Acuarela en monocromático.
domingo, diciembre 18, 2016
lunes, diciembre 12, 2016
Pintar sin distinguir colores.
Mi relación con la pintura siempre ha sido tormentosa. Es culpa del color que en mis ojos genera una infinita complejidad. Quienes visitan Las Soledades de Babel desde sus orígenes, o quienes me conocen en lo personal saben que soy incapaz de distinguir colores. Es algo con lo que aprendí a vivir, de la misma forma que hay quienes aprenden a vivir con calvicie o quienes viven con ojos azules. A veces incomoda, por ejemplo con la ropa que nunca sé cómo combinar, o con los arcoiris que todos distinguen. A veces, duele.
Me pasa cuando trato de pintar, sea cual sea la técnica. Azul y morado son iguales a mis ojos. El verde a veces es gris, otras es café. El naranja es amarillo. El gris con frecuencia se vuelve rosa. O el rosa gris. Y así, puedo seguir color tras color explicando esta discromatopsia que algunos llaman daltonismo.
Por eso, en parte, pinto usando plastilina. Con sus nombres suelo poder saber que color es cada uno. Las mezclas, normalmente, son respetuosas de la teoría del color y entonces aunque a veces no logre ver los colores como los demás, sé que estoy usando aquello que mi cabeza quiere. El azul será azul, el rosado rosado y el gris será gris al final de esta historia.
Pero, lo confieso. En días como hoy, si pudiera, quisiera ver con los ojos de otro.
¿Veremos acaso, vos y yo, el mismo cuadro?
sábado, diciembre 10, 2016
domingo, diciembre 04, 2016
martes, noviembre 29, 2016
Las manos compartidas
domingo, noviembre 27, 2016
sábado, noviembre 26, 2016
Una crónica de lo simple
viernes, noviembre 18, 2016
Blanco y negro y blues
En medio de aquellos encuentros nocturnos, ha surgido una especial fascinación por aquello que pinto con un solo color.
Este es el primero de una serie, basado en una foto antigua.
Blanco y Negro y Blues.
viernes, noviembre 11, 2016
Haz buen arte.
Cuando el mundo se vaya a la mierda,
ve y ponte a hacer buen arte.
Porque el mundo se irá a la mierda más veces de las que puedas llegar a contar.
Un día te quedarás sin trabajo
la nevera estará vacía
los perros de la calle no se tomarán la molestia de ladrarte
al cruzarse en tu camino.
Un día tendrás que vender tu casa
tu carro
tu colección de juguetes, esa que tenías desde niño
la colección de estampillas que te dio tu padre
O tal vez te rompan el corazón
y el amor eterno terminará eternamente
o se volverá odio
y rabia
y dolor
y rencor
y silencio
Entonces ve y ponte a hacer buen arte.
A veces no será el mundo que tu eres,
el que se vaya al carajo.
A veces será el otro,
el grande,
el ajeno.
y vendrán los odios a lo que es diferente
y las mentiras
y el engaño
y los políticos
y el miedo.
El miedo siempre está.
Entonces ve, y por lo que más quieras, ponte a hacer buen arte.
Si quieres pinta, si quieres baila, si quieres canta, si quieres escribe.
que todo te importe nada
o menos que nada
Solo ve y haz buen arte.
Lo sé.
Dirás que tu arte no es bueno
Dirás que no sabes pintar
Que lo tuyo no es la música
Que tienes dos pies izquierdos
y que ninguno de ellos sabe bailar.
O tal vez dirás que tu arte no es bueno.
Corrijo: no es lo suficientemente bueno
Seguramente tendrás razón
y tu arte no será nunca lo que esperas.
En últimas no tiene por qué serlo.
Eso no importa.
Tan solo ve y ponte a hacer buen arte.
Porque el mundo no vale la pena
porque la vida es una puta
que se ensaña
porque nunca nada que valga la pena ha nacido
del miedo
Porque cuando todo se acaba
lo que importa
lo que trasciende
lo que permanece
lo que sigue
lo que queda
es el arte.
miércoles, octubre 26, 2016
Colibrí
Es un colibrí.
En un instante
el vuelo de un colibrí.
La primavera.
En un aleteo
Se escapa la vida.
Nada más queda
domingo, octubre 16, 2016
jueves, octubre 13, 2016
miércoles, octubre 05, 2016
Una historia de libros
- ¿Tendrán por allí «mujeres de ojos grandes» de Ángeles Mastretta?
