Hace unos meses, a galope me preguntaba por qué había modelos que una y otra vez me perseguían, aunque me gustaran ya desde la primera versión… Hace unos meses me cuestionaba el por qué, en especial, eran caballos y argüía en mi defensa que eran casi siempre caballos especiales…
Hoy una respuesta nueva tendría que dar:
Ha de ser que tengo alma de caballo. Ha de ser que a veces me rebelo, que a veces me canso del destino de jumento. Ha de ser que ojeras me ponen para no ver a un lado del camino. Ha de ser que galopa en mi memoria el recuerdo de lejanos cascos golpeando en el asfalto.
O tal vez lo que ocurre, es que echo de menos el correr. O que extraño los campos abiertos.
Puede ser que me sienta un poco Rocinante en estos tiempos de locura, y pida al cielo un Quijote que combata con molinos.
Puede ser que me sienta un poco Rocinante en estos tiempos de locura, y pida al cielo un Quijote que combata con molinos.
Ha de ser que tengo alma de caballo, y que de noche tengo miedo del aúllo de los coyotes.
Puede ser, no sé si quiera la vida, que mis cascos estén cansados. O que he olvidado los caminos que mis patas caminaban. Puede ser, no lo quieran los dioses de jamelgos, que gota a gota venga una tormenta que me arrastre a latitudes de caballos.
Ha de ser que me estoy volviendo centauro, con cuerpo de caballo y torso de hombre, con memoria de caballo y cansancio de humanidad.
O, a lo mejor, es que tanto galopo que de correr he caído dormido, y no recuerdo cómo despertar. Ha de ser que tengo miedo de que venga el hombre y le dé por domesticarme. O de que olvide lo que es nobleza.
Ha de ser que tengo alma de caballo.
Daniel Naranjo