viernes, agosto 31, 2012

Eva

Si a la serpiente la hubieran dejado contar su versión, bien distinta sería la historia, pero a ella nadie le preguntó, pues bien sabido es que a los escritores de ficción nunca les ha interesado validar las fuentes.

El paraíso, lo que se dice entretenido, no era. Adán soñaba con montar un circo. Decía que "podía dominar las bestias" pero era claro que aquello no gustaba a nadie. Por un lado a éstas poco o nada les gustaba que tan despectivamente las llamaran, y por el otro es que aquello de dominar no era para nada cierto. Ellas se dejaban, pero sólo cuando querían. Además, la idea del circo a todos resultaba ridícula pues ¿quién iría a verlo?

Pero ese era Adán. Se pasaba de locura a locura, y de locura a tontería. Como si fuera poco, aquella alimentación a base de hortalizas lo mantenía de mal genio. Pero en eso hay que ser honestos, que la idea no había sido suya, sino de Eva que no paraba de leer libros de dietas y de auto ayuda. Y Adán no estaba tan gordo. Si había ganado algunos kilos, es cierto, pero era normal con los años. Además, si a eso vamos, tampoco es cierto que la manzana engorde de más.

Bien sabía la serpiente que era Eva quien llevaba las hojas de parra de la relación, o como dicen modernamente: los pantalones. Y es que era sexy, tanto como para despertar los celos de Adán cada que ella le decía que "tenía que ir a hablar con dios, que no volviera hasta que lo llamara". Es que además Eva llegaba a ser cruel, con una facilidad que impresionaba.

Era provocativa, insistía la serpiente, tanto cómo para poner nervioso a dios cuando le decía que lo esperaba "como la habían traído al mundo", es decir, llena de preguntas.

Pero entre Eva y dios nunca hubo nada. A Eva le gustaban los amantes que se olvidaban de ellos mismos, que amaban sin recato. Y dios siempre vive preocupado de si mismo y del que dirán, si hasta ángeles tiene que le cantan todo el día.

Si le hubieran preguntado a la serpiente ella hubiera contado que por eso Eva prefería su reptil compañía. Que se habían enamorado cuando le había hablado desde lo alto del manzano. Que amaba el ondular sinuoso cuando ella bajaba hasta el piso y luego trepaba por sus piernas, buscando dónde amarrarse cómo las serpientes hacen. Que cuando estaba en el manzano la esperaba. Y que cuando se veían no paraban de hablar. Es verdad que a la serpiente le parecía que Eva no requería libros de autoayuda y mucho menos libros de dietas, pero la oferta literaria en el paraíso era francamente pobre.

Si alguien hubiera escuchado a la serpiente, ella le habría contado que cuando Adán puso a Eva a escoger, atacado por los celos que de dios tenía, ella no dudo en segundo en irse al manzano a buscar a su serpiente. Y que dios, herido en ese orgullo que tenía a imagen y semejanza de Adán, sintió que la cólera lo invadía.

La pataleta de Adán al encontrarse engañado con la serpiente tampoco ayudó mucho, pues como buen patrón que era dios decidió que no tenía por qué aguantarse las quejas del uno y los desplantes insinuantes de la otra y los echó a los dos aunque con eso se quedó sin quien pagara arriendo por el paraíso.

Pero nada de esto cuenta la serpiente. Pues desde que Eva se fue ya con nadie habla. Sin Eva en el paraíso no hay más que soledad.

sábado, agosto 11, 2012

La piragua


El padre de mi bisabuelo contaba que cuando era niño los árboles no estaban amarrados a la tierra. Caminaban por las calles tomados de las ramas, usando las raíces como piernas, opacando un poco el cielo en su caminar.
Las personas por esos tiempos no se asustaban. Se quitaban el sombrero para saludar, y el árbol suavemente se inclinaba. Cuando estaban de buen humor llegaban incluso a regalar sus frutos a los niños que bajo ellos transitaban.

Tenían, eso sí, problemas al pasar los ríos. Con la corriente a veces raíces y ramas se enredaban así que preferían, en lo posible, evitar cruzar los cauces que se ponían en su camino. No dejaba aquello de ser nostálgico, pues bien sabido es que los árboles aman beber el agua dulce que acaba de nacer.

Decía que para los árboles caminantes, la primavera era su musa, era su amada. Aún viejo recordaba cuando era niño ver árboles enamorados, que con sus hojas parecían cantar. Eran aquellos los que más disfrutaba ver, pues el amor se les notaba hasta en el tronco y en el olor dulce que dejaban salir cuando la felicidad los hacía florecer. Había entonces árboles artistas cuyo movimiento más que danza parecía poesía, y otros cuyas hojas  parecían cantar de caricias y palabras de amor.

Cuenta mi padre que mi bisabuelo lloraba cuando le contaba aquella historia. Dice que hubo un año en el que la primavera se fue de viaje más tiempo del que nunca antes se había ido. Entonces llegó el frío y los árboles se entumecieron, sus troncos se volvieron duros y sus raíces dejaron de moverse. Decía que sin primavera no queda más que la soledad, y ni árboles ni personas nacimos para estar solos. Las musas no son estaciones ausentes, decía.

El padre de mi bisabuelo, y luego su hijo y el hijo de su hijo fueron toda su vida barqueros. A veces, en las mañanas, tomaban su piragua y dentro de ella ponían árboles que no tenían que beber. Con ellos iban en busca de la primavera que tardaba en regresar.

Y si acaso la encontraban, al día siguiente el pueblo habría de encontrar un camino de flores amarillas, que los árboles habrían dejado cuando regresarán a sus sitios tras una noche con un nuevo caminar.