lunes, diciembre 12, 2016

Pintar sin distinguir colores.



Mi relación con la pintura siempre ha sido tormentosa. Es culpa del color que en mis ojos genera una infinita complejidad. Quienes visitan Las Soledades de Babel desde sus orígenes, o quienes me conocen en lo personal saben que soy incapaz de distinguir colores. Es algo con lo que aprendí a vivir, de la misma forma que hay quienes aprenden a vivir con calvicie o quienes viven con ojos azules. A veces incomoda, por ejemplo con la ropa que nunca sé cómo combinar, o con los arcoiris que todos distinguen. A veces, duele.

Me pasa cuando trato de pintar, sea cual sea la técnica. Azul y morado son iguales a mis ojos. El verde a veces es gris, otras es café. El naranja es amarillo. El gris con frecuencia se vuelve rosa. O el rosa gris. Y así, puedo seguir color tras color explicando esta discromatopsia que algunos llaman daltonismo.

Por eso, en parte, pinto usando plastilina. Con sus nombres suelo poder saber que color es cada uno. Las mezclas, normalmente, son respetuosas de la teoría del color y entonces aunque a veces no logre ver los colores como los demás, sé que estoy usando aquello que mi cabeza quiere. El azul será azul, el rosado rosado y el gris será gris al final de esta historia.

Pero, lo confieso. En días como hoy, si pudiera, quisiera ver con los ojos de otro.

¿Veremos acaso, vos y yo, el mismo cuadro?

martes, noviembre 29, 2016

Las manos compartidas






Hace años descubrí 
que algunos de mis silencios
    no me pertenecen. 
Lo descubrí con un reclamo:
       -Ese silencio yo ya lo conozco- me dijeron.
Y pensé que no sólo es un asunto de silencios
sino también de palabras. 

No le presté atención, lo confieso.
estaba ocupado, 
en tratar de vivir mi propia vida. 

Pero luego
hace tan sólo un par de semanas,
vi sobre la almohada vacía a mi lado 
       una mano que no era la mía 
           y que, sin embargo, claramente distinguía. 

En ella, 
escasos recuerdos de infancia se aferraban.

Volvió a ocurrir hace unos días, 
esta vez frente al espejo.
Unos ojos me observaban.

Aquellos ojos, los míos, 
       me miraban 
pero al mismo tiempo 
       miraban otro rostro
            otro recuerdo
                 otro mirar.

Anoche, mientras acostaba a mi niño
tomé su mano.
Y reconocí en aquella mano 
         (apoyada en la mía)
la mano de mi padre 
 que tantas décadas atrás repetía el mismo gesto.

Y recordé entonces 
    aquella mirada de hace unos días
        aquella mano de hace unas semanas
            aquellas palabras que me siguen desde hace años
                 aquellos silencios que me atraviesan.

Esta mañana he comprendido
que también soy mi padre
   sus gestos
      sus memorias
          sus lecciones

Gracias, papá. 

sábado, noviembre 26, 2016

Una crónica de lo simple


9 am, subo a un bus camino a Medellín. Lo hago casi todos los días. En la banca a mi lado se sientan dos monjas. Siempre he pensado lo mismo: si este bus se accidenta serán ellas las únicas sobrevivientes. Comienza el viaje. A pocos minutos descubrimos que la puerta del bus ha dejado de funcionar. Una mujer, sentada justo al lado de las escalas se convierte en asistente del conductor. Cuando el bus se detiene ella estira sus manos y empuja levemente la puerta para que abra. No tendrá que hacer más ejercicio hoy, supongo. Pasan la minutos y ella, la asistente, ha llegado a su destino. Se baja y ahora la puerta queda a su propia suerte. Entonces el conductor se detiene y de un cajón del bus saca un martillo. Sobre la puerta una caja que esconde un mecanismo. El conductor quita la tapa de la caja y golpea. Uno, dos, tres, cuatro golpes. Los pasajeros miramos con asombro. Guarda el martillo y presiona el botón de la puerta dos veces. Abre. Cierra. La puerta funciona. Se abre también una sonrisa en el rostro de quienes viajamos. Yo, sorprendido, pienso en el realismo mágico de este país y en la certeza de que el ingeniero alemán que diseñó el sistema de la puerta no incluyó en las instrucciones el uso de un martillo de goma. El viaje sigue, las sonrisas se apagan pues comienza la lluvia. Las ventanas del bus se cierran. Tan sólo el conductor mantiene la suya abierta, entrada de aire casi bendita. Un camión nos adelanta por la izquierda. Levanta una ola de agua que justo entra por la ventana del conductor y cae en el rostro y torso de dos mujeres en la banca de adelante. ¡Ay, mi maquillaje! grita una. Yo me río, de nuevo. Llegamos a Medellín. La gente se baja. Algunos toman sombrillas, otros bolsas de supermercado que ponen para proteger sus peinados. Las monjas no pagan pasaje. Allá nos alejamos todos, cada uno hacia su propia realidad.

viernes, noviembre 18, 2016

Blanco y negro y blues


Últimamente juego con acuarelas.
En medio de aquellos encuentros nocturnos, ha surgido una especial fascinación por aquello que pinto con un solo color.