Y entonces ella, como si de un libro se tratara, escribe:
Y con esa frase simple y dulce, cierra la última palabra de la última página, promesa al aire de una nueva historia por leer.
lunes, septiembre 26, 2016
Mujeres que bailan
Se presentan así, tan evidentes, que cada parte de su cuerpo habla con sutiles confidencias.
Algunas bailan con su cadera. Paso a paso su cuerpo se mueve de un lado al otro, dibujando en el aire una ligera luna naciente a la que los hombres difícilmente niegan su aullido.
Otras bailan con sus hombros, adelante y atrás, una invitación y un rechazo, una propuesta y un desaire, un venir para luego irremediablemente emprender la marcha.
Hay otras que bailan con las manos. Esas suelen ser más tímidas. Sus dedos se mueven sobre el propio cuerpo, sabiendo de memoria los pasos de baile. Se toman a veces la propia ropa, como si de repente fueran a comenzar a bailar una cumbia. Quizás lo hagan en su cabeza.
Mis favoritas bailan con los senos. A veces es un sutil temblor que acompaña cada paso, a veces un movimiento amplio y descarado. No es un asunto del tamaño. Hay mujeres con senos como montañas y otras con senos que son llanura. Algunas duras como roca, y otras blandos como almohadas. No importa. Todas ellas bailan y con su danza causan un embrujo que obliga a suspirar para no morir de ahogo, de asfixia o de imaginación.
Hay mujeres que cuando las ves caminar antojan de bailar al corazón.
miércoles, septiembre 21, 2016
Gato
domingo, septiembre 18, 2016
domingo, septiembre 11, 2016
Guitarra
A lo lejos
una guitarra se queja
a lo lejos.
Hay cantos
que son llantos
y llantos
que son canciones
Cada cuerda es un nudo
cada nudo es un amarre
cada uno es el anuncio de un vaivén
uno, dos
uno, dos
Una guitarra llora
a lo lejos.
miércoles, septiembre 07, 2016
Secretaria
Chocolate, señorita.
jueves, septiembre 01, 2016
domingo, julio 24, 2016
Un tigre
Para los Ketara Taimio, hay "personas que antes de ser personas fueron animales". Aquella concepción guarda una semejanza obvia con el pensamiento de diversas culturas norteamericanas, así como con creencias reencarnacionistas orientales que plantean el alma pasa de un estadio a otro, siendo posible esos pasos ocurran no solo de humano a humano, sino de animal a planta o incluso mineral. Sin embargo, las particularidades de esta creencia Ketara Taimio son por mucho mayores que sus semejanzas. Para ellos, es claro de qué animal procede cada integrante de la tribu, pero incluso logran realizar esa identificación con personas ajenas a su grupo inmediato. Quienes no se encuentran familiarizados con sus prácticas suponen que dicha comparación con animales es debida principalmente a las características comportamentales de cada individuo (similar a lo que la cultura occidental hace al decir que "es lento como tortuga", o "rápido como un halcón", por ejemplo). Pero la identificación no es realizada por dichas características sino que, para ellos, resulta evidente desde la simple apariencia física de cada individuo.
miércoles, julio 20, 2016
Rostro
Un rostro me mira al otro lado del espejo
¿quién eres, nos preguntamos uno al otro?
Acaso el recuerdo de lo que no ha sido
acaso la consecuencia de aquel gesto que ya fue.
Uno y otro nos miramos largamente.
Como nos cuesta reconocernos.
El espejo no esperaba verme hoy
yo tampoco esperaba verlo a el, todo sea dicho.
Hay días en los que el viento
nos cambia a ambos
a él y a mí
y ya hoy ninguno de los dos logra encontrarse.
domingo, julio 17, 2016
Alambre
Técnica: Dibujo escultórico en alambre. Una sola línea continua.
Material: Alambre de cobre sobre madera.
lunes, julio 11, 2016
jueves, julio 07, 2016
viernes, julio 01, 2016
Falta
Las busco, lo juro,
domingo, junio 12, 2016
domingo, mayo 15, 2016
Mujeres y oficios (la costurera)
domingo, mayo 01, 2016
Fragmentos (Caballo)
domingo, abril 24, 2016
lunes, abril 18, 2016
El libro de las pajaritas de papel
Juan Gimeno es historiador de vocación, y quizás también de oficio. Es historiador de cosas viejas y tiempos pasados, de historias que se desvanecen en memorias antiguas. Es él uno de aquellos que resulta ser memoria de aquello que se ha perdido en el recuerdo.
