Es lo normal, creo, en el proceso de las ideas. A veces se concretan, otras se desvanecen. Como Ícaro y Dédalo. Ambos viajeros de una misma idea, y ambos con finales tan discímiles. El uno que consigue seducir y enamorar. El otro que sólo obtiene un desengaño.
Quizas el final de Ícaro sea más dulce, pues pudo seguir sus eternos juegos de infancia. La historia de que sus alas se quemaron parece a todas luces falsa. Más probable que se haya dejado caer desde lo alto para nadar a mayor profundidad, y (como lo dijo Anderson Imbert) seguir jugando a que era animal terreste, y luego pájaro, y luego pez....
No sé aún si este modelo se haya desvanecido o no. El resultado aún dista de lo que imaginaba. Tampoco sé si será que lo que quiere es ser pez. O animal terrestre. O pájaro que remonte el horizonte. Creo que los dedos infunden vida a lo que pliegan, y que el papel es lo que quiere ser.
Muchas veces me ha pasado que el romance de los dedos lleva a que la idea se materialice en algo más. Puede ser la modificación de la idea al plasmarse en el material, o puede ser la realidad diciéndote que aún no sabes todo aquello que deberías saber para poder volver reales tus pensamientos. Otros pensarán que es suerte, aunque yo en lo particular no lo creo.
Hoy pongo otro pensamiento más que trata de tomar forma en el papel. Forma de papel.