Este es el primero de una serie, basado en una foto antigua.
Blanco y Negro y Blues.




viernes, noviembre 11, 2016

Haz buen arte.

Haz buen arte.

Cuando el mundo se vaya a la mierda,
ve y ponte a hacer buen arte.

Porque el mundo se irá a la mierda más veces de las que puedas llegar a contar.

Un día te quedarás sin trabajo
            la nevera estará vacía
           los perros de la calle no se tomarán la molestia de ladrarte
                     al cruzarse en tu camino.


Un día tendrás que vender tu casa
           tu carro
           tu colección de juguetes, esa que tenías desde niño
           la colección de estampillas que te dio tu padre

O tal vez te rompan el corazón
y el amor eterno terminará eternamente
         o se volverá odio
                 y rabia
                         y dolor
                y rencor
         y silencio

Entonces ve y ponte a hacer buen arte.

A veces no será el mundo que tu eres,
el que se vaya al carajo.
A veces será el otro,
          el grande,
           el ajeno.
y vendrán los odios a lo que es diferente
          y las mentiras
          y el engaño
          y los políticos
          y el miedo.
El miedo siempre está.

Entonces ve, y por lo que más quieras, ponte a hacer buen arte.

Si quieres pinta, si quieres baila, si quieres canta, si quieres escribe.
que todo te importe nada
o menos que nada

Solo ve y haz buen arte.

Lo sé.

Dirás que tu arte no es bueno
Dirás que no sabes pintar
Que lo tuyo no es la música
Que tienes dos pies izquierdos
      y que ninguno de ellos sabe bailar.

O tal vez dirás que tu arte no es bueno.
Corrijo: no es lo suficientemente bueno

Seguramente tendrás razón
y tu arte no será nunca lo que esperas.
En últimas no tiene por qué serlo.

Eso no importa.
Tan solo ve y ponte a hacer buen arte.

Porque el mundo no vale la pena
      porque la vida es una puta
                      que se ensaña
      porque nunca nada que valga la pena ha nacido
                     del miedo

Porque cuando todo se acaba
    lo que importa
        lo que trasciende
            lo que permanece
                lo que sigue
                    lo que queda
                         es el arte.

miércoles, octubre 26, 2016

Colibrí



Tres haikú  para un colibrí. 


Un parpadeo
la luz del sol refleja.
Es un colibrí.


 En un instante
el vuelo de un colibrí.
La primavera.


 En un aleteo
Se escapa la vida.
Nada más queda


miércoles, octubre 05, 2016

Una historia de libros

Para Gloria, mi librera, obviamente.


Le he enviado un correo a mi librera:

- ¿Tendrán por allí «mujeres de ojos grandes» de Ángeles Mastretta?
- No, me dice ella. Es una pena que hace mucho tiempo no nos llega.
- Si, es verdad, le digo yo, sin saber si la pena es su ausencia o de alguna forma lo fue su presencia.

Y entonces ella, como si de un libro se tratara, escribe:
- Aquí estamos, mujeres de ojos pequeños. Ven.

Y con esa frase simple y dulce, cierra la última palabra de la última página, promesa al aire de una nueva historia por leer.

lunes, septiembre 26, 2016

Mujeres que bailan

Hay mujeres que bailan cuando caminan. Las ves en las calle, caminando, recorridas en todo su cuerpo por una extraña mezcla entre descaro y pudor.

Se presentan así, tan evidentes, que cada parte de su cuerpo habla con sutiles confidencias.

Algunas bailan con su cadera. Paso a paso su cuerpo se mueve de un lado al otro, dibujando en el aire una ligera luna naciente a la que los hombres difícilmente niegan su aullido.

Otras bailan con sus hombros, adelante y atrás, una invitación y un rechazo, una propuesta y un desaire, un venir para luego irremediablemente emprender la marcha.

Hay otras que bailan con las manos. Esas suelen ser más tímidas. Sus dedos se mueven sobre el propio cuerpo, sabiendo de memoria los pasos de baile. Se toman a veces la propia ropa, como si de repente fueran a comenzar a bailar una cumbia. Quizás lo hagan en su cabeza.

Mis favoritas bailan con los senos. A veces es un sutil temblor que acompaña cada paso, a veces un movimiento amplio y descarado. No es un asunto del tamaño. Hay mujeres con senos como montañas y otras con senos que son llanura. Algunas duras como roca, y otras blandos como almohadas. No importa. Todas ellas bailan y con su danza causan un embrujo que obliga a suspirar para no morir de ahogo, de asfixia o de imaginación.

Hay mujeres que cuando las ves caminar antojan de bailar al corazón.

miércoles, septiembre 21, 2016

Gato


Toco la puerta.
Adentro, un gato
tigre de alcoba
león de apartamento.