Hace unos días preguntó por un par de libros viejos, y sin querer preguntó también por sus historias. Esta noche quisiera contar una.
La historia de mi primer libro ya la dije alguna vez. Creo que ninguna historia será tan bella como esa, pero la historia de este otro tiene también su oculta hermosura, por lo menos para mi. Ocurrió hace más de 20 años, en la época en la que difícilmente se encontraban libros que hablasen de papel doblado, en los tiempos en los que la palabra origami sonaba a insinuación.
Todos los origamistas conoce la situación. Llegar a una librería y preguntar, tímidamente, si acaso tienen libros de origami. Esperar unos segundos y observar como el rostro del librero cambia. Ocurre luego una de dos escenas.
*¿Ese es el apellido del autor?
- No, es el tema.
*¿Origamia? no, no me suena.
- Bueno, gracias.
O, tal vez...
*¿Origami? espere un momento.
(Y entonces te emocionas pero intentas, vanamente, que la emoción no te desborde. Y esperas. Tic. Tac. Tic. Tac. Tic...)
*No, de eso no tenemos.
Luego irse del lugar, culpándose uno mismo por haber preguntado, por permitirse emocionarse, por sucumbir, de nuevo, a la superflua ilusión.
Algunos, como yo, aprendemos con el tiempo que resulta mejor buscar por uno mismo. Tal vez la constancia venza lo que la dicha no alcanza, o tal vez las ganas consigan lo que el conocimiento niega. Entonces vamos directamente a las secciones, miramos uno a uno, portada tras portada. Esfuerzo vano. Con los años dejamos de buscar, cansados del mismo rostro perdido, de la misma esperanza ilusoria, del mismo esfuerzo sin sentido.
Pero vuelvo a la historia. Años atrás entré a una librería en Medellín. Iba con mi padre, creo, asiduo visitante él de aquellos sitios. No era una librería de cadena sino una pequeña, de aquellas que no tienen poder de negociación frente a las editoriales, de aquellas que no reciben lo que compran sino aquello que las editoriales desean enviar. En ella los libros estaban por editoriales, no por autor o tema, y allí tuve la fortuna de encontrar lo que parecía una novela más. El libro de las pajaritas de papel. No había allí ninguna novela. Las palabras aquí no hablaban de un protagonista y sus aventuras o tal vez sus desventuras. En cambio, a mis ojos, magia.
Vivía allí un Ícaro que se llamaba Dédalo (mil perdones, pero en la emoción no recordaba diferencia), un toro que podía quizás lanzarse a la embestida, una monja llevada por el viento (y el viento lucía aún más que la propia monja). Un rostro, increíble rostro, un cerdo como pocos. Una paloma cuyas alas no se movían y, sin embargo, bailaban cada vez. Un drácula, poderoso, que se transformaba y volaba con mis sueños. Cada modelo más bello aún que el anterior. En medio del libro, color. Fotos de colores que mostraban figuras que nunca lograrían plegarse con semejante hermosura. Compré el libro con temblor en las manos. Era estudiante, aún en el colegio, así que comprar el libro era disponer de todos mis ahorros de más de un mes y pedir la ayuda de mi padre o de mi madre, ya no recuerdo mucho. Pero el temblor no era por su costo era porque la magia se encontraba en la punta de mis dedos. Y la magia, bien hecha, siempre conmueve.
No recuerdo el rostro del librero. No sé si miraba sin saber que había vendido. No recuerdo si el libro estaba codificado aún o no. En resumen no recuerdo más que los montones de horas y días tratando de plegar uno a uno aquellos modelos.
Vuelvo a aquel libro con frecuencia. Años después de haberlo comprado leí su introducción. Allí también existía un protagonista. Con aventuras y desventuras, con viajes, con una historia que parecía nunca iba a terminar.
Han pasado casi 30 años, bueno, 26 para ser exactos. Aún lo tengo en mi mesita de noche. Pocos libros viven allí. Mister Gwyn de Alessandro Barecco, El libro de los abrazos de Eduardo Galeano y El libro de las pajaritas de papel. Todos ellos son abrazos diferentes. Todos ellos, muchas veces, han sido mi compañía durante noches de soledad. Una mancha de agua recorre sus hojas en la parte de arriba. La portada, ha ido perdiendo sus dibujos y su lomo se conserva sostenido con cinta de emascarar. Ya huele a libro viejo, tan viejo como esta historia.
