Me he prometido a mi mismo, desde hace unos días, escribir una entrada por semana. A veces es difícil porque el tiempo juega a correr más rápido de lo normal. A veces es difícil porque el alma se opone a escribir. A veces es difícil porque éste es un blog con una excusa de papel, y no siempre tengo modelos que justifiquen la acción de poner un texto. El hecho de que el tiempo corra más rápido es el impedimento que más odio de los tres, porque ese no lo he logrado aceptar (aceptar y no vencer, porque no seré tan imprudente de tratar de vencer al tiempo). El hecho de no tener un modelo que sirva como excusa me gusta mucho, en particular porque es un estímulo permanente a la creatividad. Queda entonces una dificultad más por vencer: que el alma se oponga a escribir…
No sé si a los lectores les habrán gustado las entradas de las últimas semanas, pero sé que al único lector permanente de este blog no le convencieron. Las leía como entradas “forzadas”, de aquellas que salen por el compromiso adquirido de escribir una vez a la semana, de no dejar que el silencio abrume… Eso me ha llevado a pensar sobre lo escrito, y sobre el que decir, sobre el como decir. Quienes me conocen (en directo y en tiempo real) sabrán que no hablo de mí ni de mis emociones, al menos no con frecuencia ni con un lenguaje verbal. Mis emociones las lleva el cuerpo y lo no verbal, la acción y no la palabra hablada. Saben los que quiero que soy oídos antes que boca, que siempre escucho a mis amigos, pero que casi nunca les digo lo propio, lo que llevo dentro. (Aunque, he de confesar que en estos días tengo los oídos cansados de oír y la boca cansada de callar, confesar que el hecho de solo recibir, de llenarse de escucha sin tener un camino para la palabra, también agota).
Lo que he descubierto últimamente (cómo casi siempre en estas soledades, después que la mayoría) es que estas palabras que escribo, una vez por semana, son la válvula de escape por la que digo lo que siento y pienso, que se me va el alma por las manos en los modelos y en las palabras que l•e•t•r•a • p•o•r •l•e•t•r•a llegan a la pantalla. Aún así, es un canal velado y secreto, que puede ser leído entre líneas con el consecuente peligro de errar las interpretaciones. Pero es, sobretodo, un canal propio. El canal por el que hablo, por el que me hablo. Un canal que siempre tiene dos caras, dos puntos de vista, dos lados de un espejo, un positivo y un negativo.Este modelo es, precisamente eso: Dos lados de un mismo espejo. Me recuerda en particular una ilustración de Magritte, aunque es una asociación que solo sale después de crear el modelo, no antes. Esta basado, por supuesto, en los rostros creados por Joisel y publicados por la BOS. Por supuesto, agradecer a Gabriel Blandón de LAO quien me ha recordado la técnica y quien, a pesar de mis sugerencias de crear este modelo, prefirió no hacerlo. Sin el saberlo me hizo un favor, permitirme crearlo a mí.
Dudo mucho que este modelo quede en el “top of mind” de los modelos en papel, pero por lo menos como idea es buena. Permite conocer las dos caras de la moneda (que en este caso son 4). Positivo y negativo, adentro y afuera, oído y voz. Permite enseñar ambas caras del espejo, esas que los origamistas solemos ocultar. No existen, al menos públicas, fotos de la espalda de decenas de modelos que lucen hermosos solo por una cara. La hermosa ballena azul de Kamiya luce terrible vista desde encima, los modelos de Daniel Naranjo suelen ocultar su espalda a media humanidad, la mayoría de rostros solo se muestran de frente, y a los animales no se les muestra por debajo. Mostramos (o tratamos de mostrar) solo una cara al mundo, aquella que consideramos más hermosa, aquella que sabemos que el mundo quiere ver, que soporta. Nunca había pensado en ello, pero se nota también ahí que el origami es un pleno reflejo del alma humana…
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