Me adentro en sus dominios,
agazapado me mira
me acecha
me vigila

Escondido tras las patas
de un sofá
revisa cada paso.
Me contempla.
Espera

A lo lejos suena su rugido
que más parece 
un llamado
 o un cariño

De improviso se lanza sobre mí.
Ataca mis cordones
boas domésticas que estrangulan 
mis zapatos.
Lucha zarpa a zarpa,
colmillo tras colmillo

Me quito el zapato para que juegue tranquilo
y su combate se torna sin tregua.
Mete su cabeza por la boca del zapato
temo lo engulla para siempre

Gato sale,
victorioso.
Se tiende sobre el cuerpo del vencido
y me mira. 

Se levanta y sube sobre mí, 
dispuesto a reclamar
su premio.
Me ronronéa,
camina en círculos
 sobre mi
se refriega
Cree me salvó la vida

Tal vez lo hizo. 

domingo, septiembre 11, 2016

Guitarra


A lo lejos
una guitarra se queja
a lo lejos.

Hay cantos
que son llantos
y llantos
que son canciones

Cada cuerda es un nudo
cada nudo es un amarre
cada uno es el anuncio de un vaivén

uno, dos
uno, dos

Una guitarra llora
a lo lejos.


miércoles, septiembre 07, 2016

Secretaria

La puerta se abre. Siempre se abren y cierran puertas cuando tu oficio es manejar un taxi. Es un asunto común (el de las puertas, no el del oficio, aunque algunos dirán que con tantos que ruedan por la calle el del oficio también lo es), pero eso no implica que no traiga cierta preocupación, porque la verdad es que uno se preocupa por las puertas: que no las lancen al cerrar, que no queden mal ajustadas, que el seguro este puesto a tiempo y quitado también cuando se debe. Puertas y preocupaciones, así es el oficio. 

El caso es que suena la puerta al abrirse, y luego al cerrarse.

- Buenos días, me dice
+ Buenos días, le digo yo                         
- Me lleva a la zona industrial                         
+ Con gusto señorita                         

Siempre digo a las mujeres en mi taxi señoritas, no importa que edad tengan. Es un vicio que me quedó de mi madre, quien a todas decía señoritas, o una muletilla diría mi profesora del colegio de español. Como odiaba yo a esa profesora. Sospecho que esa sí se quedó señorita hasta la muerte, asunto que creo fue afortunado para los hombres en general, pero desafortunado para sus alumnos en particular quien debimos padecerla con su aversión al género masculino.
                         
Me pregunto en qué trabajará. Puede ser ejecutiva, o tal vez trabajar en producción. ¿Será tal vez secretaria? Me gustan las secretarias y su oficio de guardar secretos. Creo eso es en últimas lo que hacen, pues todo lo demás no es sino deformación profesional.

Y entonces lo siento. Poco a poco el taxi se va inundando de su olor. Un olor dulce y cálido, un olor de infancia. El mismo olor que sentía por las noches cuando había tenido un día malo y mi madre me quería consolar. Entonces murmuro, sin ser dueño de mi ni de mis palabras:
                         
+ Chocolate                         
-  ¿Perdón? dice ella                         
+ Chocolate repito de nuevo                         
- ¿Qué me dice?                         

Entonces las palabras salen de mi como sale el olor de una taza recién puesta. 

+ Dije chocolate señorita, porque a eso huele usted. Me huele a recuerdos, ¿sabe? Me recuerda a mi madre y su compañía, me recuerda las promesas de que todo iba a estar mejor, me recuerda que frente a una taza por las noches y durante lo que tardaba en tomarla el mundo mejoraba y tenía sentido. Me recuerda noches de insomnio conversando en el frío de una casa en la que el viento cantaba entre rendijas. Me recuerda el asiento negro en el fondo del pocillo, un dibujo que allí se hacía. Yo veía montañas y caminos, un mapa de un mejor futuro, uno en el que todo sería perfecto. Huele a alegría, a mañana, a porvenir. A esperanza. 

Chocolate, señorita.                         

La veo mirarme por el espejo.
No dice nada, sólo me mira                         

Entonces llegamos al destino y ella se baja. Es casada, dice, hace 15 años.Yo supongo nadie le había dicho que su olor era como el del chocolate, aunque quizás su marido se lo diga cada día y cada noche, pero no tendré nunca forma de saberlo. Me paga y la veo cruzar la puerta. Primero la del taxi, que se abre y cierra de nuevo.  No la lanza, la cierra con algo que para quienes sabemos de puertas podría parecer ternura. Luego la del sitio donde trabaja, que se abre y cierra a su paso. 
                         
En ella se queda mi secreto. Con suerte, secretaria.

domingo, julio 24, 2016

Un tigre


Para los Ketara Taimio, hay "personas que antes de ser personas fueron animales". Aquella concepción guarda una semejanza obvia con el pensamiento de diversas culturas norteamericanas, así como con creencias reencarnacionistas orientales que plantean el alma pasa de un estadio a otro, siendo posible esos pasos ocurran no solo de humano a humano, sino de animal a planta o incluso mineral. Sin embargo, las particularidades de esta creencia Ketara Taimio son por mucho mayores que sus semejanzas. Para ellos, es claro de qué animal procede cada integrante de la tribu, pero incluso logran realizar esa identificación con personas ajenas a su grupo inmediato. Quienes no se encuentran familiarizados con sus prácticas suponen que dicha comparación con animales es debida principalmente a las características comportamentales de cada individuo (similar a lo que la cultura occidental hace al decir que "es lento como tortuga", o "rápido como un halcón", por ejemplo). Pero la identificación no es realizada por dichas características sino que, para ellos, resulta evidente desde la simple apariencia física de cada individuo.


