En la calle caminan mujeres,
cuyos rostros gritan las penas,
y los hombres ya no dicen nada...
Hay historias que no se recuerdan.
Es un cuento, un canto, un poema
que te escribo en la tarde que llega.
Recorro tus montañas, amada,
con callejones que nunca terminan.
En tus pliegues se esconden las yemas
que a mis pasos cansados dan tregua.
Aquí estás, aquí estás, aquí estás
como un canto que remueve la arena.
Aquí estás, aquí estás, aquí estás
como el aire que recorre la selva.
Son mil madres que nombran sus hijos,
son mil niños que ignoran si hay mañana.
Y no queda nada, ni una voz, ni una vela,
más que un cuento, un canto, un poema
que se apaga en la noche que llega.
En tu gesto mil noches en vela.
Tu mirada que besa la hoguera.
Una risa que todo lo aleja.
Y un recuerdo de lluvia refresca.
En tu mano no hay llanto, nada queda,
más que un cuento, un canto, un poema
Aquí estás, aquí estás, aquí estás.
Una ciudad de eternas primaveras
con flores que adornan el borde
de tumbas sin nombre o bandera.
Cielos de gris,
Aires de muerte,
Destellos de plomo,
No hay final a los días de guerra
Y aquí estás, aquí estás, aquí estás,
en tu alma aún quedan lunas llenas.
No hay silencio.
No hay gritos.
No hay risas.
No hay mujeres que cuiden la vereda,
ni azadones que abran la tierra
Pero queda un cuento, un canto, un poema
que es de esperanzas, de futuros, de entregas...
Que le habla a la madrugada que aún no llega.
Aquí estás, aquí estás, aquí estás.
Y yo no tengo, amor mío, más que esta queja
corona de flores y laureles que ya no quedan.
Un lamento a una ciudad que espera
que alguien la ame de otra manera.
Aquí estás, aquí estás, aquí estás
Y yo te dejo un cuento, un canto, un poema.
Aquí estás, aquí estás, aquí estás
Porque hay quien cuenta,
quien canta,
quien crea.