viernes, febrero 15, 2008

Camaleón

“Aquel día, su reflejo despertó del otro lado del espejo…”


Con frecuencia me miro al espejo.


El acto de mirarse en el espejo es recurrente y necesario. El espejo apoya la construcción que de la imagen propia realizamos. El espejo nos devuelve, invariablemente, una imagen que nos permite construir el quién queremos ser a partir del quién creemos que somos. Resulta necesario (algunos dirán imprescindible) mirarse en el espejo. Pero el espejo no tiene por qué ser tierno. Nadie ha dicho al espejo que nos mire con ternura, nadie le ha enseñado a amarnos


El espejo es trampolín del actor que en cada uno de nosotros escondemos. La puesta en escena cotidiana es un fenómeno curioso por medio del cual nos preparamos para las diversas actuaciones que en el mundo realizamos. No somos siempre iguales, pues estos nuevos tiempos nos lo exigen. Cada vez con más frecuencia estamos dejando en libertad a aquel camaleón que ocultamos bajo las entretelas de la piel. El camaleón del alma sale día a día, noche a noche, y recorre los espacios que habitamos.




¿Será entonces que, en realidad, lo único que somos es un remanente de mimetismo? ¿Tendremos ya la piel preparada para camuflarse según las circunstancias?


Con frecuencia me miro al espejo, aunque he de confesar que rara vez me miro al espejo físico, pues la imagen que este refleja me resulta familiar y conocida, inmutable en medio de su eterna variabilidad. Veo el reflejo que aquel espejo que los otros llevan en sí me enseña. Ese reflejo en los ojos y el rostro de los otros es capaz de mostrar siempre una imagen diferente. Que terrible y dulce consecuencia, que el reflejo que vemos en otros no corresponda a la imagen que esperamos recibir.





La paradoja es que, quizás, allí se encuentre el secreto del observador. El otro puede decirnos más de nosotros mismos que aquello que un simple espejo nos refleja. El otro construye también la imagen que deseamos. Para él la construimos, por él la maquillamos. Y a veces, solo a veces, el otro si ha aprendido sobre la ternura.
****
Versão em português (Untalgregorio)
Camaleão

"Aquele dia, seu reflexo acordou do outro lado do espelho..."


Freqüentemente me olho no espelho.

O ato de se olhar no espelho é recorrente e necessário. O espelho apóia a construção que fazemos da própria imagem. O espelho devolve-nos, invariavelmente, uma imagem que permite-nos construir o quem queremos ser partindo do que cremos que somos. È necessário (alguns dirão imprescindível) olhar-se no espelho. Mas o espelho não tem por que ser tenro. Ninguém disse ao espelho que nos olhe com ternura, ninguém lhe ensinou a amá-nos.

O espelho é trampolim do ator que em cada um de nos escondemos.
A posta em cena cotidiana é um fenômeno curioso por médio do qual preparamo-nos para as diversas atuações que no mundo realizamos. Não somos sempre iguais, pois estes novos tempos exigem-nos. Cada vez com mais freqüência deixamos em liberdade o camaleão que ocultamos embaixo das "entretelas" da pele. O camaleão da alma sai dia a dia, noite a noite, e percorre os espaços que habitamos.

Será então que, na realidade, o único que somos é um remanente de mimetismo? teremos já a pele preparada para se camuflar segundo as circunstancias?

Com freqüência me olho no espelho, porem confesso que rara vez me olho no espelho físico, pois a imagem que ele reflete resulta-me familiar e conhecida, imutável no meio de sua eterna variabilidade. Vejo o reflexo que aquele espelho que os outros levam em si me ensina. Esse reflexo nos olhos e no rosto dos outros é capaz de mostrar sempre uma imagem diferente. Que terrível e doce conseqüência, que o reflexo que vemos nos outros não corresponda à imagem que esperamos receber.

O paradoxo é que, tal vez. lá se encontre o segredo do observador. O outro pode dizer-nos mais de nos mesmos que aquilo que um simples espelho reflete-nos.O outro constrói também a imagem que desejamos. Para ele a construímos, por ele a maquiamos. E, às vezes, só às vezes, o outro sim aprendeu acerca da ternura.

sábado, febrero 09, 2008

Dragón y Jinete

Hace unas semanas Jorge Jaramillo me preguntaba qué modelo me gustaría ver en origami que no hubiera visto antes. La pregunta me resultó curiosa, y mi respuesta fue apenas valedera pues preferí hablar de modelos de los que sé que ya existen versiones, pero que considero aún pueden ser explorados.


Entre esos modelos pensé en un dragón con jinete. ¿Otro dragón más? Sí, uno más, pero que en su lomo llevase a un jinete. No es una idea nueva, ni mucho menos una idea "original". Existen decenas de películas y libros en los cuales jovenes guerreros, aprendices de magos o temerarios aventureros recorren el mundo llevados en la espalda de un dragón.


