Esta entrada la escribo sin editar, sin pensar, sin hacer correcciones ni pensar el orden en que deben ser escritas las palabras.
Hace unos pocos minutos acaba de morir mi abuelo. Y no me es una muerte dura en el sentido de llenarme de dolores y de angustias, de pesares. Es una muerte que me tranquiliza en el alma, por su descanso. Una penosa enfermedad (¿acaso no lo son todas?) le fue robando la vida a pedacitos y en medio del dolor. Ayer, al verlo en un perfecto estado de consciencia nos decía: "es tan difícil morir"
y creo que tenía razón. Lo único que debe ser tan difícil como morir es nacer.
Su dolor era mucho, pero el de su familia que lo rodeaba era también excesivo. Mi abuela, una mujer pequeña y hermosa, que vio la vida por los ojos de mi abuelo solo le decía: "No te preocupes que el niño dios ya viene en camino a recogerte"... Ellos dos, par de viejos, son el modelo de matrimonio que soñé y una razón (de esas pequeñas que también importan) para casarme y no simplemente compartir la vida con la mujer que amo. La cara de mis abuelos ese día no la olvido, esos recuerdos que atesoro...

Acaba de humedecerse mis ojos (es normal, me imagino). Y descubro que no es una muerte dolorosa... pero duele...
No escribo más, que es tiempo de ir a velarlo. En unas horas que regrese sigo...
(Pausa)
Han pasado casi 12 horas y aún no empieza la velación. Ese es uno de los problemas de morir de noche. Para quien lea desde el otro lado del mundo quizás sea extraño eso. Y tiene razón, aún para mi lo es, pero es la cultura que un par de abuelos tradicionalistas de 90 años conocen y a la cual no renunciarían.
La muerte tiene componentes de aprendizaje que son, sin duda, sorprendentes. Y quienes más enseñan son los niños. Nietos y bisnietos que viven el proceso de esta partida con una sensación extraña, con dolores. Su nieta preferida despierta a las 6 de la mañana a lanzar arroz a los pájaros, porque era lo que mi abuelo (o mejor, su abuelo) hacía todos los días. Esa misma nieta es la que pedía solo unas horas antes que "no se fuera, que le hacían falta sus besos" a lo que el abuelo solo respondía diciendo "ay mi niña, no me confunda más"
Es difícil eso de morir. Las promesas de un cielo esperan a unos. Las promesas de otra vida esperan a otros y a algunos no los espera más que la espera...
Esta entrada probablemente la borre en un par de días. Aprendí con el abuelo que hasta la muerte necesita intimidad, y en realidad no encuentro motivos para contar todo lo que cuento en este texto...
Si es leída por alguien, que sepa que estoy tranquilo pero triste. Hace poco más de un mes escribí que últimamente me ronda la muerte, lenta como tigre... A la física, solamente me resta despedirla.
último anexo:
Ayer fue el entierro. No es mucho lo que puedo comentar. No lloré, y no por falta de tristeza. Solo al momento de empujar el féretro rumbo al carro de la funeraria, un enorme dolor me recorrió el cuerpo, desde la base de la espalda subía rápido, como un vaso de agua que se llena... pero aún así no lloré. Y no es de orgullo decirlo. La verdad, me hubiera gustado haber llorado (lo digo yo, que lloro en películas y comerciales) pero en este caso las lagrimas simplemente no supieron encontrar el camino...
Me queda ahora el mismo dolor, y una duda enorme que me ha puesto mi padre: "vos, que sos artista, haceme un retrato de mi padre" ¿Y que puede responder uno a eso? Por ahora solo pedirle a las musas que me acompañen y que sean ellas quienes dibujen, porque yo no se como hacerlo...
Solo me resta decir aquellas palabras con las que terminó la homilía:
"muerte, llévate mi nada, que yo me quedo con mi todo..."