Cada una de estas personas-animal reciben una atención particular, pero algunos de ellos merecen consideraciones especiales. Tal es el caso, por ejemplo, de las personas-buho, dueños y señores de la noche y sus secretos, de cuellos cortos y ojos grandes capaces de distinguir con claridad aún en los problemas más complejos. 

Existen también los denominados animales-persona, es decir, animales que antes fueron personas y que también mantienen ellos sus características. Cualquier animal pudo ser persona anteriormente, así como cualquier persona pudo ser antes animal. Sin embargo existen ciertas reglas que de manera estricta deben ser respetadas. Los animales-persona, por ejemplo, tendrán en su siguiente vida cuerpo humano de manera invariable. 

Hay, sin embargo, una excepción a todo lo anterior. Dicha excepción es dada por los tigres, la criatura más sagrada de toda su cosmogonía. Para los Ketara Taimio ningún hombre puede ser tigre pues aquello está reservado específicamente para las mujeres. Las mujeres tigre son escasas y difíciles de encontrar pues ni siquiera ellas saben que aquel es el espíritu que las rige. Se evidencia en ellas su naturaleza felina siempre de improviso. Los sabios de la tribu llaman a este momento "el hambre". La simplicidad de dicho nombre describe de manera contundente la sensación por una mujer experimentada: Un día cualquiera la mujer tigre despierta con la necesidad profunda de devorar al objeto de su afecto, acción que comete sin reparo ni espera. Ningún hombre se opone a esto, pues la mujer tigre siempre devora en silencio y sin dolor, con una suerte de hipnosis que ahoga hasta el más quedo de los gritos. 

Dicen que después de esto la mujer tigre queda satisfecha y nunca nadie vuelve a mencionar el nombre del desaparecido. 


Solo las mujeres tigre saben que, en realidad, ahora llevan a su amante dentro.

miércoles, julio 20, 2016

Rostro




Un rostro me mira al otro lado del espejo
¿quién eres, nos preguntamos uno al otro?
Acaso el recuerdo de lo que no ha sido
acaso la consecuencia de aquel gesto que ya fue.

Uno y otro nos miramos largamente.
Como nos cuesta reconocernos.
El espejo no esperaba verme hoy
yo tampoco esperaba verlo a el, todo sea dicho.

Hay días en los que el viento
nos cambia a ambos
a él y a mí
y ya hoy ninguno de los dos logra encontrarse.

domingo, julio 17, 2016

Alambre






Técnica: Dibujo escultórico en alambre. Una sola línea continua. 

Material: Alambre de cobre sobre madera.

jueves, julio 07, 2016

viernes, julio 01, 2016

Falta


Últimamente me faltan las palabras.
Se hayan perdidas, 
extraviadas en alguna lejana habitación de la memoria.
Las busco, lo juro, 
con el mismo desasosiego con el cual el sediento busca el agua 
o el solitario busca compañía. 
No logro encontrarlas.
Las busco en las palabras de otros, 
en libros que nunca he abierto, 
en libros que ya leí. 
Las busco en ojos ajenos, 
en miradas que se cruzan en la calle, 
en el reflejo que me mira colgado en la pared. 
Me faltan, y su falta me tortura.

Hay días en los que creo se agolparán todas en los dedos, 
listas a salir como si de una cascada de letras se tratara. 
Quizás estaban adentro, 
semillas de un árbol que de frutos estará repleto. 
Pero las pocas que al fin salen, tímidas, 
se enredan en mis dedos, 
palabras de hilo que se anudan frente a mi. 
Quizás salgan por la garganta, pienso, 
pero entonces todo se vuelve torpeza de palabras atropelladas, 
y luego silencio, 
y luego ahogo.

Quizás sea algún castigo divino. 
El precio que me cobran rencorosos dioses por los pecados que cometí 
o quizás por aquellos que nunca me atreví a concretar. 
Quizás sea más poético el castigo 
y sea mi condena la de un Babel moderno, 
tratando de hablar en un idioma que nadie más conoce. 
Tal vez me gasté ya todas mis palabras, 
tal vez ya nada me queda por decir.

Tal vez de musas ausentes lentamente la vida me rodea. 
O tal vez, no lo quiera el destino, 
haya llegado a la vida el tiempo del silencio.

Se han ido las palabras y queda todo lleno de desierto.
Mientras vuelven, que de música sea mi consuelo.

domingo, junio 12, 2016

domingo, mayo 15, 2016

Mujeres y oficios (la costurera)




Vuelvo a hablar sobre mi madre.
Hay mujeres así, sobre las que uno vuelve 
invariablemente. 
A veces la veo sentada en su costura. 
(Así son todas, sospecho.) 
Puntada tras puntada va arreglando ropas viejas
que en sus manos se niegan a morir.
Costura tras costura, remienda los agujeros que va dejando la vida. 
Son curiosos los agujeros de la ropa.
Salen cuando menos se les espera,
sin pedir permiso,
sin avisar siquiera.

