jueves, febrero 28, 2019

Los bebedores de Ajenjo


Los bebedores de Ajenjo (Estudio)
Oleo pastel sobre cartulina negra.
***
Basado en el cuadro de Edgar Degas


Mis padres son quienes más obras mías tienen. A veces se trata de regalos que les hago, obras que hago especialmente para ellos. Otras veces ocurre que ven alguna obra y se antojan de ella: "yo quisiera ese cuadro", dicen, como quien no quiere la cosa. Y aquí voy yo y lo empaco, como no, que siempre es difícil decir que no a los padres.
Hoy es el cumpleaños de mi padre, y de regalo le he pintado este cuadro. El original, una obra de Degas con muchos nombres ("El ajenjo", "Los bebedores de absenta", "En un café, también llamado la Absenta") es una de sus obras favoritas, o por lo menos una de las obras que más veces le he escuchado mencionar.

Desde hace muchos años quería hacer una obra así, pero obviamente no puedo (ni quiero) evitar darle mi propia voz.

Esperemos que le guste.

sábado, febrero 16, 2019

Mister Fox

En la vida he conocido todo tipo de turistas. Hay unos, extraños ellos, a los que denomino turistas express: son los que buscan devorar todo lo posible en cada minuto de su viaje. A veces creo que aquel será el único viaje de su vida y, quizás, por eso no paran de correr. Entre esos destacan unos, los más particulares, que buscan 10 ciudades en una semana. Nunca he logrado saber cómo se atreven a decir que lo conocieron todo. Son divertidos ellos. Despiertan cada día antes de salir el sol y corren, siempre corren, en una sola carrera en que no hay más meta que correr.
El otro extremo lo ocupan los calmados. Despiertan tarde, nunca saben a donde irán ese día. Creo que esperan, tan sólo, conocer realmente el pedacito de lugar al que llegaron. Si alguien que conociera aquel lugar les preguntara cómo les pareció, describirían aquel sitio con tal detalle que quien preguntó diría que el lugar debía haber cambiado mucho desde la última vez que fue. Por suerte nadie les pregunta nada, pues quienes los conocen temen perder el día entero escuchando su respuesta.
Hay otros, los turistas de caparazón, que van con la casa a cuestas. Esos son los que no tienen hogar en ninguna parte, pero a todas partes llaman hogar. Llegan a viejos con joroba y con memoria, pero también con desarraigo.
Están los turistas de celular, que buscan siempre los sitios famosos para tomarse, frente a ellos, fotos con cara de pato y cuerpo en curva para que también se vea su cola levantada. Esos son peligrosos. Cuando comen toman fotos de su plato y luego piden que lo cambien porque está frío. Algunos de ellos, los peores, suelen andar con un palo largo que agitan hacia los lados como si fueran armas de defensa personal. Perdón, dicen, y luego vuelven a poner la boca a punto para decir cuack.
Yo, por mi parte, soy un turista de librerías. Sospecho no somos muchos aunque tal vez me equivoque... Es una especie extraña, bien lo sé.
Permítanme explicarme: Cuando llego a una ciudad busco primero el hotel y allí descargo las maletas y luego, como quien no quiere la cosa, preguntó al recepcionista si conoce la dirección de la librería más cercana. A veces compro, por supuesto, pero otras me limito a estar allí, mirando, tratando de entender lo que entre paredes aquellos libros quieren decir. Las librerías, aprendí, son una confesión del librero que las puso.
Cuento esto para explicar que, en mi último viaje, en Bogotá, tuve la fortuna de encontrar un sitio que no había visto antes. En esa ciudad hay librerías maravillosas, pero ésta de la que hablo destacaba por un simple motivo: allí los libros no están puestos por autor o por editorial. La sección de novedades, llena siempre en todas partes, es, de hecho, bastante pequeña. Es más: la librería entera se recorre en una sola exhalación. Lo curioso, lo realmente extraño, es que allí los libros están acomodados por dolencia.
No, no me he equivocado de palabra. Los libros están acomodados por dolencia.
Aquel lugar, más que librería, es una suerte de farmacia en la que en vez de libreros han contratado boticarios.
» Buenas tardes, señor, ¿qué le anda doliendo?
+ Tengo nostalgia de la familia, dice uno, entrado en años, que acaba de cruzar la puerta.
» Entonces venga por aquí, que está la sección con libros sobre madres y padres y hermanos y abuelos...
» ¿Tiene ausencia, tal vez, porque alguna muerte llegó antes de tiempo? Entonces camine conmigo, que en este estante hay historias de princesas que aprenden de la muerte de sus padres y de patos que se olvidan de nadar.
+ Lo mío es... (dice una señora de mediana edad)
» ¿Si, dígame?
+ Lo mío es que olvidé cantar
» Entonces venga, señora, que aquí hay libros de mujeres que le enseñan a recuperar la voz...
Entre preguntas supe leer de dolores y de angustias, de crisis y de padecimientos que no faltan, y todos ellos, allí, sonaban fáciles de diagnosticar. Entre recetas y prescripciones recordé a aquel zorro que hablaba de amor a un príncipe que no sabía dibujar.
Quise preguntar algo, cualquier cosa, pero mi cabeza estaba en blanco. Hubiera podido inventar algo, decir que estaba triste, que la risa se me había quedado enredada en el pelo de una mujer de la que no sabía ni el nombre, o que no sabía bien quién era, tal vez inventar alguna enfermedad... pero no pude pensar en nada. Nunca he sido de enfermedades imaginarias y la mayoría de las reales ya se han ido curando solas, aunque siempre han dejado cicatriz.
Me despedí de todos y agradecí la tarde.
Al llegar a casa escribí esto que aquí pongo.
En el reverso de la hoja he comenzado una lista de dolores. La tendré en el bolsillo del pantalón, o en la billetera, justo al lado del documento de identidad.
Tal vez, cuando sea grande, pueda volver a aquel sitio y, entonces, comenzaré a preguntar.

domingo, febrero 10, 2019

Marranito


Para celebrar el cambio de año chino, muchos origamistas al rededor del mundo han realizado cerditos de todas las formas y colores.

Hace unos años diseñé una familia de cerdos que aún recuerdo con cariño, pero para esta ocasión decidí crear uno nuevo. 

Es un modelo simple, de esos que se hacen en menos de 10 minutos, lo que lo hace más encantador.

Como es habitual, plegado con aguapapel.

lunes, febrero 04, 2019

Retrato de Carolina Jaramillo



Retrato de Carolina Jaramillo
Oleo pastel sobre papel



A Carolina la conocí hace años. 



Cantaba, y todavía lo hace, para exorcizar demonios, para escapar del llanto, para escapar de lo que no era, para luchar contra el sueño que quería devorarlo todo. 

Hay gente así, que sabe que el arte es la única forma de seguir con vida. .

Hace unos días la pinté. 
Pintar para seguir con vida.