Ya no nos queda sino el ruido, 
    como la banda
sonora de nuestros tiempos. 
        Cacofonía de aviones que no paran,  
          infinitas autopistas 
              colapsadas por infinitos autos 
ladridos de perros
             y maullidos de gatos en la noche.  
Abdicamos nuestro reino del silencio 
     y ahora ensordece
el ruido blanco 
        de voces que
no dicen 
           gritan 
             y
gesticulan,
               insultan
                 y
estallan.
No quedan sonidos nuevos 
      ni voces que
canten 
           ni risas
que reconstruyan 
              ni tampoco el murmullo de amores nuevos. 
Hoy sólo resuenan 
     ecos de lo que
fue, 
          de lo que
dejó de ser. 
  También Ulises se
dejó seducir 
       por el blanco
ruido de sirenas.
Se apagan las luces 
      y las voces
puras.
Queda el dolor 
    y la sordera 
       y la
indiferencia 
         y el miedo.
Ya nadie nos amarra al mástil 
     de un navío que nos
mantenga en curso.
Estrépito 
  rugido 
    trueno 
      y
estallido.
¿Habrá quien, terco aún, 
pretenda esconder,
caracola adentro,
         la semilla de
algún canto que acalle el ruido?
 