Pero allí está ella, aún con su costura.
Imagino no comprende la diferencia entre la costura y la vida misma.
Una y otra se tejen frente a ella
Y se destejen
En algunos casos se ve la cicatriz,
en otros, gentilmente,
se disimulan surcos con dobladillos,
y dobladillos con comisuras,

Yo no se coser. Nunca aprendí ni de agujas
ni de hilos.
Así que de cuando en vez
vuelvo y hablo con mi madre.
Y otra vez, sin que lo note, me cose un agujero
que se me había hecho en el alma.

domingo, mayo 01, 2016

Fragmentos (Caballo)



Fragmentos, 

Eso es todo

Lo son la memoria y el recuerdo, lo es la vida. 

Unos se presentan. Otros se esconden.

Unos en negro, otros en blanco. 

Unos son palabras, otros son silencios. 

Fragmentos, digo yo.

Nada más que una sucesión interminable de fragmentos.  

lunes, abril 18, 2016

El libro de las pajaritas de papel

Juan Gimeno es historiador de vocación, y quizás también de oficio. Es historiador de cosas viejas y tiempos pasados, de historias que se desvanecen en memorias antiguas. Es él uno de aquellos que resulta ser memoria de aquello que se ha perdido en el recuerdo.

Hace unos días preguntó por un par de libros viejos, y sin querer preguntó también por sus historias. Esta noche quisiera contar una.

La historia de mi primer libro ya la dije alguna vez. Creo que ninguna historia será tan bella como esa, pero la historia de este otro tiene también su oculta hermosura, por lo menos para mi. Ocurrió hace más de 20 años, en la época en la que difícilmente se encontraban libros que hablasen de papel doblado, en los tiempos en los que la palabra origami sonaba a insinuación.

Todos los origamistas conoce la situación. Llegar a una librería y preguntar, tímidamente, si acaso tienen libros de origami. Esperar unos segundos y observar como el rostro del librero cambia. Ocurre luego una de dos escenas.

*¿Ese es el apellido del autor?
- No, es el tema.

*¿Origamia? no, no me suena.

- Bueno, gracias.

O, tal vez...

*¿Origami? espere un momento.

(Y entonces te emocionas pero intentas, vanamente, que la emoción no te desborde. Y esperas. Tic. Tac. Tic. Tac. Tic...)

*No, de eso no tenemos.

Luego irse del lugar, culpándose uno mismo por haber preguntado, por permitirse emocionarse, por sucumbir, de nuevo, a la superflua ilusión.

Algunos, como yo, aprendemos con el tiempo que resulta mejor buscar por uno mismo. Tal vez la constancia venza lo que la dicha no alcanza, o tal vez las ganas consigan lo que el conocimiento niega. Entonces vamos directamente a las secciones, miramos uno a uno, portada tras portada. Esfuerzo vano. Con los años dejamos de buscar, cansados del mismo rostro perdido, de la misma esperanza ilusoria, del mismo esfuerzo sin sentido.

Pero vuelvo a la historia. Años atrás entré a una librería en Medellín. Iba con mi padre, creo, asiduo visitante él de aquellos sitios. No era una librería de cadena sino una pequeña, de aquellas que no tienen poder de negociación frente a las editoriales, de aquellas que no reciben lo que compran sino aquello que las editoriales desean enviar. En ella los libros estaban por editoriales, no por autor o tema, y allí tuve la fortuna de encontrar lo que parecía una novela más. El libro de las pajaritas de papel. No había allí ninguna novela. Las palabras aquí no hablaban de un protagonista y sus aventuras o tal vez sus desventuras. En cambio, a mis ojos, magia.

Vivía allí un Ícaro que se llamaba Dédalo (mil perdones, pero en la emoción no recordaba diferencia), un toro que podía quizás lanzarse a la embestida, una monja llevada por el viento (y el viento lucía aún más que la propia monja). Un rostro, increíble rostro, un cerdo como pocos. Una paloma cuyas alas no se movían y, sin embargo, bailaban cada vez. Un drácula, poderoso, que se transformaba y volaba con mis sueños. Cada modelo más bello aún que el anterior. En medio del libro, color. Fotos de colores que mostraban figuras que nunca lograrían plegarse con semejante hermosura. Compré el libro con temblor en las manos. Era estudiante, aún en el colegio, así que comprar el libro era disponer de todos mis ahorros de más de un mes y pedir la ayuda de mi padre o de mi madre, ya no recuerdo mucho. Pero el temblor no era por su costo era porque la magia se encontraba en la punta de mis dedos. Y la magia, bien hecha, siempre conmueve.

No recuerdo el rostro del librero. No sé si miraba sin saber que había vendido. No recuerdo si el libro estaba codificado aún o no. En resumen no recuerdo más que los montones de horas y días tratando de plegar uno a uno aquellos modelos.