Resulta entonces un poco curioso que el tema en origami no sea altamente recurrente. Esto puede deberse a dos cuestiones: Por un lado, existe una exigencia técnica considerable para diseñar modelos compuestos, y por otro lado, existen problemas expresivos en modelos de este tipo. Esta última cuestión salta a la vista en la mayoría de modelos compuestos en los que uno debe ser jinete del otro, pues resulta complejo manejar la proporción entre uno y otro, y la expresión de por lo menos uno de ellos. Normalmente, los jinetes solo se insinúan, no se pliegan por completo pues, recurrentemente, surgen del centro de la hoja, llevando en su interior decenas de capas de papel. Son interpretados como jinetes más por la buena voluntad del ojo del espectador (y algo de gestalt) que por ser una clara representación. En los casos más afortunados (perdonen por poner un ejemplo propio) se consigue una buena expresión en ambos modelos, pero una desproporción considerable entre uno y otro.


En ese sentido, plegar un ser “a lomo” de una criatura mitológica tiene una ventaja, pues la desproporción no es un asunto que sea tan notorio dado que el ojo no tiene un referente real sobre los tamaños relativos de ambos sujetos. El tema ya ha sido explorado, aunque aún faltaría ver diseños diferentes. Los ejemplos más notorios son los de Miyajima (con quizás el más famoso caballero sobre dragón en origami) y Anibal Voyer (con diversas versiones 1 y 2 ).





Presento esta ahora como un ejercicio más en la exploración de modelos complejos. Probablemente no sea la mejor versión del tema, pero considero es una interesante exploración tanto en los modelos complejos como en el diseño de jinetes.

miércoles, febrero 06, 2008

Piedras

En esta entrada se cruzan dos sucesos completamente aislados pero que vistos por los mismos ojos me han puesto a escribir. He comenzado hoy un nuevo curso de habilidades comunicativas, y he leído, además, un hermoso correo enviado a una de las tantas listas de origami en la que estoy inscrito, pero en la que por diversos motivos mi participación se ha limitado a leer. Ambos hechos me obligan, esta noche, a pensar en la palabra.

La palabra es una cosa poderosa. Construye destruye esconde consuela destroza abraza desnuda. La palabra es origen y destino. La palabra es. Pero a pesar del poder de la palabra, hemos de reconocer que no es algo innato al hombre, pues la palabra es construcción social (y en parte personal) que vamos aprendiendo con el paso del tiempo. Esta distancia tomada de lo natural es un elemento fundamental para comprender por qué a veces la palabra nos confunde tanto.

Otra cosa es la comunicación, esa sí innata al hombre. Desde que nacemos nos comunicamos, con un conjunto de signos y símbolos llenos de significado e interpretación. A veces para comunicarnos usamos la palabra, pero incluso en esos casos lo que importa a nuestro cerebro es lo no verbal por encima de lo verbal.

Todo comunica, todo dice. También el origami, canal de comunicación del alma del artista. Al eliminar lo no verbal del mensaje nos queda solo la palabra, y esa engaña. Ése es, quizás, uno de los problemas claves en el texto escrito contemporáneo, especialmente en aquel que es pensado en el formato chat o e-mail, en el cual métricas y ritmos, cadencias y emociones son desterrados con frecuencia.

Si aceptamos que todo comunica (bien o mal, pero comunica) no deja de resultar sorprendente que seamos tan malos haciéndolo. Todos hemos oído aquella frase de “sé qué quiero decir, pero no sé cómo decirlo”, o esa otra de “no me salen las palabras”… Muchos hemos visto como otros interpretan el mismo texto que nosotros leímos o incluso escribimos de una forma tan distinta a la que nosotros pensamos. Y por si esto fuera poco, vivimos rodeados por asesinos de la comunicación. Muchos foros de internet son ejemplo perfecto de “cómo asesinar una línea de comunicación naciente”. Excesivos correos fuera de tema, conversaciones monopolizadas por uno o dos interlocutores, censuradores dispuestos siempre a destruir lo que otros señalan, excesos de mensajes sin sentido por el simple hecho de participar, corrillos y chismes que se magnifican por respuestas de otros que nada tienen que ver y que leen sin la suficiente información para juzgar, otros que escriben en lenguajes crípticos que solo ellos mismos entienden, y un sinfín de intentos de asesinato adicionales que no vale la pena nombrar.

Desde otro punto de vista, estos asesinatos conllevan una manifestación que es poéticamente hermosa. Aquellos asesinos de comunicación obligan a que los demás se refugien en el silencio. Y ese silencio es el principal medio para comenzar a comunicar. Sin el silencio no hay forma de dar paso a la real comunicación. El gran dolor es que cada vez que rompemos el silencio surge de las sombras un nuevo asesino que, muchas veces sin intención, genera un nuevo dolor.
Y entonces, de nuevo, volvemos al silencio.