Juan Gimero es historiador por vocación, historiador de cosas viejas y tiempos pasados que se desvanecen en memorias antiguas. Hoy me ha devuelto más de 20 años en el tiempo. Hoy soy yo quien cuento esta historia, que ahora a él le pertenece. Gracias Juan. Montones de gracias.
viernes, abril 15, 2016
Monotonías
domingo, abril 03, 2016
Mujeres y oficios (la lectora)
sábado, marzo 26, 2016
Pegaso (en video)
Felizmente, su último video enseña a realizar uno de los pegasos que diagramé hace algunos años en "Papel, Piel y Palabra". El orgullo es mucho, obviamente.
Como sé que hay muchos que prefieren aprender a hacer modelos en video creo que aquí tienen una bonita oportunidad.
Y como también se que hay muchos que prefieren seguir los diagramas como si de un libro se tratara, recuerden que pueden descargar el libro entero aquí.
Espero lo disfruten, y a Yakomoga mis agradecimientos
sábado, marzo 12, 2016
miércoles, marzo 09, 2016
Pintar un Guayacán
Una mancha, amarilla, en medio del verde, del rojo y del gris.
un acto de rebeldía en medio de la desesperanza
una carcajada en medio de la tristeza
En este país de locura no es notorio en los árboles la primavera
tampoco el otoño
Pero el guayacán no es parte de esta locura aunque en medio de ella viva.
El guayacán grita primavera
y se oculta en otoño.
Pero antes de hacerlo deja en el suelo el recuerdo de las sonrisas regaladas.
Hay quien pisotea aquellas flores
hay quien las guarda
(lo mismo pasa con la alegría ajena)
A veces la vida se llena de locura
de tristeza
de desesperanza
Entonces busco refugio
y pinto un guayacán.
miércoles, febrero 24, 2016
Diré lo Obvio*
Diré lo obvio:
Uno es los libros que lee,
los viajes que hace,
las personas que conoce,
los amores que tiene y los que pierde (esos, sobretodo)
Uno es las calles que camina,
las comidas que coge con sus manos, los platos que cocina.
Es la sombra que siempre corre, detrás de ti, pegada a ti
(Y te alcanza, sabe dios que siempre te alcanza)
Uno es sus miedos y sus cobardías
Y también sus valores
Uno es los árboles que siembra.
Si tiene la suerte de escribir un libro, entonces uno es quien lo lee. Y si pintas eres quien mira esos cuadros. Y si bailas eres quien baila contigo y quien te ve bailar. Y si actúas eres quien te ve actuar, y si esculpes eres quien ve aquella escultura.
Si haces música...
Uno es la música que escucha.
Uno es las lágrimas que vierte, los dolores que llora, los muertos que deja atrás y los que tiene por delante, sus duelos, sus partidas, sus abandonos, las despedidas dadas y las que hubiera querido dar.
Uno es las sonrisas que regala, y más aún las que le son regaladas.
Uno es los niños que juegan con uno
Los adultos que lo cuidan
Los viejos que lo aconsejan
Las preguntas que le hacen, incluso más que aquellas que uno mismo se atreve a hacer.
Uno es los abrazos que da, las pieles que acaricia, las manos que lo recorren, los ojos con los que se cruzan, las miradas, las pasiones (las tímidas y sobretodo las gloriosas), las palabras dichas al oído, los cansancios compartidos, los besos dados, recibidos y dejados de dar, las personas con las que duerme y aquellas con las que despierta.
Uno es
en últimas
gracias a los otros.
martes, febrero 16, 2016
A la luz del faro
Cuando alguien preguntaba por su empleo, Ismael improvisaba una respuesta. Decía que su oficio no era mayor cosa, que el simplemente se dedicaba a llevar un poco de luz en medio de la oscuridad. Otras veces, que era un simple profesor que trataba de señalar el camino a quienes se perdían en las tinieblas. Una vez quiso decir que era sacerdote, y que marcaba el rumbo a las almas que estaban perdidas. El problema es que aquellas respuestas nunca fueron más que frases encerradas en su boca, pues nadie jamás le preguntaba nada.