Vuelvo a aquel libro con frecuencia. Años después de haberlo comprado leí su introducción. Allí también existía un protagonista. Con aventuras y desventuras, con viajes, con una historia que parecía nunca iba a terminar.

Han pasado casi 30 años, bueno, 26 para ser exactos. Aún lo tengo en mi mesita de noche. Pocos libros viven allí. Mister Gwyn de Alessandro Barecco, El libro de los abrazos de Eduardo Galeano y El libro de las pajaritas de papel. Todos ellos son abrazos diferentes. Todos ellos, muchas veces, han sido mi compañía durante noches de soledad. Una mancha de agua recorre sus hojas en la parte de arriba. La portada, ha ido perdiendo sus dibujos y su lomo se conserva sostenido con cinta de emascarar. Ya huele a libro viejo, tan viejo como esta historia.

Juan Gimero es historiador por vocación, historiador de cosas viejas y tiempos pasados que se desvanecen en memorias antiguas. Hoy me ha devuelto más de 20 años en el tiempo. Hoy soy yo quien cuento esta historia, que ahora a él le pertenece. Gracias Juan. Montones de gracias.

viernes, abril 15, 2016

Monotonías

Hay quienes quieren que el mundo funcione a su imagen y semejanza. Sueñan que todo ocurre de la manera que quieren, que sus normas permanecerán eternas, impasibles, inmóviles frente al paso del tiempo.
Pobres. En el mejor escenario su mundo se volverá como lo sueñan, una infinita sucesión de monotonías, un eterno devenir de aburrición.
Pobres, insisto, porque el mundo es ancho y ajeno, porque todo cambia, porque nada permanece inalterable frente al ritmo de los tiempos, porque el mar rompe la playa, porque la montaña cambia su forma, porque los niños crecen y los amores cambian, porque todos los días amanece pero ningún amanecer es igual al anterior.
Pobres otra vez, que por sus caprichos se pierden la alegría del mundo, que con su ceguera sólo quitan a los demás su felicidad.
Dicen que un viejo dios, de vanidades ebrio, quiso hacer al hombre a su imagen y semejanza. Basta salir a la calle para descubrir el resultado de aquel capricho.
También él pobre. Dicen que hace siglos no viene por el mundo por el creado. Algunos creen que no lo hace por vergüenza. Yo sospecho que no viene por tristeza.

domingo, abril 03, 2016

Mujeres y oficios (la lectora)

Mi madre son muchas mujeres. Una vez quise contarlas pero pronto perdí la cuenta. Todas ellas se la pasan metidas en un cuerpo que le queda pequeño de tantas que lo habitan. A veces sale una y conversas con ella. Otro dia sale otra distinta que algún asunto diferente tiene para enseñarme. Sólo hay que estar un poco atento a lo que ocurre. 

Hay días en que, dentro, se pelean entre ellas. Algunas quieren una cosa, las otras lo contrario. Mi madre encuentra tiempo para todas, aunque no entiendo como lo hace. 

Hay gente más simple, más coherente, que sólo cree ser una persona. Son los monotemáticos, los de siempre, los constantes. Esos son menos interesantes. 

A mi me gustan las mujeres que son como libros, y que con cada pasar de los dedos te cuentan una historia diferente.

Mi madre me ha pedido que le pinte una mujer. 

Yo la he pintado a ella. 
(a varias de ellas)

sábado, marzo 26, 2016

Pegaso (en video)

Roman Petrenko, mejor conocido en el mundo virtual como Yakomoga Origami, es uno de esos youtubers que tiene un canal con decenas de videos en los que enseña a plegar, con calma y tino, modelos de origami que le gustan. Y no sólo a él le gustan, que más de 32000 seguidores comparten su pasión.

Felizmente, su último video enseña a realizar uno de los pegasos que diagramé hace algunos años en "Papel, Piel y Palabra". El orgullo es mucho, obviamente.

Como sé que hay muchos que prefieren aprender a hacer modelos en video creo que aquí tienen una bonita oportunidad.

Y como también se que hay muchos que prefieren seguir los diagramas como si de un libro se tratara, recuerden que pueden descargar el libro entero aquí.

Espero lo disfruten, y a Yakomoga mis agradecimientos

miércoles, marzo 09, 2016

Pintar un Guayacán


Cuando era niño mis ojos se enamoraron de un Guayacán.
Una mancha, amarilla, en medio del verde, del rojo y del gris.
     un acto de rebeldía en medio de la desesperanza
         una carcajada en medio de la tristeza

En este país de locura no es notorio en los árboles la primavera
     tampoco el otoño
Pero el guayacán no es parte de esta locura aunque en medio de ella viva.
El guayacán grita primavera
       y se oculta en otoño.
       Pero antes de hacerlo deja en el suelo el recuerdo de las sonrisas regaladas.

Hay quien pisotea aquellas flores
hay quien las guarda
                           (lo mismo pasa con la alegría ajena)

A veces la vida se llena de locura
   de tristeza
   de desesperanza
Entonces busco refugio
 y pinto un guayacán.






miércoles, febrero 24, 2016

Diré lo Obvio*




A los otros, a todos ellos.



