lo metió directo al baño. Tomaba el jabón que usaban para sus hermanos pequeños y lo estregaba todos los días. Le puso un lazo rosado sacado de un vestido dominguero viejo y el chanchito comenzó a seguirla, feliz, como dicen de los marranos que estrenan lazo. Iba detrás de mi abuela, mi abuela niña, al cuarto de la costura y mientras ella tejía, bordaba y cosía, se pasaba tumbado entre sus piernas haciendo sonidos de puerquito.

Pasaron las semanas y mi abuela y el cerdito se fueron haciendo cada día más unidos. De noche, la abuela lo metía a su cama, y entre ronquidos de animal conciliaba el sueño. En la mañana le daba sus sobras de desayuno bajo la mesa y aquel puerquito comía sin chistar.

Un día mi abuela le hizo una falda al marrano y, como lo vio tan lindo, cogió polvos de achiote y un pincel y se puso a pintar mejillas en su chancho. También pintó sus orejas, como un detalle para diferenciarlo de todos los demás marranos del mundo. Como toque final, un chorrito del perfume francés de su madre, ese reservado para las ocasiones especiales. Cuando estuvo debidamente arreglado, la abuela salió con él a darle vuelta a la plaza. Entonces llegaron las burlas. Primero de otros niños, pensando que era un marrano trabajando como payaso, y luego de los adultos al ver al único marrano vestido de mujer del pueblo, con lazo, falda rosada y maquillaje. Dice mi abuela que lloró esa tarde, por la burla, pero también por el grito de sus padres al entender a donde se había ido el jabón de bebé, la lana, el perfume y los polvos de maquillaje de la madre.

El domingo en casa de mi abuela que todavía era niña, la obligaron a preparar embutidos. Dice que seguramente quedaron salados. Está convencida de que quienes comieron también lloraron como lo hizo ella. Dice que todavía, a veces, extraña a su marrano.

Yo la escucho y pienso que ella, mi abuela vieja, en el fondo sigue siendo niña. 


viernes, enero 31, 2025

Camaleón

En italiano existen varias palabras para referirse al olvido.  Las más comunes son dimenticare y scordare. Etimológicamente, la primera habla del olvido de la mente, la segunda del olvido del corazón. 

Hace unos años hice un libro de origami. Después hice otro. Luego otro más e incluso llegué a hacer un cuarto aún sin terminar.
El único que se ha publicado fue el primero, aquel lejano Papel, Piel y Palabra. Los otros se mantienen guardados en la biblioteca, ajenos a las miradas y a las imprentas. Quizás guardar sea también una forma de olvidar.

Pues bien, para tratar de combatir el olvido de la mente y el del corazón, publico hoy el primero de los diagramas de uno de aquellos libros. Un camaleón contra el olvido.