Ya he hablado, varias veces de hecho, sobre la relación que existe entre papel y piel, entre el acto de amar y el de doblar, entre caricia y pliegue. Alguna vez no muy lejana hablaré sobre el origami como un acto de amantes, profundizando sobre aquel “arte femenino” del que una vez comentaba Mario Arenas en una charla sobre origami. También he hablado ya sobre el papel que estoy jugando frente al papel, y sobre el lugar en el que se encuentra mi origami. En últimas, durante ya mucho tiempo he estado tratando de hacer una cartografía propia. Cartografía de piel y de papel, cartografía de lugar.
En esa búsqueda de cartografía propia, me he encontrado con diversos modelos que son aquellos que resumen el origami que hago: Barca y viento, la mujer en mi cabeza, el lirio, por ejemplo, son representaciones de aquel lugar de papel y piel que he construido. Pero también lo es esta nueva topografía:
Hablar de la cartografía de una mujer es complejo y hermoso. Hablar de su topografía me parece apasionante, porque en últimas, es esa topografía la que por si misma habla. Últimamente en los modelos que he plegado he encontrado que el papel habla desde sus piernas, desde su movimiento, desde su piel, en un lenguaje propio que rara vez es el de las rectitudes. El problema enorme es que entender ese lenguaje es como entender el del opuesto: dulce y lleno de caricias, pero al tiempo incomprensible… Entender el lenguaje del papel es complejo y en algunos casos agotador. Tratamos de condenar al papel a puntos fijos y a dobleces obligados. Lo forzamos a que diga cosas que nosotros queremos que diga, pero no lo dejamos decir lo que quiere decir… El papel se vuelve cobarde en nuestras manos y se esconde en el silencio, en la formula segura de lo conocido, en lo de siempre. Uno le pide al papel que diga cosas, y cuando el papel habla resulta que sus palabras son incomprensibles. Para colmo, resulta que hemos perdido en el proceso, el placer de jugar al escondite con el papel.
Estos estudios que estoy haciendo sobre la curva parten de lo mínimo, de lo simple, de lo puro. No sé si logre darle con esto un nuevo papel al doblez, o redefinir el origami incluyendo en él una nueva categoría. No sé si siga estudiando en este sentido, o si esto simplemente permita nutrir aquello que haré en un futuro. Solo sé que me ha resultado placentero en exceso recorrer las piernas del papel para pedirle que comparta sus palabras.
En esa búsqueda de cartografía propia, me he encontrado con diversos modelos que son aquellos que resumen el origami que hago: Barca y viento, la mujer en mi cabeza, el lirio, por ejemplo, son representaciones de aquel lugar de papel y piel que he construido. Pero también lo es esta nueva topografía:
Hablar de la cartografía de una mujer es complejo y hermoso. Hablar de su topografía me parece apasionante, porque en últimas, es esa topografía la que por si misma habla. Últimamente en los modelos que he plegado he encontrado que el papel habla desde sus piernas, desde su movimiento, desde su piel, en un lenguaje propio que rara vez es el de las rectitudes. El problema enorme es que entender ese lenguaje es como entender el del opuesto: dulce y lleno de caricias, pero al tiempo incomprensible… Entender el lenguaje del papel es complejo y en algunos casos agotador. Tratamos de condenar al papel a puntos fijos y a dobleces obligados. Lo forzamos a que diga cosas que nosotros queremos que diga, pero no lo dejamos decir lo que quiere decir… El papel se vuelve cobarde en nuestras manos y se esconde en el silencio, en la formula segura de lo conocido, en lo de siempre. Uno le pide al papel que diga cosas, y cuando el papel habla resulta que sus palabras son incomprensibles. Para colmo, resulta que hemos perdido en el proceso, el placer de jugar al escondite con el papel.
Estos estudios que estoy haciendo sobre la curva parten de lo mínimo, de lo simple, de lo puro. No sé si logre darle con esto un nuevo papel al doblez, o redefinir el origami incluyendo en él una nueva categoría. No sé si siga estudiando en este sentido, o si esto simplemente permita nutrir aquello que haré en un futuro. Solo sé que me ha resultado placentero en exceso recorrer las piernas del papel para pedirle que comparta sus palabras.
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