Diré lo obvio:

Uno es los libros que lee,
los viajes que hace,
las personas que conoce,
los amores que tiene y los que pierde (esos, sobretodo)

Uno es las calles que camina,
las comidas que coge con sus manos, los platos que cocina.

Es la sombra que siempre corre, detrás de ti, pegada a ti
(Y te alcanza, sabe dios que siempre te alcanza)

Uno es sus miedos y sus cobardías
Y también sus valores

Uno es los árboles que siembra.

Si tiene la suerte de escribir un libro, entonces uno es quien lo lee. Y si pintas eres quien mira esos cuadros. Y si bailas eres quien baila contigo y quien te ve bailar. Y si actúas eres quien te ve actuar, y si esculpes eres quien ve aquella escultura.

Si haces música...
Uno es la música que escucha.

Uno es las lágrimas que vierte, los dolores que llora, los muertos que deja atrás y los que tiene por delante, sus duelos, sus partidas, sus abandonos, las despedidas dadas y las que hubiera querido dar.

Uno es las sonrisas que regala, y más aún las que le son regaladas.

Uno es los niños que juegan con uno
Los adultos que lo cuidan
Los viejos que lo aconsejan

Las preguntas que le hacen, incluso más que aquellas que uno mismo se atreve a hacer.

Uno es los abrazos que da, las pieles que acaricia, las manos que lo recorren, los ojos con los que se cruzan, las miradas, las pasiones (las tímidas y sobretodo las gloriosas), las palabras dichas al oído, los cansancios compartidos, los besos dados, recibidos y dejados de dar, las personas con las que duerme y aquellas con las que despierta.

Uno es
en últimas
 gracias a los otros.





En agradecimiento a Halle y a todo el equipo de "Pajarita", 
por la entrevista en la revista de la AEP en septiembre de 2015

martes, febrero 16, 2016

A la luz del faro

Esta entrada se publicó originalmente aquí
acompañando un modelo de origami.  
Se publica de nuevo, ahora sin imágenes y con algunas 
correcciones de estilo, 
para comodidad de quienes sólo buscan 


las palabras de este blog.


Cuando alguien preguntaba por su empleo, Ismael improvisaba una respuesta. Decía que su oficio no era mayor cosa, que el simplemente se dedicaba a llevar un poco de luz en medio de la oscuridad. Otras veces, que era un simple profesor que trataba de señalar el camino a quienes se perdían en las tinieblas. Una vez quiso decir que era sacerdote, y que marcaba el rumbo a las almas que estaban perdidas. El problema es que aquellas respuestas nunca fueron más que frases encerradas en su boca, pues nadie jamás le preguntaba nada.

Ismael vivía en soledad. Medio mundo había recorrido, hasta terminar en un pueblo perdido en lejanos mares de cuyo nombre ni él estaba seguro. Ismael operaba el faro que indicaba a los barcos el camino al puerto. Era un empleado del gobierno, es cierto, pero ya ninguno de sus integrantes se acordaba de él, y mucho menos de su faro. Nunca llegó a su playa una bombilla de repuesto, o el par de galones de pintura que quería para cambiar el color del techo. Las tejas, a veces, dejaban adentro más viento que el que había afuera, y parecía que el único lugar medianamente acogedor era, precisamente, el de la luz que marcaba el camino. Una vez, la veleta que señalaba el rumbo del viento vino a desprenderse y caer justo a un par de metros de aquella luz. Ismael, dentro de todo, lo tomó a bien. Dijo que el gallo de la veleta quería un poco de calor y por eso hasta su nido había querido poner en aquel farol.

El suyo era un trabajo solitario. No tenía más compañía que el gallo de la veleta, y los lejanos barcos que pasaban. Una vez al mes, un barco llevaba provisiones, ropa, y uno que otro libro que Ismael atesoraba y racionaba hasta el mes siguiente. De día Ismael dormía. Debía recuperar el sueño que su noche de vigía le imponía. Más sabía de murciélagos que de aves, de soledades que de compañías, de oscuridades que de claridad. Pasaba las noches mirando hacia la inmensidad del océano, buscando una mancha oscura en medio de otra oscuridad. Miraba ola tras ola, esperando que algún leve movimiento delatara un barco que no sabía hacia donde ir. Miraba en medio de la nada por si alguna luz señalaba acaso una pobre alma que no supiera cual sería su destino. 

Una noche conoció a Clara. Quizás conocer sea mucho decir. Ella se detuvo a mirarlo en medio del agua y le sonrió. El no quiso señalarla con la luz del faro, no fuera que acaso lastimara sus ojos. Ismael no necesitaba luz para lograr distinguirla. Veía en la noche oscura a aquella mujer que desde el agua le sonreía, y por una vez sintió que dejaba de lado la soledad.