El de hoy es el 7 curso universitario sobre comunicación que tengo el placer de acompañar. De ellos, lo que más me ha gustado es la enorme posibilidad que se me ha dado de mirarme en el espejo, de confrontarme, de darme cuenta de lo mucho que me equivoco al hablar y al escribir, de los muchos errores que he cometido, y de los muchos silencios en los que me he refugiado. Me ha dado la oportunidad de dejar de quejarme porque “nadie escribe” y empezar a preguntarme “por qué nadie escribe”. Pueda ser que, alguna vez, deje de asesinar comunicaciones recién nacidas. Pueda ser que alguna vez los demás asesinos tengan la oportunidad de enfrentarse como yo al espejo, y que tengamos el valor de construir lugares en los cuales las piedras dejen de caer y las usemos para construir


***

Versão em português (Untalgregorio)

Pedras

Nesta entrada cruzam-se dois fatos totalmente isolados porem, olhados pelos mesmos olhos me obrigaram a escrever. Comecei hoje um novo curso de habilidades comunicativas, e li um bonito correio enviado a uma das tantas listas de origami nas que estou inscrito, mais, na que por diversos motivos minha participação se limita a ler. Ambos fatos obrigam-me, esta noite, a pensar na palavra.

A palavra é uma coisa poderosa. Constrói destrói esconde consola estraçalha abraça despe. A palavra é origem e destino. A palavra é. Mais, a pesar do poder da palavra, temos que reconhecer que não é algo inato ao homem, pois a palavra é construção social (e em parte pessoal) que vamos aprendendo com o passo do tempo. Essa distancia tirada do natural é um elemento fundamental para compreender por que às vezes a palavra confunde-nos tanto.

Outra coisa é a comunicação, essa sim inata ao homem. Desde que nascemos comunicamo-nos, com um conjunto de signos e símbolos cheios de significado e interpretação. Às vezes para comunicarmo-nos usamos a palavra, mais também nesses casos o que importa ao nosso cérebro é o não verbal por cima do verbal.

Todo comunica, todo disse. Também o origami, canal de comunicação da alma do artista. Ao eliminar o não verbal da mensagem queda-nos só a palavra, e essa engana. É esse, tal vez, um dos problemas clave no texto escrito contemporâneo, especialmente naquele que é pensado no formato "Chat" ou "E-mail", no qual métricas e ritmos, cadências e emoções são desterrados freqüentemente.

Se aceitarmos que todo comunica (bem ou mal, mais comunica) não deixa de ser surpreendente que sejamos tão maus fazendo-o. Todos ouvimos aquela frase : "sei o que quero dizer, mais não sei como dizê-lo", ou essa outra: “as palavras não me saem”... Muitos temos visto como os outros interpretam o mesmo texto que nos limos ou inclusive escrevemos duma forma tão diferente da que nos pensamos. E por se isso fosse pouco, vivemos rodeados por assassinos da comunicação. Muitos fóruns da Internet são exemplo perfeito de "como assassinar uma línea de comunicação nascente". Excessivos correios fora de tema, conversações monopolizadas por um ou dois interlocutores, censuradores dispostos sempre a destruir o que outros sinalam, Excessos de mensagens sem sentido pelo simples fato de participar, fofocas e "disse me disse" que se magnificam por resposta de outros que nada tem a ver e que lêem sem a suficiente informação para julgar, outros que escrevem em linguagens crípticos que só eles mesmos entendem, e um sem fim de tentativas de assassinato adicionais que não vale a pena nomear.

Desde outro ponto de vista, esses assassinatos conlevam uma manifestação que é poeticamente formosa. Aqueles assassinos da comunicação obrigam aos demais a se refugiar no silêncio. E esse silêncio é o meio principal para começar a se comunicar. Sem o silêncio não há forma de abrir passo a real comunicação. A grande dor é que cada vez que quebramos o silêncio surge das sombras um novo assassino que, muitas vezes sem intenção, gera uma nova dor.
E então, de novo, voltamos ao silêncio.

O de hoje é o sétimo curso universitário sobre comunicação que tenho o prazer de acompanhar. Neles, o que mais gostei é a enorme possibilidade que recebi, de olhar-me no espelho, de me confrontar, de me dar conta do muito que erro ao falar e ao escrever, dos muitos erros que cometi, e dos muitos silêncios nos que me refugiei. Deu-me a oportunidade de parar de queixar-me "porque ninguém escreve". Pode ser que alguma vez deixe de assassinar comunicações recém nascidas. Pode ser que alguma vez os outros assassinos tenham a oportunidade de se enfrentar como eu ao espelho, e que tenhamos o valor de construir lugares nos quais as pedras deixem de cair e as usemos para construir.