Ismael vivía en soledad. Medio mundo había recorrido, hasta terminar en un pueblo perdido en lejanos mares de cuyo nombre ni él estaba seguro. Ismael operaba el faro que indicaba a los barcos el camino al puerto. Era un empleado del gobierno, es cierto, pero ya ninguno de sus integrantes se acordaba de él, y mucho menos de su faro. Nunca llegó a su playa una bombilla de repuesto, o el par de galones de pintura que quería para cambiar el color del techo. Las tejas, a veces, dejaban adentro más viento que el que había afuera, y parecía que el único lugar medianamente acogedor era, precisamente, el de la luz que marcaba el camino. Una vez, la veleta que señalaba el rumbo del viento vino a desprenderse y caer justo a un par de metros de aquella luz. Ismael, dentro de todo, lo tomó a bien. Dijo que el gallo de la veleta quería un poco de calor y por eso hasta su nido había querido poner en aquel farol.
El suyo era un trabajo solitario. No tenía más compañía que el gallo de la veleta, y los lejanos barcos que pasaban. Una vez al mes, un barco llevaba provisiones, ropa, y uno que otro libro que Ismael atesoraba y racionaba hasta el mes siguiente. De día Ismael dormía. Debía recuperar el sueño que su noche de vigía le imponía. Más sabía de murciélagos que de aves, de soledades que de compañías, de oscuridades que de claridad. Pasaba las noches mirando hacia la inmensidad del océano, buscando una mancha oscura en medio de otra oscuridad. Miraba ola tras ola, esperando que algún leve movimiento delatara un barco que no sabía hacia donde ir. Miraba en medio de la nada por si alguna luz señalaba acaso una pobre alma que no supiera cual sería su destino.
Una noche conoció a Clara. Quizás conocer sea mucho decir. Ella se detuvo a mirarlo en medio del agua y le sonrió. El no quiso señalarla con la luz del faro, no fuera que acaso lastimara sus ojos. Ismael no necesitaba luz para lograr distinguirla. Veía en la noche oscura a aquella mujer que desde el agua le sonreía, y por una vez sintió que dejaba de lado la soledad.
A Clara le gustaban los hombres cuyo oficio parecía sacado de antiguos libros. Así que no fue una elección difícil enamorarse de Ismael. No había nacido princesa, ni cortesana. Ninguna sangre noble corría por su cuerpo, aunque de nobleza ella sabía. Era una mujer común, de sonrisa hermosa y cabello largo, con voz de contralto (o al menos eso parecía) y ojos que aún desde lejos se veían oscuros. Un poco joven, tal vez, pero se notaba en su rostro que compensaba la falta de años con experiencia. A Clara tampoco nunca le preguntaban de donde venía o a que se dedicaba. Aunque lo suyo no era tanto un asunto de soledad, sino más bien de abundancia de conocimiento. Todos sabían quien era, todos la conocían desde pequeña. Y, por lo mismo, Clara tenía siempre con quien conversar, siempre alguien a quien hablar.
Lo suyo era un amor de lejos. Clara visitaba a Ismael cada noche, y con ella algunas aves volaban en medio del silencio. Jamás había subido hasta lo alto del faro, ni siquiera había entrado hasta la habitación baja de Ismael. Simplemente se acercaba, poco a poco, metro a metro y noche a noche. Para Ismael aquello bastaba, y hasta el alba se veían. Poco importaba el clima, que los últimos días empeoraba. Lo único importante para Ismael era esperar la llegada de su Clara.
Nunca más las aves volvieron allí a volar.
domingo, febrero 14, 2016
Volviendo al cajón de sastre.
Me declaro reincidente.
es verdad y lo confieso.
A veces vuelvo sobre caminos que ya antes recorrí.
Leo libros que ya leí.
Veo películas que ya antes ví.
Voy a lugares en los que ya estuve antes.
A veces es necesario volver a uno mismo.
Ir a la cocina y prepararse un café y sentarse a conversar,
como si fueramos viejos amigos, o al menos conocidos,
Preguntarse por uno mismo, por la familia, por los amigos, por el tiempo.
Por las decisiones.
¡Ah! las decisiones... lo hecho y lo dejado de hacer.
A veces es necesario volver.
Recordar
re-cordaris
re-cordar
Volver a pasar por el corazón.
Me he buscado en el cajón de sastre,
(aunque sea el mio de papel)
Lo hago a veces, cuando la inspiración se porta esquiva
cuando el polvo de la casa es mucho
o cuando llega el momento de limpiar
y justo allí he encontrado que antes fui ballena.
Eran otros tiempos,
pero de ellos vino a salir un enorme azul
perdido en el océano.
De cuando en vez, resulta bien volver.