domingo, julio 24, 2016

Un tigre


Para los Ketara Taimio, hay "personas que antes de ser personas fueron animales". Aquella concepción guarda una semejanza obvia con el pensamiento de diversas culturas norteamericanas, así como con creencias reencarnacionistas orientales que plantean el alma pasa de un estadio a otro, siendo posible esos pasos ocurran no solo de humano a humano, sino de animal a planta o incluso mineral. Sin embargo, las particularidades de esta creencia Ketara Taimio son por mucho mayores que sus semejanzas. Para ellos, es claro de qué animal procede cada integrante de la tribu, pero incluso logran realizar esa identificación con personas ajenas a su grupo inmediato. Quienes no se encuentran familiarizados con sus prácticas suponen que dicha comparación con animales es debida principalmente a las características comportamentales de cada individuo (similar a lo que la cultura occidental hace al decir que "es lento como tortuga", o "rápido como un halcón", por ejemplo). Pero la identificación no es realizada por dichas características sino que, para ellos, resulta evidente desde la simple apariencia física de cada individuo.


Cada una de estas personas-animal reciben una atención particular, pero algunos de ellos merecen consideraciones especiales. Tal es el caso, por ejemplo, de las personas-buho, dueños y señores de la noche y sus secretos, de cuellos cortos y ojos grandes capaces de distinguir con claridad aún en los problemas más complejos. 

Existen también los denominados animales-persona, es decir, animales que antes fueron personas y que también mantienen ellos sus características. Cualquier animal pudo ser persona anteriormente, así como cualquier persona pudo ser antes animal. Sin embargo existen ciertas reglas que de manera estricta deben ser respetadas. Los animales-persona, por ejemplo, tendrán en su siguiente vida cuerpo humano de manera invariable. 

Hay, sin embargo, una excepción a todo lo anterior. Dicha excepción es dada por los tigres, la criatura más sagrada de toda su cosmogonía. Para los Ketara Taimio ningún hombre puede ser tigre pues aquello está reservado específicamente para las mujeres. Las mujeres tigre son escasas y difíciles de encontrar pues ni siquiera ellas saben que aquel es el espíritu que las rige. Se evidencia en ellas su naturaleza felina siempre de improviso. Los sabios de la tribu llaman a este momento "el hambre". La simplicidad de dicho nombre describe de manera contundente la sensación por una mujer experimentada: Un día cualquiera la mujer tigre despierta con la necesidad profunda de devorar al objeto de su afecto, acción que comete sin reparo ni espera. Ningún hombre se opone a esto, pues la mujer tigre siempre devora en silencio y sin dolor, con una suerte de hipnosis que ahoga hasta el más quedo de los gritos. 

Dicen que después de esto la mujer tigre queda satisfecha y nunca nadie vuelve a mencionar el nombre del desaparecido. 


Solo las mujeres tigre saben que, en realidad, ahora llevan a su amante dentro.

miércoles, julio 20, 2016

Rostro




Un rostro me mira al otro lado del espejo
¿quién eres, nos preguntamos uno al otro?
Acaso el recuerdo de lo que no ha sido
acaso la consecuencia de aquel gesto que ya fue.

Uno y otro nos miramos largamente.
Como nos cuesta reconocernos.
El espejo no esperaba verme hoy
yo tampoco esperaba verlo a el, todo sea dicho.

Hay días en los que el viento
nos cambia a ambos
a él y a mí
y ya hoy ninguno de los dos logra encontrarse.

domingo, julio 17, 2016

Alambre






Técnica: Dibujo escultórico en alambre. Una sola línea continua. 

Material: Alambre de cobre sobre madera.

jueves, julio 07, 2016

viernes, julio 01, 2016

Falta


Últimamente me faltan las palabras.
Se hayan perdidas, 
extraviadas en alguna lejana habitación de la memoria.
Las busco, lo juro, 
con el mismo desasosiego con el cual el sediento busca el agua 
o el solitario busca compañía. 
No logro encontrarlas.
Las busco en las palabras de otros, 
en libros que nunca he abierto, 
en libros que ya leí. 
Las busco en ojos ajenos, 
en miradas que se cruzan en la calle, 
en el reflejo que me mira colgado en la pared. 
Me faltan, y su falta me tortura.

Hay días en los que creo se agolparán todas en los dedos, 
listas a salir como si de una cascada de letras se tratara. 
Quizás estaban adentro, 
semillas de un árbol que de frutos estará repleto. 
Pero las pocas que al fin salen, tímidas, 
se enredan en mis dedos, 
palabras de hilo que se anudan frente a mi. 
Quizás salgan por la garganta, pienso, 
pero entonces todo se vuelve torpeza de palabras atropelladas, 
y luego silencio, 
y luego ahogo.

Quizás sea algún castigo divino. 
El precio que me cobran rencorosos dioses por los pecados que cometí 
o quizás por aquellos que nunca me atreví a concretar. 
Quizás sea más poético el castigo 
y sea mi condena la de un Babel moderno, 
tratando de hablar en un idioma que nadie más conoce. 
Tal vez me gasté ya todas mis palabras, 
tal vez ya nada me queda por decir.

Tal vez de musas ausentes lentamente la vida me rodea. 
O tal vez, no lo quiera el destino, 
haya llegado a la vida el tiempo del silencio.

Se han ido las palabras y queda todo lleno de desierto.
Mientras vuelven, que de música sea mi consuelo.