jueves, abril 22, 2010
La mirada
lunes, abril 12, 2010
vení a bailar conmigo...
En otra vida, años atrás, leí que “el cuerpo es el mensaje”. Lo que en algún momento me pareció una frase curiosa, con múltiples lecturas, se convirtió algunos meses después en una verdad con un poder innegable. El cuerpo habla incluso antes que la voz lo haga. E incluso cuando lo hace al mismo tiempo que la voz, su lenguaje es tan profundo y contundente que no hay palabra que pueda contradecirlo. Pero leer el cuerpo siempre ha sido un asunto confuso. Leer, de hecho, no deja de serlo. Cada cual lee desde quien es y desde quien desea ser. Así, el mismo objeto a leer se comprende de forma diferente según el momento del lector. Y, sin embargo, el cuerpo sigue siendo el mensaje.
Nada ilustra mejor ese concepto que la danza. El cuerpo en movimiento, fluyendo. Los músculos tensados mientras las manos se acarician siguiendo cada paso de baile. Los pies se levantan del piso, sólo un par de segundos en los cuales el mundo se recorre más despacio. De nuevo el piso y su irremediable atracción. El vuelo se convierte en caída, la caída en un rebote. Y luego el silencio. El cuerpo quieto, estático. El silencio más profundo y más pesado. El silencio que lleva un mensaje que sólo el cuerpo con un profundo impulso puede decir. Una exhalación. De nuevo, las manos se acarician tocando el cuerpo, la pantorrilla, la rodilla, el muslo, luego el brazo. Las piernas abiertas y tendidas al vuelo mientras tímidamente un brazo recoge el seno que locamente ha de abrazar. Y luego viene el beso, acaso sin jamás llegar a tocarse… Que profunda es la danza. No en vano, Nietzsche dijo que "Según la forma de andar de cada cual, se puede ver si ha encontrado el camino. El hombre que se acerca a su objetivo ya no camina, baila"
Hace unos días recordé que el cuerpo es el mensaje. Y sus palabras aún no las he podido borrar de la memoria.
lunes, abril 05, 2010
Impresiones sobre una convención
Lo que más me gusta de las convenciones es ponerle rostros y voces a las palabras. Es una cosa maravillosa. A veces, uno llega a conocer a las personas sin siquiera haber llegado a escuchar su nombre. Es el poder de las palabras y de la imagen, del leer y del observar.
La semana pasada he participado en el evento de origami en Bogotá, y sin duda, lo más placentero que viví en el evento fue precisamente esa oportunidad de tejer rostros con actitudes, palabras con intenciones, modelos con palabras. Conocer la dulzura de Noelia, o la permanente actitud de Beita, hablar directamente con Carolina y tener en mis manos (o más bien en la punta de mi dedo) uno de sus impresionantes modelos. Ponerle voz a Eric Madrigal, y rostro a Nicolás Gajardo, darle cuerpo a Lus y a los origamistas de Brasil.
Pero al mismo tiempo, las convenciones son un asunto triste. Nunca el tiempo es suficiente para hablar con todos aquellos con los que quisieras hablar, para plegar todo aquello que quisieras plegar. Tanta gente a la que sólo ves de paso, sin tiempo para hablar, para tocar, para plegar.
Ha de ser que las convenciones de origami son un poco como la vida: Lo mejor que tiene es la oportunidad de tejer con quienes conoces profundas relaciones, y lo más triste es que rara vez podrás profundizar tanto como quisieras con aquellos que pasan a tu lado.
Tanta gente junta, y al mismo tiempo tanta soledad.
domingo, febrero 28, 2010
Retrato
A veces pareciera ser la idealización de quién crea la obra, una muestra de sus cualidades o incluso de sus defectos, de aquello que lo hace sujeto de ser representado. A veces es la búsqueda de aquello latente en lo profundo. A la manera del retrato de Dorian Gray, aquella imagen guarda quienes somos (o fuimos alguna vez).
Cuando esto se consigue en un retrato no deja de ser una enorme proeza. Pero cuando se consigue en un autoretrato es, además, una confesión. Una confesión de cómo se imagina el autor a sí mismo, una confesión de lo que cree que su alma dice.
En realidad eso es parte de la magia de los artistas. Lograr plasmar parte de quienes son, parte de su alma en aquello que realizan, y claramente esto se consigue no sólo en sus retratos sino en toda su obra. Pero leer dicha confesión no es un asunto fácil. Cada cual lee desde su contexto y su pretexto. Y ese contexto rara vez es el mismo que el vivido por el autor de la obra.
Quizás por eso es que estas soledades vienen siempre con palabras. Intentan que aquello que muestran las imágenes tenga un contexto que les permita ser leídas.
Es un intento, debo decirlo: inocente. Incluso es contraproducente. Una buena obra tiene el enorme poder de ser leída en múltiples contextos y en cada uno de ellos otorgar un nuevo significado a la obra. Tratar de coartar eso es de hecho mutilar la posibilidad de que el ojo de quien mira invente una historia propia.
Así que esta vez no he de contar que motiva este modelo, sino más bien he de dejar que cada uno cuente una historia sobre lo que en él lee. Para todos aquellos que quieran leer y jugar con las palabras, aquí dejo mi retrato

jueves, diciembre 24, 2009
lunes, noviembre 09, 2009
Dama (otra vez)