A Clara le gustaban los hombres cuyo oficio parecía sacado de antiguos libros. Así que no fue una elección difícil enamorarse de Ismael. No había nacido princesa, ni cortesana. Ninguna sangre noble corría por su cuerpo, aunque de nobleza ella sabía. Era una mujer común, de sonrisa hermosa y cabello largo, con voz de contralto (o al menos eso parecía) y ojos que aún desde lejos se veían oscuros. Un poco joven, tal vez, pero se notaba en su rostro que compensaba la falta de años con experiencia. A Clara tampoco nunca le preguntaban de donde venía o a que se dedicaba. Aunque lo suyo no era tanto un asunto de soledad, sino más bien de abundancia de conocimiento. Todos sabían quien era, todos la conocían desde pequeña. Y, por lo mismo, Clara tenía siempre con quien conversar, siempre alguien a quien hablar.

Lo suyo era un amor de lejos. Clara visitaba a Ismael cada noche, y con ella algunas aves volaban en medio del silencio. Jamás había subido hasta lo alto del faro, ni siquiera había entrado hasta la habitación baja de Ismael. Simplemente se acercaba, poco a poco, metro a metro y noche a noche. Para Ismael aquello bastaba, y hasta el alba se veían. Poco importaba el clima, que los últimos días empeoraba. Lo único importante para Ismael era esperar la llegada de su Clara. 

Ismael pasaba los días en vela, y las noches con la mirada en los ojos de Clara. El viento pasaba, rápido y constante arrastrando en su vuelo otrora lejanas nubes. Las gaviotas volaban poco, sin alejarse nunca de la playa, pero nada de aquello veía Ismael. Hasta el pobre gallo de veleta empezó a quedarse relegado. Nada más que a su Clara necesitaba. Pasadas tres semanas Clara llegó, con la lluvia, a la playa. Fuera del agua, en los bajos del faro, lo esperó. Ismael bajó hasta la puerta, y la encontró. No se dijeron nada, no intercambiaron una sola palabra. Simplemente se miraron. Sus ojos, oscuros. Negros como el océano en medio de una noche sin luna, como la tormenta que empezaba. Un viento huracanado comenzó a levantar las olas. El sonido de su romper contra los muros que a duras penas custodiaban aquel faro venido a menos. Las gotas de lluvia rebotando una a una en el tejado mal formado, y la noche cerrada sólo atravesada por rayos que iluminaban su negrura. A lo lejos casi imperceptible, una llamada de auxilio. En el radio del faro un barco pedía luz que evitara golpeara contra la costa. En medio de las olas los marinos se sentían a la deriva, aferrados a aquella luz que como cuerda invisible era su última esperanza. Ismael nunca vio aquel navío, pues estaba perdido en la inmensidad de los ojos de clara. 

Entonces vino la tragedia. Aquel gallo solitario de repente se vio a si mismo transformado de veleta a pararrayos, y en medio de la tormenta, un relámpago se sintió irremediablemente atraído por su encuentro. Aquella lámpara que servía de farol de repente reventó, dejando el mar en oscuridad. Ningún ave se atrevía a cantar, y en cambio gritos de muerte comenzaron a romper la noche, compitiendo con la tormenta. Ismael lloró. Bien sabía el destino que a aquellos marinos esperaba. Y Clara lo vio llorar. Subió una a una las escaleras, hasta llegar a lo alto del faro. Tomando los trozos de vidrio de aquella lámpara rota decidió abrirse el pecho en dos. Entonces todo se hizo blanco. De su pecho de sirena una luz tan intensa como el día mismo cruzó la noche. El faro señalaba el camino de nuevo. Los sonidos de muerte del navío fueron cambiando a gritos de júbilo que anunciaban que lograrían vencer aquel mal que esa noche los traicionaba. Y del júbilo se pasó a la alegría, y de la alegría a las promesas de que aquel hombre que manejaba el faro sería recordado y premiado por su heroísmo.

Ismael nunca supo de premios, ni de heroísmos. No salió a recibir las provisiones que traía el barco una vez al mes. Ni contestó al radio que decía que el presidente quería premiarlo. Ismael nunca salió de aquella torre. Se quedó, día y noche, esperando que aquella clara luz volviera a ser la sirena que el amaba.

Nunca más las aves volvieron allí a volar.

domingo, febrero 14, 2016

Volviendo al cajón de sastre.



Me declaro reincidente.
     es verdad y lo confieso.
A veces vuelvo sobre caminos que ya antes recorrí.
     Leo libros que ya leí.
         Veo películas que ya antes ví.
             Voy a lugares en los que ya estuve antes.

A veces es necesario volver a uno mismo.
Ir a la cocina y prepararse un café y sentarse a conversar,
    como si fueramos viejos amigos, o al menos conocidos,
Preguntarse por uno mismo, por la familia, por los amigos, por el tiempo.
    Por las decisiones.
             ¡Ah! las decisiones...  lo hecho y lo dejado de hacer.

A veces es necesario volver.
   Recordar
   re-cordaris
   re-cordar
Volver a pasar por el corazón.

Me he buscado en el cajón de sastre,
     (aunque sea el mio de papel)
          Lo hago a veces, cuando la inspiración se porta esquiva
                cuando el polvo de la casa es mucho
           o cuando llega el momento de limpiar
y justo allí he encontrado que antes fui ballena.

Eran otros tiempos,
    pero de ellos vino a salir un enorme azul
    perdido en el océano.

De cuando en vez, resulta bien volver.